La confianza es el sentimiento de que somos capaces de afrontar la vida. A veces puede ser excesiva: es lo que los griegos de la antigüedad llamaban hubris, ese exceso de confianza en uno mismo que conduce al orgullo y a la imprudencia. En otras ocasiones, nos falta: dudamos, temblamos, tenemos la impresión de que no lograremos tener éxito o gustar.
La confianza es un componente importante de la autoestima, esa mirada que nos dedicamos a nosotros mismos; es la parte dirigida hacia el exterior y la acción. Responde a preguntas como: “¿soy capaz?”, “¿va a salir bien?”, “¿lo conseguiré?”. Y da una respuesta realista. No un “¡por supuesto!” (eso sería el hubris), ni un “¡seguro que no!” (sería infravalorarse) sino más bien un “Voy a hacer cuanto pueda y luego ya veremos”.
La confianza no es un don estable de nuestra personalidad: puede variar según los momentos, los contextos, las situaciones que hemos de afrontar.
La confianza nos permite “hacer cuanto podamos”, conseguir aquello de lo que a priori somos capaces. Sin embargo, es cierto que esperamos de ella un pequeño suplemento de valor y de energía: la confianza nos ayuda a ir un poco más allá de nuestros límites o de nuestras certezas, nos ayuda a superarnos.
Consecuencias de perder la confianza en uno mismo
La falta de confianza en uno mismo provoca numerosos problemas, pequeños o grandes.
- Aparece la dictadura de la duda
Dudamos antes de actuar (“¿Cuál es la solución correcta?”), mientras actuamos (“¿no es taré cometiendo una estupidez?”), e incluso cuando todo ha acabado (“¿He hecho bien actuando así?”). es habitual sentir entonces una sensación de impostura; tras el éxito, el reconocimiento social, la promoción profesional, nos invaden dudas del tipo: “¿pero de verdad me merezco esto? ¿no será que los demás se equivocan y me sobrevaloran? ¿Cómo reaccionarían si se dieran cuenta de quién soy en el fondo, de lo que valgo realmente?”.
- Se da una tendencia a la procrastinación, al aplazamiento
Dejarlo todo para el día siguiente es habitual cuando la confianza en nosotros mismos es baja. Se considera normal que esto ocurra cuando concierne a tareas poco agradables o difíciles, o bien cuando es ocasional. Sin embargo, la procrastinación es patológica cuando se convierte en un estilo de vida: aplazar con múltiples pretextos el momento de realizar un trabajo, un bricolaje, responder a un correo, efectuar una gestión administrativa… por eso mismo los procrastinadores casi siempre llegan tarde a todo; es decir, a todo aquello a lo que no han renunciado…
- Se da una propensión al derrotismo
Las renuncias por anticipación al fracaso son habituales cuando la confianza falla: (“No vale la pena intentarlo; no funcionará”) nos desvían de la acción y nos hacen también sufrir. Los psicoterapeutas conocen bien esta anécdota: durante una reunión, un curso o una conferencia, el paciente piensa en una cuestión que le gusta ría plantear, pero no se atreve a hacerlo: “¡No servirá para nada. Seguro que hago el ridículo”.
Poco después, alguien formula esa misma pregunta y todo el mundo mueve la cabeza en señal de aprobación ante una intervención tan pertinente… No atreverse a actuar y ver a otros actuar en su lugar no es una posición agradable. Esta repetición de ocasiones fallidas provoca numerosas frustraciones, así como meditaciones sobre la propia incapacidad. se duda aún más de uno mismo y el bucle se cierra enlazando con el primer problema.
Por qué conviene volver a recuperar la confianza
La primera función y virtud de la confianza es ayudarnos a afrontar la incertidumbre. Si somos demasiado ansiosos, lo in cierto nos parece inquietante y preferimos huir de ello o evitarlo. Y si lo afrontamos, lo hacemos temblando y perdiendo capacidades: nos concentramos más en nuestras carencias que en nuestras fuerzas, en nuestros miedos virtuales que en la situación real. La confianza nos ayuda a ir en el otro sentido: quedarnos en las dificultades reales, sin sobredimensionarlas con nuestros fantasmas; y centrarnos en nuestras fuerzas en lugar de en nuestras debilidades.
Otra función de la confianza es ayudarnos a soportar las “travesías del desierto”, los periodos de nuestra vida en los que no recibimos esos indispensables “sustentos de la confianza en sí” que son el éxito y el reconocimiento. Cuando sufrimos fracasos, cuan do nos sentimos aislados o incomprendidos, cuando nos vence la duda, el consuelo solamente puede venir de nuestro interior.