«Toda vida verdadera es encuentro», escribía el filósofo Martin Buber y precisamente esto es lo que propicia la intimidad: un encuentro auténtico entre dos seres, y también con uno mismo, sin filtros ni máscaras.
En los talleres psicoterapéuticos se viven momentos muy íntimos gracias al contexto de apertura que se propicia entre las personas. Curiosamente, gente que se acaba de conocer, establece una relación que es poco frecuente incluso con personas que forman parte de su día a día desde hace años.
¿Por qué es tan difícil cultivar la intimidad?
El siguiente diálogo podría ser uno de los que se establecen en estos talleres psicoterapéuticos y expresa justamente la dificultad que llegamos a tener para cultivar la intimidad:
–¿Cómo es posible que contigo, que a penas te conozco, pueda hablar de todo lo que siento y no logre esta comunicación con mi pareja?
–Justamente ayer le pregunté yo a mi pareja cómo se sentía y él no supo qué contestarme. Se quedó completamente bloqueado. Tengo la sensación de que no me ve, que se protege todo el tiempo y que guarda secretos en su interior, porque así se siente más independiente de mí. Tras pasar juntos unos días en los que nos sentimos muy compenetrados y unidos, de repente, toma distancia y empieza a decirme que nuestra relación tiene problemas. He llegado a la conclusión de que siente miedo y a mí me desorienta hasta el punto de que nunca sé dónde estoy en nuestra relación.
–Lo que le ocurre a tu pareja es lo mismo que me pasa a mí. Me cuesta confiar cuando mantengo una relación de intimidad. Empiezo a dudar y mi cabeza busca todos los defectos del mundo. Miro a mi compañero y me pregunto si no era mejor el novio que dejé y fantaseo con los momentos felices que viví con el otro. Ésta es mi locura.
–¿Por qué no se lo dices y te sinceras? Háblale de tus miedos. Te ayudará a salir del bucle de dudas.
–¿Cómo? No soy capaz.
–Cuando mi pareja no me cuenta lo que le pasa, me siento sola y me pongo ansiosa. Yo desearía estar siempre junto a él, le necesito porque es mi alma gemela, es el hombre de mi vida y no me la puedo imaginar sin él.
–Yo también estoy sola, porque al no poder confiar ni hablar como lo hago aquí, me quedo aislada en mis pensamientos y dudas.
–¿De qué tienes miedo?
–De que me hieran.
–Yo tengo el mismo temor.
Construir confianza para cultivar la intimidad
Para cultivar la intimidad es necesario aceptar la posibilidad de que otra persona nos hiera cuando nos abrimos. Es algo que para algunas personas resulta sencillo, pero para muchas otras representa un muro imposible de saltar.
Les ocurre, por ejemplo, a las personas que han vivido una infancia en la que el apego con su primera figura de confianza no cubrió sus necesidades de seguridad.
Cuando desarrollamos un apego evitativo, como la primera protagonista del diálogo, la intimidad es un reto constante que nos aboca a la soledad y a relaciones en las que es muy difícil desarrollar un vínculo. Esta dificultad para intimar es una evitación. Y no solo genera soledad, también se plasma en la relación que mantenemos con nosotros mismos, en la incapacidad y el miedo para entrar en contacto con nuestro mundo interno, de esta manera no podemos percibir cuáles son nuestras emociones.
Como sostiene la teoría del apego, aquello que no podemos contar a una madre no nos lo podemos contar a nosotros mismos ni a nadie.
Una de las primeras condiciones para cultivar la intimidad es la confianza, justamente lo que se truncó en este primer vínculo que determina nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con la vida.
Autoconocimiento, paso previo para la intimidad
La intimidad es un encuentro entre almas, un encuentro que requiere tanto la valentía de exponerse como de conocerse.
Requiere honestidad con uno mismo y con el otro, y una comunicación que vaya más allá de lo verbal. Por esta razón, uno de los ejercicios más sorprendentes en los encuentros terapéuticos es que dos personas se miren a los ojos durante unos minutos, sin pronunciar palabra.
No es raro que aparezcan lágrimas por la emoción que despierta esta forma de intimidad, tal vez porque se va más allá de lo establecido y se logra asentar otra de las bases que permiten un encuentro íntimo: mostrarnos al otro más allá de nuestras defensas.
Para lograrlo, cuando nuestras necesidades como niños no han sido cubiertas, necesitaremos realizar un trabajo personal para tomar conciencia de nosotros mismos, de cuáles son nuestros mecanismos de defensa y de qué heridas nos están protegiendo. Este camino para el autodescubrimiento es el que nos permitirá también hacerlo ante el otro. No tener asuntos pendientes es la condición previa para poder encontrarnos primero con nosotros mismos íntimamente y después con los demás.
El miedo, enemigo de la intimidad
Cuando la relación con nuestra madre no nos ha dado la seguridad suficiente puede también surgir otro tipo de apego inseguro, el ansioso ambivalente (lo vemos representado por la segunda protagonista en nuestro diálogo).
Este tipo de personas idealizan a la pareja, piensan en ella en todo momento, solo perciben las cosas buenas y, cuando no están a su lado, lo viven con mucha ansiedad. Están convencidas de que no pueden enamorarse de nadie más y prefieren ser infelices al lado de este amor que dejarlo. Así se sobreadaptan al otro y no expresan lo que desean por miedo al conflicto o a que se rompa la relación.
Estas personas, aunque quieren estar siempre junto al otro, no consiguen ser auténticas en la intimidad porque no pueden evitar esconder una parte de sí mismas en la relación.
¿Hay intimidad sin privacidad?
¿Qué es hoy cultivar la intimidad en un contexto global en el que la privacidad se cuelga en las redes para crear una imagen ficticia de uno mismo?
El concepto de lo que es íntimo varía en función de la cultura. Sobonfu Some, una voz muy reconocida de la espiritualidad africana, explicaba que, entre los Dagara, su tribu de Burkina Faso, daban por sentado que cualquier problema de pareja debía resolverse en el seno de la comunidad, porque no tenían la perspectiva suficiente para hallar una solución a su conflicto y requería la ayuda de todo el pueblo.
El anonimato en las redes facilita los encuentros íntimos porque se pierde el miedo a hablar, pero es difícil tener un encuentro íntimo real sin que haya dos cuerpos, dos miradas, dos almas que se entrelacen.
Para describir la belleza de la intimidad nada mejor que los versos de Thich Nhat Hanh:
«Tú eres yo y yo soy tú. ¿No es evidente que nosotros «inter-somos»?
Tú cultivas la flor que hay en ti, para que yo sea hermoso.
Yo trasformo la basura que hay en mí, para que no tengas que sufrir.
Yo te apoyo y tú me apoyas.
Yo estoy en este mundo para ofrecerte paz; tú estás en este mundo para darme alegría».
6 pasos hacia la confianza mutua y la intimidad
Construir los vínculos y la confianza, en uno mismo y en el otro, requiere de tiempo y práctica.
- Para lograr una intimidad real han de encontrarse dos seres independientes. Cada uno debe existir por sí mismo, sentirse individualizado, con una identidad completa. El encuentro se da entre dos naranjas. Nadie es la media naranja de nadie.
- Imaginar e idealizar el encuentro íntimo perfecto es una fantasía que nos impide vivir lo que pasa en el presente. Estar más pendiente de cómo tendría que ser que de la persona que tenemos delante y de lo que sucede a su lado es una grave interferencia.
- Es necesario reparar las heridas que merman la confianza hacia los demás. Si hay un trauma o un apego inseguro, se trasladará la inseguridad que le produjo su primer vínculo. La intimidad necesita de un tiempo para desarrollarse y para consolidarse.
- Un encuentro íntimo requiere un entorno físico y psíquico que lo favorezca. Y un tiempo sin distracciones ni interferencias. Toda nuestra atención debe estar focalizada en el encuentro, dejando fuera todos los asuntos que le son ajenos.
- La intimidad surge si tenemos el coraje de ser sinceros con nosotros y con el otro sin temor a mostrarnos vulnerables. «La distancia entre tú y el otro es la misma que entre tú y tú mismo», decía Robert Dilts. Solo hace falta introspección para acortarla.
- Abrir el corazón para que la aceptación y el amor sean mayores que los juicios hacia el otro, propicia la superación de los obstáculos que van surgiendo. Sólo con compasión y humildad se reparan los errores para mantener viva la llama de la intimidad.