Mientras cabalgamos de una urgencia a la siguiente, a menudo postergamos cosas que consideramos importantes para nosotros.

Cuando la abulia –una palabra tan antipática como procrastinar– se convierte en nuestra forma de funcionar, podemos llegar a sentir que nos estamos perdiendo lo mejor de la vida.

Aplazar lo que nos proponemos

Quien escribe este artículo tiene la costumbre nada práctica de llevar su agenda en un Word. En ese archivo, voy anotando las cosas que debería hacer bajo cada fecha que tecleo en negrita. Sea por optimismo o por inconsciencia, solo logro realizar una pequeña parte de lo que me he propuesto. El resto lo traslado más abajo, con la esperanza de poderlo hacer en el futuro.

Esta «backlist» de cosas pendientes ocupa hoy más de 150 páginas de denso interlineado simple con cuerpo de letra 10. Si cuento las palabras, supera la extensión de algunos libros míos, como por ejemplo Ikigai. ¿Cómo he podido llegar a esto?

Aunque no todo el mundo alcanza estos extremos, la procrastinación es consecuencia de una gestión del tiempo basada en la productividad a ultranza. Nos vemos impelidos a hacer el máximo de cosas –también en el tiempo libre–, y como muchas de ellas se caen de la agenda, las trasladamos al futuro con la promesa de realizarlas más adelante.«Cuando tenga tiempo», nos decimos para tranquilizarnos.

Sin embargo, la pregunta es: ¿cómo vamos a tener tiempo si no dejamos de agregar objetivos a nuestra «to-do list»?

Para dejar de procrastinar puede ayudar comprender primero por qué procrastinamos. Así que vamos a ello: vamos a tratar de comprender por qué vivimos con ansiedad y abonados a la procrastinación.

Las leyes y trampas que explican por qué procrastinamos

Teniendo en cuenta que el tiempo parece acelerarse a medida que nos hacemos mayores, con la edad deberíamos ser más rigurosos y exquisitos con nuestros propósitos.

Para ser gourmets del tiempo, no solo se trata de renunciar –al menos, en el tiempo libre– a todo aquello que no nos apetece hacer. Eso sería más o menos fácil. El gran reto es renunciar a algunas cosas que sí nos gustaría hacer para dedicarnos a nuestras verdaderas prioridades.

A la hora de «presupuestar» en tiempo aquello que nos proponemos, hay que tener en cuenta dos curiosas leyes que los expertos manejan:

  1. Ley de Parkinson. Formulada en 1957 por el británico Cyril Northcote Parkinson, nos dice que «el trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo disponible para completarlo». Es decir, nunca sobra, lo cual explica que, cuando acabamos una tarea, ya nos espera la siguiente.
  2. Ley de Hofstader. Acuñada por un científico neoyorquino, complementa la anterior al asegurar que «cualquier tarea que pretendamos abordar llevará siempre más tiempo del previsto». Esto es así porque, al menos por lo que respecta al tiempo, somos optimistas por naturaleza.

Estas dos leyes nos invitan a ser austeros con el número de proyectos que asumimos. De hecho, los especialistas en la gestión del tiempo aseguran que no se puede tener más de tres frentes abiertosSi añadimos más focos a nuestra exigida agenda, se vendrá abajo todo el tinglado.

Sabido todo esto, aunque tengamos un número de objetivos reducido, o incluso solo uno, el camino para completarlo está minado de fugas de tiempo que pueden dar al traste con las mejores intenciones. Además del poder hipnótico de las redes sociales, que pueden hacerte perder una hora o media vida.

Como comentaba Stephen Covey en su célebre diagrama, lo urgente es importante para otros y le damos prioridad, mientras que lo importante para uno suele dejarse para el final o directamente se procrastina.

Ser cumplidor con las necesidades ajenas, además, tiene un pernicioso efecto bola de nieve. En el mundo de la empresa, se dice que cuando hay una tarea que «quema», lo mejor es dársela a la persona más ocupada, porque será la primera en quitársela de encima.

Lo mismo sucede con la bandeja de e-mails. Si contestamos de manera ágil a todos los mensajes que nos llegan, el correo aumentará exponencialmente. Es lo que se conoce como la trampa de la eficiencia: cuando se sabe que estamos disponibles para todo el mundo, las peticiones se multiplican.

10 claves para cumplir tus prioridades

Oliver Burkeman propone 10 estrategias para, en lugar de lamentar: «No me da la vida», cumplir con nuestras prioridades:

  1. No añadas tareas nuevas hasta que completes las vigentes. Es de sentido común, pero aplicar el «antes de entrar, dejen salir» nos ahorrará estrés y los frustrantes aplazamientos.
  2. Aborda los proyectos de uno en uno. Otra obviedad que a menudo es obviada. Si nos entregamos al multitasking, no terminaremos nada. El autor del libro Cuatro mil semanas recomienda tener, como mucho, un proyecto laboral y otro no laboral en marcha a la vez.
  3. Decide de antemano en qué fallar. Si eres de hacerte listas, señala con un asterisco qué metas no pasaría nada si no las cumples. Esto te ayudará a priorizar.
  4. Recuerda lo que ya has hecho para motivarte. Si solo piensas en tus «deudas» es fácil que te desalientes. Para un escritor en proceso, por ejemplo, es motivador tomar conciencia de las páginas que ya ha completado.
  5. Limita tu tiempo en las redes. En lugar de dejarte remolcar por contenidos random, ve solo a aquello que te interesa. Infórmate de lo que has elegido conscientemente y apaga. Tu misión personal reclama tu atención.
  6. Emplea tecnología aburrida. Burkeman confiesa que eliminó la mayoría de aplicaciones de sus dispositivos, cambiando incluso la colorida pantalla por un fondo gris. La finalidad era ver el móvil y el ordenador como los instrumentos que son, no como un juguete.
  7. Recupera el presente. La abulia es un constante dejar para después lo que podrías hacer ahora, incluyendo disfrutar de la vida. Un antídoto es abrir los sentidos y el corazón a todo lo que hacemos.
  8. Cambia el control por la curiosidad. En lugar de hacer planes que deben reajustarse constantemente, trata de averiguar que está sucediendo ahora y con quién estás.
  9. Practica la generosidad instantánea. Cuando quieras dar algo –tu atención, tu escucha, tu cariño– a alguien, hazlo ahora. Llama a esa persona, en lugar de «agendar» compromisos futuros.
  10. Aprende a no hacer nada. Bajo el hábito de la procrastinación está la adicción a llenar todos los huecos. Acostúmbrate a los descansos sin objeto.

 

El perfeccionismo y el miedo al fracaso, tus peores enemigos

La procrastinación se define como la pérdida voluntaria del tiempo según la profesora de filosofía María José Marchant. Se produce cuando desplazamos al futuro las experiencias que queremos vivir ahora, haciendo en su lugar actividades secundarias, como fugas que se llevan nuestros mejores planes.

Bajo ese síndrome se oculta muchas veces el perfeccionismo o el miedo a fracasar, con lo que eludimos el resultado posponiendo una y otra vez. Las redes sociales, el televisor, acudir a compromisos a los que no deseamos ir o las compras de última hora son agujeros que drenan nuestro tiempo.

Ahora es el momento

«La mayor debilidad de un erudito es llamar investigación a la procrastinación», decía Stephen King, el rey del terror. Muchas veces el exceso de preparativos encubre la abulia, a modo de excusas para no empezar lo que debemos hacer, sea por temor a fallar o por la pereza que nos da invertir todas nuestras energías en lo importante.

Jeniffer Roberts, profesora de Historia del Arte en Harvard, daba a sus alumnos al inicio de curso una tarea que provocaba suspiros de dolor: escoger una obra de un museo local y contemplarla durante tres horas seguidas. Con ello pretendía entrenar a sus estudiantes para que profundizasen en el presente, en vez de proyectarse al futuro.