El divorcio pone un punto y final a una relación de pareja que estaba deteriorada. Independientemente de los motivos por los que se haya llegado a esta decisión y el acuerdo o desacuerdo entre los miembros de la pareja, esta ruptura siempre comporta una pérdida, ya que cierra un proyecto de vida al que se habían dedicado muchas ilusiones y energías.

Por ello su final despierta un sinfín de emociones, como pueden ser ira, desprecio, rabia, dolor, frustración .. . Precisamente porque el divorcio implica una pérdida, no se reduce a una simple decisión.

Consiste ante todo en un proceso que concluye cuando se ha podido asimilar la separación, elaborar el duelo consiguiente, reducir los sentimientos negativos que se hayan generado e integrar esa parte de la vida que ha quedado atrás, sin rechazarla drásticamente ni tampoco aferrarse a ella.

¿Cuáles son las etapas del divorcio?

Por regla general, dentro de un proceso de separación o de divorcio pueden destacarse una serie de etapas:

  • Traumática. Sea una decisión prevista o inesperada, cuando se llega a ella lo que surge primero es un gran dolor, al igual que ante la muerte de un ser querido, que deja a la persona afligida e incapaz de pensar en otra cosa. Todo se ve de color negro y es difícil hacer una proyección de futuro clara y serena.
  • De negación. Pasados los primeros días domina una sensación de incredulidad. Expresiones como "no puede ser" o "parece que esté soñando" acompañan los sentimientos, como si la persona no diese crédito a lo que ha ocurrido.
  • De conciencia. Poco a poco se va tomando conciencia de la nueva realidad, aunque eso no quiere decir que haya más tranquilidad: a menudo es la etapa más compleja porque se aprecia la frustración del proyecto de vida en común, aparece la soledad y se perciben plenamente los cambios familiares, sociales y económicos. Todo ello comporta un torbellino de emociones y sentimientos contradictorios que se reflejan en cierta tristeza y temor al futuro. Puede aparecer la culpa por el daño que se les pueda causar a los hijos -si los hay-, el cuestionamiento personal por los posibles errores, las dudas de si es la mejor decisión...

Aunque sea difícil, la toma de conciencia es una etapa normal del proceso, que exige sobreponerse día a díapara seguir avanzando.

  • De aceptación. Cuando se logra un apaciguamiento de los sentimientos contradictorios empiezan a prevalecer la lógica y la razón. Es entonces cuando se acepta la nueva realidad y se percibe con más claridad lo ocurrido. Pero algunas personas pueden enemistarse con su ex-pareja por sentir que les ha traicionado o ha frustrado sus expectativas, hasta el extremo de querer perjudicarla o dañarla. Se hace preciso, pues, que ese fantasma deje de dominar las emociones y pensamientos.
  • De restablecimiento. Es la etapa final del proceso. Cada cosa está en su lugar, se da laimportancia que conviene al pasado pero la persona deja de mirar atrás constantemente porque se siente tranquila y capaz de ir adelante. Se ha logrado una reconciliación con la antigua pareja, por lo menos en el interior, y eso reconforta.

¿Has superado a tu ex-pareja?

No siempre es fácil llegar al final de estas etapas. El vacío que puede sentirse después de la separación provoca diversas formas de malestar que pueden ir desde la depresión y la ansiedad hasta distintos tipos de somatización, como insomnio, falta de apetito, fatiga, etc.

Si se dan estos síntomas significa que perdura una unión inconsciente y que no se ha producido la separación interna necesaria para llevar adelante una nueva vida, en soledad o con otra pareja. Estas señales permiten detectarlo:

  • Se recurre a la ex-pareja para aliviar el malestar y la soledad.
  • Se tiende a pensar obsesivamente en la otra persona, que está muy presente en las conversaciones con los demás.
  • Se fantasea a menudo con la posibilidad de una reconciliación.
  • Cuesta sobrellevar fechas señaladas, ya que siempre habrá un primer cumpleaños, unas navidades o un aniversario de la boda sin la otra persona.

Dichas señales denotan que permanecen encendidas ciertas brasas del enamoramiento. La melancolía lleva a relacionarse con la pareja como si estuviera presente, negando la realidad. Pero todavía es posible encontrar señales de cariz aún más negativo, por ejemplo:

  • No poder dejar de guardar rencor por el daño que se ha recibido.
  • Creer que la ex-pareja está en deuda con uno y que es incapaz de agradecer lo mucho que obtuvo con la relación.
  • Las referencias a la otra persona son siempre despectivas y están llenas de reproches y descalificaciones.
  • Poner múltiples trabas a todo tipo de negociación respecto a la separación: vivienda, economía e, incluso, hijos.

Cuando aparecen estos indicadores existe una gran ambivalencia: sigue habiendo cierto nexo afectivo del que no es posible desprenderse y que se transforma en hostilidad hacia el otro precisamente para no reconocer esa vinculación. En ambos casos el proceso de separación está detenido.

Probablemente lo que está en juego no es tanto un vínculo amoroso con la ex-pareja como una mezcla de dependencia y apego hacia ella. Suele ser común en personas con baja autoestima, que tienden a crear relaciones dependientes y toleran mal la frustración.

Partir y dejar partir

Ya sea a través del intento de continuar siendo amigos o a través de cierta tensión y agresividad, la persona no está rehaciendo su vida y tampoco permite que la ex-pareja lo haga. Consciente o inconscientemente, se utilizan mecanismos para retener el apego por la otra persona en una forma de autoengaño.

Para salir de este callejón quizá sea necesario recurrir a un psicólogo y trabajar los aspectos de la personalidad que están bloqueados. Pero a nivel individual también hay formas de ayudarse. Por ejemplo:

  • Buscar apoyo en amigos y familiares para no vivir la situación en soledad.
  • Realizar solos actividades que antes se compartían con la pareja, como ir al cine, al teatro o practicar deporte.
  • Identificar los beneficios que proporciona vivir solo, como gozar de una mayor libertad de horarios y volver a dedicar tiempo a aficiones a las que quizá se renunció innecesariamente.
  • Cuidarse físicamente, prestando atención a la alimentación, al propio cuerpo y a los hábitos de salud.
  • Ser positivo, ya que los pensamientos constructivos permiten encaminarse hacia un futuro más realista y optimista.
  • Si se tienen hijos, dedicarles todo el tiempo posible, dado que la relación con ellos resulta muy gratificante y tienen una gran capacidad de adaptación.

Al final de todo este trabajo la persona encuentra la llave de la libertad, comprende que, más que aprender, debe desaprender, se da permiso para seguir adelante por sí misma y permite que su ex-pareja también se sienta libre.

La alargada sombra de la ex-pareja

Tras haber superado con éxito las etapas de un divorcio una persona debería darse permiso para empezar una nueva relación amorosa.

Una forma de percibir si se está preparado para ello es ver si se puede recordar a la pareja anterior sin rencor, dolor o nostalgia. La prueba de fuego vendrá cuando comience una nueva relación.

Será entonces cuando pueda llegar a reavivarse el fantasma de la ex-pareja, tanto si esta interviene para reconquistar en parte su territorio como si se establecen comparaciones, positivas o negativas, entre ambas personas.

Es evidente que pueden darse coincidencias y similitudes que puedan hacer revivir situaciones pasadas, y también pueden surgir diferencias que aboquen a la nostalgia... o a la euforia. La clave no es pensar si la nueva pareja es mejor o peor, si se parece en esto o aquello, sino comprender que se trata de personas distintas.

Con las comparaciones lo único que se logra es herir a la nueva pareja y sugerir que no se ha dado una separación completa, pues pervive cierto vínculo con la ex-pareja.

La ilusión que genera el inicio de una nueva relación puede verse interferida si la ex-pareja se entromete en todo, pero también si se utiliza continuamente la comparación entre la pareja antigua y la actual de forma muy crítica con la primera. Para evitar esos errores conviene:

  • Aprender del pasado comentando con la nueva pareja las biografías de ambos, los posibles fracasos que cada uno haya tenido en sus relaciones, los sentimientos que estos hayan generado. el modo de resolverlos, etc.
  • Qua la pareja actual esté al corriente de los posibles contactos que se tengan con la anterior. sea para abordar temas personales que haya que solventar o para hablar de los posibles hijos en común.

Un buen ejemplo a los hijos

Todo este largo proceso se complica cuando hay hijos, principalmente porque se siente la obligación de protegerles del dolor que para ellos supone la separación de los padres, y también de las posibles discusiones que puedan aparecer en las negociaciones para establecer un régimen económico y de visitas.

Ante todo hay que intentar solventar las diferencias al margen de los hijos y no hablarles a estos de forma negativa o despectiva de su padre o madre.

Una vez llegado el divorcio, en muchos casos se opta por dejar de mantener cualquier contacto con la ex-pareja, pero esto no es posible si hay niños, porque el divorcio solo es entre los padres y estos tienen la obligación de mantener su vinculo parental con los hijos y su responsabilidad para educarlos de común acuerdo.

Unos padres que literalmente no se hablan están ofreciendo un pésimo ejemplo educativo a sus hijos sobre cómo abordar los problemas vitales que les atañen personalmente. Es preciso, pues, mantener una relación cordial en beneficio de todos, ya que los niños tendrán mejores relaciones con los padres si ven que cada uno desea lo mejor para el otro y que pueden cooperar en beneficio de los hijos.

Conviene, por tanto, aprender a mantener un nuevo tipo de relación que deje atrás los conflictos pasados, las situaciones de tensión vividas y el posible deseo de chantaje, y aprender a utilizar nuevos modos de comunicación y diálogo que dejen fuera las antiguas diferencias. Debe anteponerse a todo ello el interés por los hijos en común y el respeto mutuo para su bienestar, intentando evitar nuevos enfrentamientos.

Claves para evitar los conflictos

Mantener durante algún tiempo cierta relación con la ex-pareja puede servir de apoyo mutuo o para aclarar mejor las cosas. También deberá procederse así cuando haya hijos.

En esos contactos conviene evitar conflictos. Por tanto es preferible:

  • No querer resarcirse o vengarse del dolor de la ruptura poniendo a los hijos en medio de cualquier negociación: régimen económico, visitas, pautas educativas...
  • Distinguir entre "sentirse atacado" y "ser atacado". A menudo se pierde la objetividad y se reviven antiguas pautas de relación donde sí podían darse realmente esos ataques.
  • Escuchar serenamente lo que dice la ex-pareja, puesto que esa escucha no implica forzosamente una aceptación. Más tarde se podrá mostrar acuerdo o desacuerdo con plena tranquilidad y, sobre todo, dando prioridad a lo que objetivamente sea mejor para los niños.
  • No ir con ideas preconcebidas ni creyendo que es uno quien tiene la razón. Hay que tratar de ver lo que pueda haber de positivo o negativo en las propuestas del otro.
  • No responder de forma irónica o burlona para que el otro no se sienta agredido y opte por defenderse atacando. De ese modo se alimenta un círculo vicioso como el que posiblemente condujo al divorcio.
  • Ante una discusión hay que procurar hablar de los sentimientos propios (en primera persona) y no juzgar al otro. Si el enojo perdura, se puede proponer otro encuentro que permita llegar a un acuerdo más ecuánime y sobre todo más beneficioso para los niños.
  • Cuando el acuerdo no es posible y las posturas están muy enfrentadas es recomendable acudir a un mediador familiar o a un terapeuta infantil (si se tienen hijos), que pueda servir de ayuda para llegar a tomar decisiones razonables para todas las partes.

Lecturas para profundizar

  • En lo bueno y en lo malo: la experiencia del divorcio; Mavis y Kelly, Ed. Paidós
  • El divorcio y los segundos matrimonios; Agustín Palacios, Ed. Diana
  • Acabar bien: cómo afrontar la separación y el divorcio; María Helena Feliu, Ed. Martínez Roca