Los niños y adolescentes, llenos de energía, suelen estar muy activos. Sin embargo, en ocasiones podemos notar que nuestros hijos se muestran más nerviosos e inquietos de lo habitual sin causa aparente. Ante esta situación no está de más comprobar si su alimentación es la adecuada porque  lo que ponemos en el menú de nuestros hijos puede influir notablemente en lo nerviosos que se muestran. 

A grandes rasgos, los culpables del nerviosismo inducido por la alimentación  suelen ser los azúcares, las grasas saturadas o los aditivos alimentarios. Sin embargo, aquí te contamos 5 errores muy comunes en la alimentación de los niños que pueden estar provocando que sus niveles de nerviosismo y estrés sean mayores. 

error 1: dejarles que coman con refrescos

El consumo regular de chucherías y de refrescos está muy relacionado a la hiperactividad infantil. Hay niños muy sensibles a los refrescos de cola: les produce una hiperactividad muy superior a lo que se podría esperar por su contenido en cafeína, un hecho que parece estar relacionado con una sensibilidad exagerada a los aditivos, que podría provocar una irritabilidad general de los tejidos cerebrales.

En estos casos conviene seguir una dieta sin azúcares y dulces, pocos carbohidratos y relativamente rica en proteínas de buena calidad biológica.

error 2: dejarles merendar bollería

Es habitual que el niño experimente un pico de hipoglucemia a media tarde. Se define como la disminución periódica de los niveles de glucosa en el plasma, lo que provoca unos deseos, a veces compulsivos, de consumir azúcares para recuperar el equilibrio perdido.

Los niveles de glucosa en la sangre han de permanecer por encima de determinados límites, ya que cuando nos falta glucosa, y más específicamente cuando esto sucede a nivel de los receptores cerebrales, se desencadenan una serie de síntomas de hambre, sudoración y búsqueda de alimento, además de un proceso psicológico de depresión, fatiga y ansiedad.

Se trata de un fenómeno bastante conocido por personas diabéticas insulinodependientes que en algún momento han padecido una sobredosificación relativa. La desagradable sensación que provoca la falta de glucosa se puede solucionar con la toma de algo dulce, como unos bombones, ya que son energía de muy rápido aprovechamiento. Pero ésta es una energía que se gasta enseguida, y al igual que provoca una rápida subida del índice glucémico, en poco tiempo éste vuelve a bajar y crea de nuevo la situación de estrés emocional que comporta el deseo de una nueva ración de azúcar de rápida absorción.

Este proceso es muy frecuente en la sociedad moderna, ya que los alimentos refinados, especialmente azúcares y harinas, predominan en la dieta, y exigen un sobreesfuerzo al páncreas, que ha de crear la insulina necesaria para parar la avalancha de energía que conllevan ciertos estilos de alimentación moderna.

Todo ello  provoca cambios de ánimo importantes, pasando de cierta euforia a la depresión, y es un proceso que puede acelerar una tendencia diabética latente.

El tratamiento de la hipoglucemia consiste en reducir de forma casi absoluta los azúcares de absorción rápida, evitando incluso un exceso de frutas.

error 3: ofrecerles un desayuno "excitante"

El desayuno típico occidental es un ejemplo de lo que no se debería comer: jugo de naranja (o peor aún, un néctar de frutas), y luego un cruasán con un vaso de leche azucarado o con cacao azucarado.

El jugo de frutas aporta azúcares de absorción rápida, al que se añaden unas grasas de dudosa filiación (en el caso del cruasán), la leche, con cacao azucarado por si acaso, que también es estimulante. un café, 

Este desayuno estándar aporta energía durante una hora, pero luego la agota. Eso explica por qué muchas personas sienten la necesidad de tomar un segundo café para rendir un poco por la mañana. Para evitar que eso ocurra conviene cambiar los hábitos.

Tomar un desayuno que no sea excitante con una importante proporción de azúcares no refinados (un muesli o pan integral) y algún alimento que no sea dulce por encima, como un yogur o una pieza de fruta entera brinda energía gradualmente y permite evitar la penosa hipoglucemia.

error 4: adaptar en exceso la dieta a sus gustos 

Muchas manías alimentarias vienen dadas por un deseo de reafirmación personal, y a su vez estas manías crean un círculo vicioso entre la dieta y el estado anímico que acaba cronificando ciertas actitudes vitales y ciertos alimentos.

Este problema suele generarse ya en la infancia. Una de las grandes causas de la mala alimentación infantil y de la sociedad en general es que hoy en día ya no se insiste a los niños en comer tal o cual cosa, sino que se adapta la alimentación a los gustos y manías infantiles.

Un profesor o un padre que obligue a un niño en la escuela, por ejemplo, a comer espinacas u otro alimento, puede verse metido en un grave problema si después a ese niño le duele la barriga por ser obligado a comer. La solución que encuentran muchas veces es evitar las espinacas en la comida, y así el niño contento y el "profe" o el padre tranquilo (pero la alimentación desequilibrada).

Cuando la comida se convierte en una negociación sobre lo que se va a comer, se crea un estrés tanto en los padres y educadores como en el comensal, que suele redundar en digestiones difíciles y más estrés. La alternativa es enseñar desde la infancia una mejor forma de alimentarse.

error 5: compensar al niño con comida

Se ha hablado mucho de la compulsión en la alimentación como sustituto del cariño, y parece que hay algo de verdad en ello. Sin embargo, es evidente que comer compulsivamente no soluciona ni el cariño ni la nutrición, ni siquiera la sensación de hambre.

El primer cariño que recibimos es nutriente, y nos viene a través del pecho y los cuidados maternos. Ante la falta de cariño, volvemos a la fase de compensación oral que ya citó Sigmund Freud.

En los casos de falta de cariño éste se intenta compensar con una predilección especial por el consumo de azúcar y de harinas refinadas (dulces, chocolates, bollería, etc.), ya que aportan energía de rápida absorción que puede levantar el ánimo momentáneamente.

Los neurotransmisores son sustancias provenientes de la alimentación que tienen la función de estimular la conducción de determinados impulsos nerviosos.

En general, han de tener unos niveles estables en el organismo, pero son algo variables entre los diferentes individuos. Aspectos como el optimismo, el nerviosismo o el insomnio, en cierto modo, se ven condicionados por la herencia genética, pero también por los alimentos.

Así, por ejemplo se ha relacionado la carencia de serotonina con inquietud, sensación de apetito y búsqueda de alimento, y su presencia con placidez y sensación de saciedad. Se sabe que la producción de serotonina se ve aumentada con la ingestión de hidratos de carbono (dulces, arroz, patatas, féculas en general).

Las frutas, que estimulan el sistema nervioso, no parecen estimular el aumento de niveles plasmáticos de serotonina. Esa es una de las razones por las que la fruta no provoca el reflejo de saciedad.

Por otra parte, el impulso agresivo se relaciona con ciertos neurotransmisores como la dopamina, la norepinefrina y la serotonina (catecolaminas), y el magnesio es un importante cofactor en la actividad de estos neurotransmisores.

La deficiencia de magnesio estimula la formación de catecolaminas y por ello aumenta la sensibilidad al estrés. Cuando una persona está en situación de estrés crónico, el aumento continuado de la producción de catecolaminas produce una pérdida de magnesio intracelular, y eventualmente una deficiencia de magnesio.

El magnesio está presente en muchos alimentos, especialmente en los de origen biológico, ya que la agricultura intensiva y el uso de abonos suele reducir los niveles de magnesio de los alimentos. Los frutos secos o las legumbres son algunos de los alimentos más ricos en este mineral.