Los médicos somos los peores pacientes. Quizá es que no basta con disponer del conocimiento teórico para todo aquello que nos afecta personalmente. Es como si a un nivel profundo e irracional creyésemos que nosotros, por ser especiales y tener mecanismos de respuesta diferentes al del resto de los mortales, podemos escapar de esa interacción entre el cuerpo y la mente que comprobamos cada día en nuestros pacientes.
"¡Estoy bien! Solo un poco cansado"
Esta mañana ha venido a mi despacho uno de mis compañeros. Iba buscando a alguien de confianza para contarle que no sabe por qué está tan cansado. No duerme bien, tiene digestiones pesadas, a veces diarrea y otras estreñimiento, este año ya se ha resfriado tres veces y lo peor de todo es que está desanimado y empieza a preocuparle el uso cada vez más frecuente de ansiolíticos y alcohol, que antes no necesitaba.
Por lo demás, está bien, “por supuesto”, en el hospital atiende la consulta, la planta y el quirófano a un ritmo que muchos quisieran, la privada cada vez va mejor y avanza en su proyecto de investigación, donde está demostrando que para que el Helicobacter pylori sea capaz de producir úlceras en el estómago es imprescindible la coexistencia del estrés. Está publicando como nunca y asistiendo activamente a reuniones y congresos.
Y eso a pesar de las dificultades con la dirección y los recortes, los problemas de estudios de sus hijos, la enfermedad de su padre, que cada vez está peor con el alzhéimer; la difícil relación con su mujer, que no lo comprende ni le apoya; la hipoteca, las obras de ampliación de la consulta privada y las dos horas de atasco de tráfico que tiene desde que se mudó al chalet de las afueras. Pues bien, ¡a pesar de todo eso se encuentra bien y rinde como el primero!
En lugar de revisar nuestro día a día, queremos que nos recomienden vitaminas que nos den más energía.
Le escucho atentamente, en silencio, esperando que levante la mirada del suelo mientras me cuenta todo eso. Mantengo la esperanza de que acabe su discurso diciendo algo como que no puede seguir así o que tiene que revisar y ordenar un poco su día a día. Pero no. En realidad, lo que quiere es que le recomiende algo para dormir y unas vitaminas de esas que te dan energía y te permiten ese plus que exige el momento.
¿Cómo funciona el estrés?
Ante cualquier otro paciente yo sabría cómo plantear un plan de trabajo sobre control del estrés. Pero es que mi compañero y amigo es un experto en estrés y en el Síndrome General de Adaptación, ese que explica a sus alumnos de la Facultad en el primer trimestre. Me encanta cómo lo hace...
Un día fui a escucharle. En vez del tostón de la lección magistral de siempre, les contó que a Hans Selye, el padre de la fisiología del estrés, le encargaron al inicio de su carrera estudiar el efecto hormonal de un extracto de ovario.
Cada día cogía sus ratones y les inyectaba el compuesto, aunque se le escapaban, se resistían, huían y protestaban. Normal. En realidad, era un manazas para eso, pero en fin, tenía que hacerlo, gajes del oficio que quedaron compensados cuando examinó los resultados finales: las ratas tenían lesiones ulcerosas en el estómago, unas glándulas suprarrenales aumentadas de tamaño y una disminución de sus defensas. “¡Genial!”, pensó, había dado en el clavo.
El estrés es una sabia respuesta del organismo que deja de ser útil cuando se convierte en un estado prolongado.
Obviamente, en los estudios científicos siempre hay un grupo control y Hans hizo bien las cosas. A las ratas de ese grupo no les inyectó el extracto, sino suero fisiológico –su trabajo le costó–. ¿Y qué vio? ¡Pues que también tenían úlceras, hiperplasia adrenal e inmunodepresión! ¿Cómooo?
Llegado a este punto, me sentí orgulloso de mi amigo. Tenía literalmente atrapados a sus alumnos: nunca olvidarían lo que les iba a explicar a continuación, muchos lo repetirían cientos de veces a sus pacientes y otros lo aplicarían a su práctica clínica y sus investigaciones. Me viene ese recuerdo hoy, mirándolo en la consulta, y me resulta preocupante y asombroso comprobar la resistencia que la mayoría mostramos a integrar práctica y teoría.
Por si alguno de vosotros no conoce el final de la historia, Hans Selye cayó en la cuenta de que las úlceras y aquellas grandes suprarrenales produciendo adrenalina y corticoides a toda máquina no podían corresponder al extracto ovárico porque el grupo control también las sufría. Debía ser otra cosa... Y entonces cayó en la cuenta: eran las inyecciones traumáticas y su torpeza en el manejo de los animales el origen de los problemas.
¿Cuál es la función del estrés?
Selye tomó prestado un término de la ingeniería, la palabra que define la tensión, estrés, para señalar la situación a la que su ratas habían estado sometidas. Acuñó el término Síndrome General de Adaptación y formalizó el concepto que había introducido unos años antes el fisiólogo Walter Cannon, el de la famosa propuesta de lucha o huida.
Así, se concibe la respuesta de estrés como la preparación para una fuerte demanda energética, útil en situaciones de estrés agudo, pero agotadora cuando se establece de forma prolongada (el atasco de tráfico diario, el problema con el jefe que no se resuelve o la hipoteca interminable).
Los terribles efectos del estrés sobre nuestra salud
A partir de ahí, y en las clases sucesivas, mi amigo explica a sus alumnos los efectos de las hormonas del estrés:
- La orden parte del cerebro y se crea un eje hipotálamo-hipófisis-adrenal que maneja el sistema de respuesta del estrés.
- Siempre es igual, sea el estímulo estresante físico, químico o emocional. Todo aquello que rompe el equilibrio pone en marcha la misma respuesta fisiológica.
- El efecto de la adrenalina y los corticoides actúa sobre todo el organismo y en particular sobre los sistemas de equilibrio homeostático, esa palabreja que describe el fino lenguaje de comunicación entre los sistemas endocrino, nervioso e inmune.
- El sistema nervioso autónomo tiene dos ramas, simpática y parasimpática, que se desequilibran hacia la primera con el estrés, y que la segunda se trabaja con la respuesta de relajación.
También les explica con detalle de qué forma diferentes síntomas se asocian a ese desequilibrio en forma de insomnio, alteraciones digestivas, disminución de las defensas, infecciones, autoinmunidad e incluso cáncer. Que el cuerpo resuena con los estímulos estresantes de la vida corriente en que estamos inmersos: las prisas, los problemas y las dificultades que mantenidos de forma crónica consiguen desestabilizar el sistema.
Les cuenta cómo la respuesta de estrés...
- Aumenta el ritmo cardiaco y sube la tensión arterial.
- Modifica el ritmo respiratorio y bloquea el diafragma.
- Altera el metabolismo y paraliza la digestión.
- Disminuye el impulso sexual e inhibe la inmunidad.
- Reduce las capacidades cognitivas, la atención, la concentración y la memoria.
- Desestabiliza el estado emocional.
- Aumenta el colesterol malo y disminuye el bueno.
- Incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular y diabetes.
- Produce pérdida de apetito, úlcera gástrica, colitis y diarrea.
En fin, mi amigo es un experto en todo eso. El otro día estuvo en un congreso internacional explicando a los especialistas cómo su grupo ha demostrado que el estrés agrava las enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple y la colitis ulcerosa. Fuera de estos científicos, todo el mundo sabe que el estrés baja la actividad del sistema inmune y aumenta exponencialmente las posibilidades de ponerse enfermo.
El estrés causa un desequilibrio que se manifiesta con alteraciones digestivas, insomnio, bajada de defensas... Junto con la depresión, se ha asociado a defectos en la reparación del ADN, mecanismo relacionado con el cáncer.
Tanto el estrés como la depresión se han asociado a defectos en la reparación del ADN y a alteraciones en la apoptosis, que constituyen mecanismos básicos de patogénesis en cáncer y enfermedades autoinmunes. La manera de afrontar el estrés, el estado anímico y la intervención psicológica inciden de forma directa en la evolución y la supervivencia de pacientes con enfermedades graves, como sida, cáncer de mama o enfermedad cardiovascular. De hecho, hoy día son cosas tan conocidas que se repiten habitualmente en publicaciones y revistas como esta, y la gente normal, como tú y como yo, ya nos lo sabemos.
Lo primero que he pensado es decirle a mi amigo que pare un poco, pero he intuido su respuesta, quizá parecida al título de este escrito. Dime, si fueras yo, ¿qué le dirías? Ah, por cierto... ¿Y tú, querido lector? ¿Cómo está tu vida? ¿Se te ocurre darte a ti mismo algún pequeño consejo?