El divorcio (o la separación) es, a veces, la única o la mejor solución a un problema existente entre una pareja de adultos.

Pero conviene no olvidar que cuando existen hijos fruto de esa relación que ahora se rompe, esta solución implica el inicio de una nueva forma de relacionarse con ellos, puesto que de los hijos nadie se divorcia.

Independientemente de los acuerdos alcanzados de forma consensuada o a través de una sentencia, es responsabilidad de los padres mantener el papel paterno o materno de la forma más sana y positiva posible, al margen del tipo de custodia acordada.

Una cuestión son los aspectos legales y otra, las implicaciones afectivas que requiere el buen desarrollo emocional de los hijos.

Si llevando una vida en común y siendo felices pueden darse contradicciones respecto a la educación de los niños, qué puede llegar a suceder cuando la convivencia se ha roto, el amor se ha acabado y, en ocasiones, el respeto se ha perdido.

En este artículo se reflexiona sobre lo que ocurre con los hijos después del divorcio y se ofrecen una serie de consejos para que, aunque tengan dos hogares distintos, los niños sepan que sus padres les siguen queriendo y tratan de darles la mejor educación.

Rehaciendo la vida tras la ruptura

Toda ruptura de pareja lleva consigo una etapa de duelo, un proceso de separación psicológica que implica una serie de pasos más o menos dolorosos en función de los motivos de la ruptura. Al final debe alcanzarse un equilibrio emocional que permita aceptar tanto la separación como la nueva situación.

Se trata de un proceso difícil pero que se debe llevar a término, no solo porque el bienestar personal depende de él, sino porque también es un requisito para el bienestar de los hijos. Solo a partir de esta aceptación será posible volver a ser personas independientes, con nuevas metas y objetivos vitales.

Los pequeños agradecerán que cada uno de esos hogares que se configura después de la separación tenga personalidad propia. Si los hijos ven que sus padres vuelven a ser personas felices y coherentes, se adaptarán mejor a la convivencia por separado con el padre y con la madre.

También aceptarán mejor las pautas que estos les vayan indicando aunque ya no estén juntos. Ahora bien, esas pautas deben tener una continuidad en ambos hogares, lo que implica un acuerdo entre los padres respecto a la educación de los hijos, aunque no haya sido posible seguir conviviendo como pareja.

¿La cordialidad es posible?

Es evidente que la relación con la ex-pareja repercute en los hijos. Por eso, aunque las emociones a veces no sean fáciles de asumir, hay que procurar reducir las diferencias, la negatividad y las críticas.

No se trata de ser forzosamente "amigos", pero sí de procurar mantener una relación cordial que permita continuar siendo padres a pesar de la separación.

Cuando esa cordialidad no resulta factible porque pesan más los sentimientos negativos, el rencor o el dolor, es preferible acudir a un mediador familiar que asesore en ese difícil momento.

Claves para llevar bien las diferencias con la ex pareja

De todos modos, existen algunos consejos que permiten evitar los errores más comunes:

  • Dialogar con la ex-pareja tratando de acercar posturas sobre lo que se considera mejor para los niños.
  • Llegar a acuerdos que permitan mantener posturas similares en las cuestiones más trascendentales para la educación: las tareas y responsabilidades que deben realizar en cada casa, la importancia de seguir una buena escolaridad, los hábitos higiénicos y de alimentación, los horarios, etc.
  • Ser coherentes con los acuerdos adoptados tratando de mantener lo que se haya decidido en común para que los niños no vean contradicciones e intenten buscar aliados en uno u otro bando a fin de eludir sus responsabilidades.
  • No poner en cuestión la autoridad del otro ni desvalorizarlo. Si algo no gusta, es preferible tratarlo en privado que utilizar a los hijos como mensajeros.
  • No intentar aliarse con el hijo para derrotar a la ex-pareja. Las diferencias entre adultos deberían haber quedado selladas con el divorcio. Ahora se trata de que los pequeños mantengan el respeto que ambas partes se merecen.
  • No erigir al niño en juez para que valore quién es el mejor en su papel de padre o madre, ya que él necesita a los dos.

Reconversión familiar tras el divorcio

No existe divorcio sencillo para los hijos, sea cual sea su edad. Incluso muchos adolescentes, aunque hayan sido testigos de frecuentes discusiones, preferirían que pudieran arreglarse esas diferencias.

Incumbe, pues, a los padres facilitar la aceptación de la ruptura familiar y la adaptación a la nueva realidad, lo que comportará inevitablemente la convivencia en dos hogares distintos. Por regla general, los niños permanecerán con la madre en el domicilio habitual, mientras que el otro hogar será nuevo para ellos.

El progenitor que se desplace al nuevo domicilio tendrá que convertirlo en un hogar para que su hijo o hijos puedan aceptarlo como tal. Pero algunos padres o madres organizan ese nuevo espacio como un piso de soltero en el que solo incluyen a sus hijos como alguien que está de paso o de visita.

Los niños son tan adaptables como perspicaces. Por eso enseguida percibirán si se les tiene en cuenta o si se les deja al margen.

Si consideran que para alguno de sus progenitores apenas tienen lugar en su casa, interpretarán que son más bien un estorbo y eso hará que se vayan distanciando progresivamente, que no acepten sus consignas y que establezcan comparaciones con el trato recibido por la otra parte. Inevitablemente eso creará conflictos en las relaciones.

Por el contrario, si se les tiene en cuenta, si disponen de una habitación para ellos, si contribuyen en la decoración de la casa, etc., verán que continúan siendo importantes en el nuevo domicilio y las cosas resultarán entonces mucho más fáciles para todos.

¿Qué necesitan los hijos después de un divorcio?

No se trata, por supuesto, de crear dos hogares clónicos, ni en lo físico ni en lo afectivo o relacional.

A partir de la separación, los padres pueden mostrarse como personas diferentes a como eran antes, quizá siendo más ellos mismos. Eso puede suponer que los hijos conozcan aspectos diferentes de sus padres. Si se hace desde la madurez y la autenticidad, los hijos lo acabarán valorando como algo positivo, a la vez que se les estará dando una muestra de crecimiento personal y de coherencia.

De cara al futuro de los hijos lo fundamental es que se mantengan unos criterios comunes en su educación, que haya acuerdo entre los padres en los valores que se les transmiten, que los ex-cónyuges se continúen respetando como personas, que exista un diálogo entre ellos acerca de los hijos, pero también lo es que estos sientan que siguen siendo igual de importantes para sus padres aunque los estilos de vida puedan variar.

El renacer de los padres

Un gran número de personas divorciadas y con hijos vuelven a formar una pareja que a su vez puede aportar hijos a la relación. La adaptación de mayores y pequeños puede tener sus complicaciones pero no tiene por qué ser imposible o negativa.

En general, es positivo para los hijos ver que sus padres pueden establecer nuevos vínculos afectivos y que no permanecen sujetos a una relación rota, incapaces de avanzar en un nuevo proyecto de vida.

Para salir airoso de esa nueva realidad conviene no tener prisa, sino más bien paciencia. Hay que dar tiempo a que todas las partes vayan conociéndose, y será precisa una gran dosis de comprensión y comunicación entre todos para ir limando diferencias.

Un nuevo orden familiar

Seguir algunos de estos principios puede facilitar el proceso de adaptación a la nueva situación familiar:

  • Entender que los tiempos para pequeños y mayores son distintos. Cuando los hijos conocen a la nueva pareja, los mayores ya han hecho un recorrido importante, por eso conviene hacer las presentaciones con cautela. Es preferible comenzar por encuentros informales como una merienda, pasar la tarde juntos, ir al cine...
  • Tolerar que los niños puedan rechazar a la nueva pareja al principio, poniendo en entredicho sus atribuciones y su autoridad, y entendiendo que puedan llegar a decir: "tú no eres mi padre/madre".
  • Hacer entender a los hijos que nadie sustituye a nadie, que sus padres continúan siendo sus padres, pero que la nueva pareja también pasará a formar parte de su vida, así como los hijos que esta pueda aportar, aunque no sean sus hermanos.
  • Las decisiones sobre la educación de los hijos deben ser tomadas por sus progenitores pero han de cumplir también las normas de la nueva familia. Este puede ser un punto de fricción, sobre todo si se vivía en un ambiente muy permisivo y la nueva unidad familiar implica más normas u obligaciones para los niños.
  • Los mayores deben saber cuál es su papel, nadie debe sustituir a un padre o a una madre. Solo se trata de ocupar el lugar en la nueva pareja, ganándose la confianza y la autoridad con cariño y paciencia.
  • Los niños deben poder elegir el tipo de relación que establecen con las nuevas parejas. Evidentemente no es su padre ni su madre. Pueden dirigirse por tanto a ellos por su propio nombre y respetándoles siempre como personas.
  • Si ambos tienen hijos no es posible pretender que se quieran como hermanos: hay que dar tiempo para que se conozcan y no establecer comparaciones entre ellos. Es normal que aparezcan celos y rivalidades aunque no sean hermanos. Será preciso tolerarlas y entenderlas.

Los peligros del doble mensaje

Hay un doble mensaje cuando uno de los padres o madres es ambivalente, de manera que lo que hoy no está bien, mañana lo está, o lo que está prohibido luego se tolera.

Pero también se da el doble mensaje cuando de forma sistemática los progenitores tienen ideas contrapuestas sobre algún aspecto de la educación: lo que uno afirma, el otro lo niega, etc.

Si estas contradicciones van más allá de la educación en hábitos y se refieren a valores, los niños no saben a qué atenerse en sus propias creencias. Eso puede repercutir negativamente en su maduración psicológica.

Se precisa un diálogo continuo entre los padres, aunque estén separados, a fin de transmitir a los niños una educación coherente.

4 claves para educar en equipo después de romper

Cuando los padres se separan las diferencias en el estilo de educar pueden ponerse de manifiesto de una forma mucho más explícita que cuando vivían juntos.

Pero no hay que confundir las diferencias de estilo (cada padre tiene su personalidad) con las diferencias respecto a los principios básicos a la hora de educar y relacionarse con los hijos.

Una vez aceptadas esas diferencias, hay que pensar en aquellos aspectos educativos que son básicos para el desarrollo psicoafectivo de los niños. En esos aspectos debe haber un total acuerdo entre los padres; entre ellos cabe destacar:

  1. Compromiso escolar. No se trata tanto de los resultados escolares, que también son importantes, sino de la necesidad de inculcar un deseo por aprender, de motivar el interés por las cosas nuevas, de hacer respetar la institución escolar como fuente de conocimientos y de relaciones sociales.
  2. Educación de los hábitos. Es fundamental que se mantenga una coherencia en los dos hogares respecto a las tareas que deben realizar los niños, su higiene, los horarios, etc. Residan donde residan, han de saber que su comportamiento debe ser similar. No vale, pues, que en una casa se cepille los dientes y en la otra no, que en una deba regresar a cierta hora y que en la otra carezca de horarios.
  3. Respeto a los adultos. Estén donde estén es fundamental que respeten lo que los progenitores o las nuevas parejas de estos les digan, y que nadie de este grupo de adultos cuestione la palabra de otro adulto delante de los niños.
  4. Coherencia entre los progenitores. Los niños deben ver que sus progenitores se comunican periódicamente y que todo lo que ocurre en su vida cotidiana o en los fines de semana es sabido por ambos, tanto lo negativo como lo positivo.

Algunos libros para profundizar

  • Hijos felices de padres separados; Czernin y Largo, Ed. Medici
  • ¿Y los niños qué? Cómo guiar a los hijos antes, durante y después del divorcio; Judith S. Wallestein, Sandra Blakeslee, Ed. Granica