Cada septiembre, como cada fin de año, muchos nos hacemos una lista de buenos propósitos, cambios efectivos que queremos llevar a cabo para esa "vida nueva" que vamos a empezar en el nuevo curso o año. Pero, ¿cuántas de estas iniciativas se acaban culminando?

Cuando los proyectos abandonados superan de largo los realizados, suele deberse a dos causas: o nos trazamos objetivos poco realistas, o bien hemos adquirido el mal hábito de posponer.

1. No busques excusas

El mundo está lleno de personas que se disponen a iniciar una dieta, que están dejando de fumar, o que tienen intención de acudir al gimnasio que pagan desde hace varios meses para nada.

Y encuentran mil excusas para justificarse, ya que creen efectivamente que acabarán haciendo aquello que postergan sin cesar. Tratan de convencerse de que el retraso es una excepción, cuando en realidad se ha convertido en una regla.

La Dra. M.S. Roberts analiza en su libro ¡No lo dejes para mañana!, publicado en castellano por Sirio, esta dinámica que los especialistas denominan abulia.

Los expertos denominan 'abulia' al ponerse excusas para postergar las tareas.

Es responsable del bajo rendimiento escolar (un 50 por ciento de los estudiantes reconocen que no "van al día") e incluso de importantes problemas de salud: en un estudio realizado en 1990 se demostró que la incidencia del cáncer de mama se reduciría en un 30 por ciento si las mujeres se hicieran las mamografías en el plazo aconsejado.

2. Enfréntate al miedo al fracaso

¿Qué hay detrás de esta dinámica que, además de tantas complicaciones, nos genera frustración y sentimiento de culpa?

Por una parte existe una incapacidad para administrar bien el tiempo, así como la tendencia a abrumarse ante el inicio de un proyecto: la sensación de no saber por dónde empezar.

Sin embargo, en el fondo del problema suele estar el miedo al fracaso. Muchas personas retrasan permanentemente el inicio de un proyecto porque temen estrellarse.

Para William Knaus, que fue asesor de Bill Clinton en estadísticas de salud, las personas que posponen por sistema padecen un síndrome de "autoduda".

Es decir: no confían en sus posibilidades, además de tener una baja tolerancia a la presión que imprimen las grandes metas.

Debido a eso las personas menos constantes suelen preferir pequeñas recompensas a corto plazo (por ejemplo, ver un programa de tele en vez de acudir a la facultad) a las recompensas mayores a largo plazo como la realización académica o profesional.

3. Sigue un plan de acción

No todas las personas que postergan sus planes se hallan en el mismo nivel. De hecho, los especialistas distinguen entre dos tipos básicos de abulia: la que afecta a cuestiones cotidianas y la que paraliza decisiones fundamentales para la vida.

A esta segunda categoría pertenecen las personas que han detectado un problema grave, como dificultades en la pareja o hábitos claramente perjudiciales para la salud, pero no hacen nada para remediarlo.

Cuando la crisis finalmente estalla, ya no se pueden tomar medidas correctivas, sino solo de emergencia. En otras palabras, reaccionamos en lugar de actuar.

Esta pasividad es responsable de fracasos en todos los ámbitos vitales, pero también de situaciones puntualmente engorrosas como quedarse clavado en mitad de la autopista porque nos daba pereza llevar el coche a revisión.

La solución es reconocer el problema y elaborar un plan de acción con expectativas realistas. Una hoja de ruta personal que revisaremos regularmente -por ejemplo, un día por semana- para saber si estamos cumpliendo el rumbo que nos hemos marcado.

Una vez en marcha, probablemente nos demos cuenta de que aquello que nos parecía tan difícil está al alcance de nuestra mano. Este pequeño paso bastará para acabar con la autoduda y la ansiedad que nos produce posponer la vida que deseamos.