El término “anhedonia” se acuñó a finales del s. XIX juntando el prefijo griego an- (falta de) y el sustantivo hedone (placer). Desde la psiquiatría y la psicología, se define la anhedonia como la incapacidad para experimentar placer y disfrutar de actividades o situaciones que, supuestamente, deberían ser gratificantes.

En la actualidad, este concepto se utiliza para describir la sensación de tener todo lo necesario para ser feliz (pareja, trabajo satisfactorio, amistades, familia, etc.), pero, sin embargo, no ser capaz de disfrutarlo.

Anhedonia: significado y su relación con la depresión

La anhedonia puede aparecer como un síntoma, además de en personas que sufren depresiones severas, en trastornos del espectro bipolar, así como en trastornos del estado de ánimo como la distimia (periodos prolongados de tristeza).

Aunque no se puede identificar directamente la anhedonia con la depresión, sí que es un criterio importante para su diagnóstico, ya que la mayoría de las personas con depresión sufren esta incapacidad para disfrutar de su vida.

Para el diagnóstico de la depresión son necesarios otros síntomas añadidos, pero la anhedonia puede ser también una señal de alerta que debe activar las alarmas para trabajar sobre ella y evitar el agravamiento de los síntomas.

Anhedonia: causas de la dificultad para disfrutar

En una primera aproximación, las personas que la sufren describen la anhedonia como una extrema desconexión con su capacidad de disfrutar. No logran disfrutar de las cosas que anteriormente sí les emocionaban y estimulaban.

Cuando en terapia indagamos sobre esta idea, solemos encontrar un problema aún más profundo que subyace a la anhedonia: la desconexión emocional. Estas personas no solo pierden la capacidad de disfrutar, sino también la de identificar y expresar sus propias emociones.

En consulta, muchas personas lo describen como “vivir como un zombie que ni siente ni padece”.

Para tratar de comprender el origen de este problema, debemos comenzar por la primera infancia. Ningún niño nace con anhedonia, más bien ocurre lo contrario. Los bebés y los niños, cuando no tienen interferencias externas, saben disfrutar profundamente de sus pequeñas experiencias diarias.

Solamente cuando crecen y comienzan a descubrir que los adultos tienen ciertas expectativas sobre ellos y que deben comportarse de cierta manera para ser aceptados o para no ser castigados, comienzan a prestar más atención a los demás que a ellos mismos.

Ante todas estas situaciones de presiones externas, carencias emocionales o malos tratos más o menos sutiles, surgen patrones de adaptación que implican una desconexión de las propias emociones para adaptarse a las expectativas y demandas de los demás.

El niño o la niña aprende a esconder sus emociones y deja de escucharse a sí mismo porque hay una necesidad más urgente, procurarse la aceptación y el cuidado de los mayores para sobrevivir.

Mientras es pequeño, esta adaptación tiene unos beneficios inmediatos. Quizá le regañan menos, le hacen más caso o consigue evitar las palizas de su padre, pero a largo plazo, el niño perderá la conexión consigo mismo, con sus intereses y con su capacidad para disfrutar.

Anhedonia: cómo recuperarse a uno mismo

Más que centrarnos en “salir de la anhedonia” como si fuera un enemigo o una enfermedad contra la que luchar, debemos centrar el trabajo en la recuperación de la conexión con uno mismo y con las propias emociones.

Este es un trabajo complicado, ya que suele ocurrir que ese “yo mismo” está enterrado bajo capas de sometimientos y adaptaciones a los demás, pero no es imposible. A pesar de las dificultades, siempre se puede lograr salir de este pozo de desinterés y apatía.

Será necesario trabajar desde todos los frentes posibles. Por un lado, resulta imprescindible la terapia psicológica y el apoyo psiquiátrico cuando sea necesario, pero también hay que apoyarse en el cuidado de la alimentación, potenciar el ejercicio físico, recuperar intereses o aficiones abandonadas, y cualquier actividad que implique dejar de preocuparse por las reacciones de los demás y potencie el autocuidado.

Resulta necesario sustituir el viejo patrón de dependencia y sometimiento a los demás por la nueva costumbre de escuchar a las propias emociones e intuiciones.

Anhedonia: el testimonio real de  Felipe

Cuando Felipe me contactó por primera vez, lo hizo escribiéndome un escueto mensaje de whatsapp: “no hay luz”. De esta forma, me describía su vida dentro de la oscuridad. Felipe se sentía apático, desmotivado, sin esperanza.

Tras una semanas de intercambiar mensajes, Felipe vino a consulta para comenzar su trabajo en terapia. Cuando indagamos en su pasado, Felipe recuperó la memoria de su vida junto a un hermanastro maltratador que descargaba siempre su rabia en el pequeño.

Felipe, intentó resistirse a los abusos todo lo que pudo, pero llegó un día en el que no pudo más y para evitar sufrir más, se desconectó de su dolor. De esta forma, logró sobrevivir, pero, unos años después, al formar su propia familia y afrontar el cuidado de su propio hijo, Felipe se rompió, perdió las ganas de vivir, sus fuerzas y su esperanza.

En terapia, trabajamos para que Felipe pudiera conectar con sus propias emociones y sensaciones. Fue un trabajo duro y laborioso, que llevó su tiempo de asimilación y sanación del daño sufrido. Sin embargo, a pesar de las dificultades, Felipe, poco a poco fue sanando y recuperando sus ganas de vivir. Como me dijo al final de su terapia: “Ramón, vuelve a haber luz”.