Cuando me pidieron que escribiera sobre el trastorno bipolar, pensé de inmediato en mi hermano Juan Luis. Al igual que yo, padecía la enfermedad, pero nunca se la diagnosticaron y se quitó la vida a los cuarenta años, incapaz de comprender que sus altibajos no eran un rasgo de su carácter, sino la expresión de una cruel enfermedad.

Desgraciadamente, el diagnóstico estigmatiza, pero también clarifica y ayuda a convivir con una patología que hasta hace poco se denominaba psicosis maniaco-depresiva.

Mi relación con mi hermano no se caracterizó por su intensidad, sino por largos periodos de separación y pocas experiencias compartidas. Cuando yo nací, él ya no vivía en casa. Por su trabajo, viajaba mucho al extranjero. Sus visitas eran imprevisibles. No le gustaba avisarnos. Simplemente, se plantaba en la puerta y llamaba.

A veces, sonriente y cargado de regalos. Otras, huraño y malhumorado. Yo era un niño y no comprendía bien sus reacciones. Si preguntaba por su infancia y adolescencia, siempre me respondían: “Muy cambiante. Encantador, cariñoso, extrovertido y, de repente, huraño, frío y con tendencia al aislamiento”.

Energía para acabar

En sus últimos años, nos vimos un poco más y noté que algo no funcionaba bien. Un viaje a Guinea Ecuatorial aceleró la tragedia, pues contrajo el paludismo y experimentó alucinaciones. Quizá fue la quinina o algo que desconozco, pero mejoró semanas antes de suicidarse. Su mente se estabilizó, recuperó su sentido del humor y se mostró más activo.

En el punto más bajo de la depresión, careces de iniciativa incluso para hacer algo trágico

Por entonces, yo no sabía que el suicidio exige energía y determinación. Su fatal decisión se consumó a una hora indeterminada de la madrugada. Esa misma mañana había recogido un traje del tinte, habíamos paseado por el Parque del Oeste e incluso habíamos bromeado.

Sin embargo, ya había adoptado las medidas necesarias para poner fin a su vida. Probablemente, su mejoría le dio las fuerzas necesarias para hacerlo. Es algo bastante habitual. En el punto más bajo de la depresión, careces de iniciativa, incluso para hacer algo trágico e irreversible.

Trastorno Bipolar: hacia una sociedad libre de prejuicios

Yo tampoco comprendía lo que me sucedía cuando se apoderó de mí un profundo abatimiento mezclado con brotes de euforia. A los treinta, me diagnosticaron depresión. Diez años más tarde, consideraron que se habían equivocado y que en realidad era trastorno bipolar.

No se trata de un caso de negligencia médica, sino de una confusión habitual. Normalmente, se tarda una década en averiguar que –en algunos casos– la depresión solo es una de las dos caras de la bipolaridad.

No voy a repetir mi historia, que ya he relatado en estas páginas y en un libro autobiográfico. Solo quiero despejar dudas y enviar un mensaje de esperanza. Cuando me diagnosticaron trastorno bipolar, yo ya sabía que la bipolaridad era una forma de psicosis. Dicho de este modo, puede sonar aterrador, pero lo verdaderamente aterrador es que aún se asocie la psicosis a conductas violentas o antisociales.

Para muchos, Norman Bates, el asesino con “doble personalidad” que interpreta Anthony Perkins en Psicosis, la famosa película de Alfred Hitchcock, es el arquetipo de enfermo psicótico. Es más, se tiende a confundir psicosis y psicopatía, cuando lo cierto es que se trata de fenómenos completamente distintos.

Lo verdaderamente aterrador es que aún se asocie la psicosis a conductas violentas o antisociales

La psicopatía es una alteración de la personalidad que aniquila la empatía o incluso frustra su aparición. Es algo común en asesinos y maltratadores, pero también hay comportamientos psicopáticos en la vida cotidiana que pasan desapercibidos.

El maltrato psicológico y la manipulación emocional son notas características de la psicopatía y pueden detectarse en el hombre que golpea a su pareja, el padre o la madre que pega a su hijo, el desalmado que abandona a su perro o el jefe que humilla impunemente a sus subordinados.

Una percepción incomprendida de la bipolaridad

La psicosis no afecta a la empatía, sino a la percepción de la realidad. Deforma los hechos, alterando su significado. Puede consistir en interpretar un gesto banal como una cruel forma de rechazo, pensar que eres el centro de las miradas o sentir que un entorno normal contiene unas insoportables dosis de hostilidad.

En los casos más graves, la psicosis puede presentarse acompañada de alucinaciones auditivas y, más raramente, visuales.

La psicosis puede inducir comportamientos hondamente autodestructivos, pero solo en un 3% de los casos se traduce en actitudes violentas hacia los demás. No incluyo en esa estadística los incidentes sin relevancia penal. Casi nunca se menciona que el riesgo de sufrir una agresión física, maltrato psicológico o cualquier forma de abuso sexual se multiplica por cinco, si se padece alguna enfermedad mental.

Las dos caras de la moneda

La bipolaridad no es “doble personalidad”, si bien es cierto que los estados de manía y depresión afectan a la forma de ser, instigando cuadros de exaltación o congoja. La psiquiatría diferencia entre trastorno bipolar de tipo I y trastorno bipolar de tipo II. En el tipo I, la deformación de la realidad es más aguda y las alucinaciones son frecuentes, pero no aparecen necesariamente. La manía se dispara y el afectado pierde el control de sus actos.

La bipolaridad no es “doble personalidad”, pero los estados de manía y depresión afectan a la forma de ser

En el tipo II, la pérdida de contacto con la realidad es menor y la excitación, menos intensa. De ahí que se hable de hipomanía. Hay una situación particularmente complicada: los estados mixtos con ciclación rápida. En esos casos, la depresión y la manía se manifiestan al mismo tiempo, a veces con diferencia de horas o minutos. Se llama ciclación rápida a los cambios bruscos e imprevisibles.

Los estados mixtos se prolongan a veces durante años. Son más resistentes a la psicoterapia y al tratamiento farmacológico. El riesgo de suicido se incrementa peligrosamente. El 15% de los bipolares se suicidan. En los estados mixtos, la estadística sube hasta un 30%. Yo he pasado por una situación de estas características, pero afortunadamente logré salir de esa espiral.

Vivir con este trastorno: una dura realidad

Actualmente, disfruto de un estado de eutimia o estabilidad. La posibilidad de sufrir nuevos episodios nunca se esfumará, pero gracias a la psicoterapia, la psicofarmacología, la higiene del sueño, la meditación, el ejercicio físico, un entorno afectivo positivo y una rutina enriquecedora, donde desempeña un papel esencial la escritura, he logrado alejarme de la depresión y la manía.

Podría enumerar los síntomas de la bipolaridad, pero prefiero relatar mi experiencia, no sin advertir previamente que existen suficientes recursos para neutralizar los síntomas y hacer una vida prácticamente normal.

Perdí a mi padre a los ocho años y, al parecer, eso cambió mi carácter. Hasta entonces, fui un niño extrovertido y alegre, pero poco a poco me hice solitario, introvertido y melancólico. A los treinta años, una serie de acontecimientos traumáticos agravaron esas tendencias. La tristeza se hizo insoportable.

Lloraba por cualquier motivo. Apenas podía dormir. No lograba concentrarme ni ilusionarme por nada. Era incapaz de tomar decisiones. El más pequeño esfuerzo me resultaba agotador. Perdí veinte kilos en un mes. Obsesionado con la muerte, ideaba planes de suicidio, sin otra preocupación que fracasar.

Si me pidieran una fórmula para ayudar a un bipolar, no vacilaría: ternura, infinita ternura

Creo que la manía brotó como un mecanismo patológico de defensa. De una forma relativamente brusca, pasé de la tristeza a la euforia. Seguí perdiendo peso y mis horas de sueño se hicieron aún más escasas, pero una energía incontenible me empujaba a realizar proyectos disparatados, hablar sin parar, establecer nuevas relaciones.

Ya no me sentía cansado. Subía las escaleras de tres en tres. Compraba cosas innecesarias de forma compulsiva. Mi concentración no mejoró. De hecho, las ideas fluían por mi mente a una velocidad vertiginosa, pero ya no experimentaba deseos de morir. La apatía sexual se convirtió en hiperactividad. Con la autoestima por las nubes, me sentía capaz de todo.

De productividad y manía

Se ha dicho que la bipolaridad es la enfermedad de los artistas y no es falso. La lista de grandes creadores afectados por la enfermedad es muy abultada: Beethoven, Schubert, Schumann, Chaikosvki, Van Gogh, Munch, Virginia Woolf, Poe, Mark Twain, Hemingway, Sylvia Plath, Anne Sexton, Herman Hesse, Nietzsche, David Foster Wallace.

No pretendo compararme con ellos, pero yo, que he publicado dos libros y más de mil artículos en quince años, empecé a escribir durante mi primer brote de manía. Hijo de un escritor olvidado, había descartado seguir los pasos de mi padre, quizá porque mi autoestima era muy débil. Con la manía desapareció cualquier complejo o inhibición. Van Gogh realizó casi novecientas obras en una década, padeciendo un estado mixto.

¿Significa eso que la bipolaridad es una de las puertas de acceso al arte? No creo, pero parece innegable que en una mente creativa la manía incrementa el flujo de ideas e intuiciones, lo cual puede alumbrar periodos de alta productividad. Es el caso de Van Gogh o Sylvia Plath, que escribía a un ritmo trepidante.

Plath afirmaba que tenía un don, pero todo indica que muchas veces escribió bajo los efectos de la hipomanía. No conviene alimentar mitos o visiones románticas. Van Gogh se suicidó con treinta y siete años. Sylvia Plath con treinta. Cuando la hipomanía se convertía en manía o caían en una profunda depresión, no podían trabajar. Si no se hubieran quitado la vida, nos habrían legado una obra más vasta, rica y compleja.

Infinita ternura

No hay que sucumbir al pánico ante un diagnóstico de bipolaridad. Es posible educar las emociones y hay infinidad de recursos para abordar los momentos críticos. Siguiendo ciertas pautas, se puede llevar una vida satisfactoria en lo personal y laboral, con razonables expectativas de éxito y felicidad.

Me hubiera gustado decirle esto a mi hermano, me habría agradado oírlo cuando yo empecé a sufrir los mismos problemas, no renuncio a pensar que algún día la sociedad reaccionará con solidaridad y comprensión, sin estigmatizar ni marginar a los afectados.

Si alguien me pidiera explicar con un término el trastorno bipolar, no dudaría: vulnerabilidad, extrema vulnerabilidad. Si me pidieran una fórmula para ayudar a un bipolar, tampoco vacilaría: ternura, infinita ternura. “La ternura salvará al mundo”, escuché una vez. Quizá no es cierto, pero sí estoy seguro de que puede salvar muchas vidas.

Cómo estar mejor si eres bipolar

Una buena higiene del sueño. Dormir entre ocho y nueve horas al día es esencial. El descanso será más reparador si antes de acostarte das un paseo de media hora y te das una ducha de agua caliente. Conviene cenar al menos dos horas antes y acostarse todos los días a la misma hora, sin prolongar el sueño innecesariamente. Dormir más de nueve horas puede provocar síntomas de depresión. Y una noche sin dormir puede precipitar una recaída.

Hacer ejercicio habitualmente. La actividad física es un excelente antidepresivo. La mente se relaja y libera endorfinas. La Universidad Estatal de California (EE. UU.) realizó un estudio sobre los ejercicios que reducen la tristeza y la ansiedad, y llegó a la conclusión de que el yoga mejora los cuadros depresivos hasta el punto de permitir bajar las dosis de medicación. El ejercicio nos brinda la oportunidad de salir al exterior, relacionarnos y desconectar de los problemas cotidianos.

Mantener una rutina gratificante. Casi nadie puede escoger completamente su estilo de vida, pero hay que hacer lo posible para llevar una existencia satisfactoria, distribuyendo el tiempo inteligentemente. Si sentimos que cada día es una sucesión de penalidades, preservar nuestro equilibrio será más complicado.

Planificar las tareas que producen estrés. Cualquier cambio o novedad puede constituir un motivo de estrés. Debemos anticiparnos a las circunstancias que disparan nuestra ansiedad. Un simple viaje puede crear mucha angustia. Por eso, conviene prepararse mentalmente y organizarse para no enfrentarnos a sorpresas desagradables. No es buena idea dejar cosas para última hora.

No centrarse solo en la medicación. La medicación no cura. Solo mantiene los síntomas a raya. Esto a menudo es imprescindible, pero el camino real para mejorar (y para necesitar menos medicación) es el psicoanálisis u otras psicoterapias.

Aprender a distanciarse de las emociones. Quizá es complicado, pero es posible. Si aprendemos a observar nuestras emociones y distanciarnos de ellas, no nos afectarán tanto. La meditación puede ayudarnos mucho. No se trata de reprimir emociones o recuerdos, sino de dejarlos pasar. En la mente, nada es definitivo. Contemplar un paisaje o sentir el sol en el rostro puede ayudarnos a superar la ofuscación.

Cultivar la amistad. La tendencia al aislamiento es uno de los síntomas más peligrosos y dañinos del trastorno bipolar. El ser humano está incompleto sin un círculo que proporcione cariño, ayude a mejorar la autoestima y soportar las contrariedades. “Nada es más útil a un ser humano que otro ser humano”, escribió Baruch Spinoza en el siglo XVII. Y casi nadie se ha atrevido a cuestionarlo.

Ponerse metas, elaborar proyectos, ser positivo. Es básico elaborar un proyecto de vida, fijarse metas realistas, sentir que avanzamos. El pesimismo es terriblemente destructivo, pues paraliza la iniciativa y nos desalienta ante la más pequeña dificultad. Ser positivo contribuye a mejorar nuestra calidad de vida y a materializar nuestras ilusiones. El optimismo solo es negativo si alimenta expectativas irracionales.

No exponerse innecesariamente . Las actitudes de evitación no son buenas, pero a veces no es conveniente asumir tareas que nos desbordan. La muerte un familiar produce mucho sufrimiento. A veces es recomendable delegar en otros determinados trámites. No debemos sobrevalorar nuestros recursos.

Evitar las relaciones tóxicas. Una persona vulnerable está más expuesta a relaciones tóxicas. No debemos permitir que nadie dirija nuestra vida, decidiendo por nosotros. Una relación de pareja tóxica es especialmente desestabilizadora. Conviene alejarse de personas celosas, culpabilizadoras, dominantes y chantajistas.

No precipitarse a la hora de tomar decisiones. Los bipolares son hiperemotivos e impacientes, lo cual les incita a ser impulsivos. Una decisión importante puede esperar, y si es algo secundario, tampoco hay prisa. Dar marcha atrás no siempre es factible, por eso hay que pensar bien las cosas.

Relativizar los fracasos. El fracaso es una experiencia inevitable y necesaria que nos ayuda a madurar. Si no conseguimos algo, podemos intentarlo otra vez. O cambiar de objetivo. Si no culminan un ascenso a la primera, los alpinistas aprenden de cada error y lo intentan de nuevo. Debemos seguir su ejemplo. Y si la montaña nos resulta inaccesible, buscar otra a la altura de nuestras posibilidades.

Mantener una vida sexual satisfactoria. Como el ejercicio, el sexo es un buen antidepresivo. A veces, la medicación provoca una disminución de la libido, pero eso no afecta al contacto físico, las caricias, los besos. Sentir la cercanía de otra persona es una fuente de bienestar que siempre contribuirá a que estemos mejor.

No sincerarse con los extraños. La familia cercana y los amigos íntimos deben conocer tu problema, pues si no es así, pueden malinterpretar tus emociones. Pídeles que se informen sobre la enfermedad: la relación mejorará y podrán comprenderte mejor. En cambio, no hay ninguna necesidad de compartir tus circunstancias con personas que podrían responder con rechazo.

No perder la esperanza. Es lo más importante. El trastorno bipolar afecta a millones de personas y la mayoría logra controlar la enfermedad. Si estás en un mal momento, no caigas en la visión túnel, que lo pinta todo negro. Aunque no se perciba a primera vista, siempre hay alternativas. Y si no las percibes, pide ayuda. Hay asociaciones que te pueden prestar apoyo.