Entre los profesionales sanitarios y la sociedad predomina aún el paradigma microbiano infecto-contagioso: el mundo está poblado por microbios peligrosos y el sistema inmunitario puede fallar, por lo que el tratamiento antibiótico es el más científico.

Sin embargo, desde hace años se avanza hacia un nuevo paradigma. Estamos inmersos en un microcosmos evolucionado, complejo y sabio con más de 4.000 genomas de bacterias por gramo de tierra. Y nosotros vivimos en simbiosis con nuestra propia flora.

Vivir en equilibrio con las microbiotas

La infección es el resultado de un desequilibrio en la relación entre esos microbios y el huésped que los alberga. Cualquier tratamiento antimicrobiano debería tener en cuenta a nuestros aliados microbianos, y el antibiótico usarse solo si es imprescindible, acertado, de estrecho espectro y limitado en el tiempo.

Nuestra flora o microbiota, con poblaciones de bacterias específicas para cada parte del cuerpo, vive en continuo intercambio con las microbiotas del ambiente, en especial con la de los alimentos, pero también con la del agua (de mar, mineral, de abastecimiento...), la del suelo, la del aire... Todas esas bacterias del ambiente forman también parte de nuestra microbiota.

Se habla mucho de la microbiota digestiva, sin duda esencial, que posee varios microsistemas: el del estómago, el del intestino delgado, el grueso... La alimentación es fundamental a la hora de mantener el equilibrio de estos microsistemas. Pero también tenemos bacterias en nuestra piel, en la boca, en las mucosas nasales, en los genitales...

En la piel diferentes poblaciones de bacterias conviven en el manto sebáceo, con zonas especialmente pobladas y de características individuales en axilas y ombligo. Todas esas bacterias protegen nuestra piel y forman una flora que debemos especialmente cuidar, limpiar y lavar, siempre respetando nuestro manto ácido y el equilibrio del mismo.

La flora respiratoria tiene un microsistema especial. En las mucosas nasales, en los senos nasales, hay estafilococos, neumococos, anaerobios, familias de bacterias cuyos nombres nos pueden sonar mal, pero conviven como flora habitual sin darnos problemas.

 

Contacto con probióticos saludables

El mundo microbiano forma parte de nuestra vida, de nuestra experiencia vital, y es importante disfrutar con él. Ser consciente de que los alimentos, la tierra, los besos, las caricias, las relaciones... también están llenos de probióticos saludables.

Hay que favorecer el contacto con el medio ambiente que nos huele a limpio, con el agua pura, con aquello que nos resulta agradable. Hay que dejar que nuestro instinto, los sentidos, y el corazón nos guíen a la hora de relacionarnos con toda esa vida. 

Cómo te ayuda tu instinto a cuidar tu microbiota

Cuidar y nutrir tu microbiota es más sencillo de lo que crees, solo tienes que seguir tu instinto y ser respetuoso con tu cuerpo. Estas claves te pueden ayudar:

  • Tomar alimentos fermentados: nuestra flora o microbiota intestinal se nutre a diario de la microbiota de los alimentos, especialmente de la de los fermentados. Ahora bien, debes tener en cuenta que los vegetales fermentados se asocian a una flora intestinal mucho más sana que los fermentados de origen animal. 
  • Contacto con la naturaleza: a través del contacto con el aire limpio, el agua pura y la tierra –una tierra que huela bien, como la arcilla, la arena...– también mantenemos intercambios bacterianos beneficiosos para la salud. Todos esos contactos tienen que resultarnos agradables; si algo nos huele mal, nos resulta desagradable, nuestro instinto nos puede estar avisando de algún peligro o de que nuestra microbiota puede salir perjudicada.
  • Contacto con otras personas: el contacto con otras personas es también fuente de intercambio de microbiotas. Una vez más, el instinto aquí nos ayuda a elegir bien.
  • Respetar nuestra propia flora: la higiene diaria de nuestro cuerpo, ambiente, ropa... es necesaria, pero hay que evitar detergentes, cosméticos o dentífricos agresivos que puedan perjudicar a nuestra flora y, en consecuencia, a nuestra salud.
  • Potenciar la lactancia materna siempre que se pueda: En general, es muy deseable que la flora fecal, faríngea y superficial de la madre sea transmitida al hijo en el momento del parto. Después, la lactancia materna asegura una eficaz transmisión solidaria de las bacterias autóctonas, que defenderán al bebé de colonizaciones indeseadas. Mientras dura la lactancia exclusivamente materna, los mismos gérmenes (lactobacterias) simbióticos del intestino protegen el tramo final de los conductos galactóforos. Cuando se complementa la alimentación con otros alimentos, la flora intestinal del niño se modifica poco a poco hasta conseguir unas características similares a las de sus parientes cercanos. 

Un cambio de paradigma en la historia de la microbiología

Hoy en día el mundo está lleno de microbiólogos (más de 2.000 en España) que han llenado de nombres (género, especie) el mundo microbiano. Ya hay descritas 10.000 especies bacterianas y unos 3.200 virus. Estas cifras suponen menos del 0,1% del total.

Aunque el foco televisivo se pone en el virus o coronavirus que causa la crisis del momento,  tenemos microbios por doquier:

  • Microbios ambientales: acuáticos (dulces, marinos...), terrestres (suelos, minerales...),  aéreos (naturales, artificiales),  extremos (Termófilos,  Halófilos, Acidófilos)
  • Microbios alimentarios: lácteos, vegetales, cárnicos.
  • Microbios industriales: farmacéutica, compostaje, arquitectura, cerámica, informática ...
  • Microbios sanitarios: infecciosos, antibióticos, probióticos. 

En 1962, Thomas S. Kuhn publica en Chicago La estructura de las revoluciones científicas, donde propone el concepto de "paradigma" y analiza la evolución de los conceptos científicos a través del tiempo.

Según esta teoría, los modelos científicos satisfacen las creencias establecidas, mayoritarias dentro de cada especialidad. Los experimentos tienen un sesgo predeterminado. Los resultados anómalos, o la complejidad creciente, hacen surgir nuevas interpretaciones inicialmente rechazadas.

Con el tiempo, un nuevo paradigma sustituye al viejo (revolución científica), y la ciencia se reescribe. Desde esta perspectiva, la microbiología se encuentra hoy en día en esa revolución de paradigma.

En la historia de la microbiología, la lucha en torno a la generación espontánea y el descubrimiento de las primeras bacterias patógenas hizo cambiar el paradigma y apareció el modelo clásico, liderado por Pasteur y Koch.

Hacia 1880, Koch formuló sus postulados con los que pretendía relacionar las bacterias descubiertas con enfermedades específicas conocidas:

  •  El microorganismo debe hallarse siempre en el animal enfermo y no en los sanos.
  • El microorganismo debe aislarse de animales enfermos y cultivarse en un cultivo puro, separado del animal.
  • El microorganismo aislado en cultivo puro debe iniciar y reproducir la enfermedad cuando se vuelve a inocular a animales susceptibles.
  • El microorganismo debe ser aislado de los animales experimentales infectados.

Pronto se vieron las limitaciones de los postulados de Koch, incluso con el bacilo que lleva su nombre y se supone que produce tuberculosis, pues su contacto no siempre la produce en todos los sujetos con los que contacta. En la actualidad, sin embargo, la mayoría de los profesionales sanitarios y la población en general se adhiere a este paradigma microbiano infecto-contagioso.

En 1986 Margulis y Sagan, con su libro Microcosmos, y Lovelock, con La Hipótesis Gaia, proponen un modelo de biosfera que se mantiene sobre todo gracias a poblaciones microbianas interrelacionadas. Esto dará un vuelco en la teoría microbiana y es lo que marca el inicio de un largo camino hacia ese nuevo paradigma en el que resulta evidente que estamos inmersos en un microcosmos evolucionado, complejo y sabio con más de 4.000 genomas de bacterias por gramo de tierra. Vivimos en asociación con nuestra propia flora, en simbiosis, hay más de 100 bacterias humanas por cada célula nucleada humana.