La relación personal con los alimentos está condicionada por las emociones desde los primeros momentos de vida.

Al mamar, el bebé recibe alimento, placer y amor. Los afectos hacen que comer no resulte un acto mecánico y aburrido, sino una experiencia gozosa que nos colma en muchos sentidos.

Pero si se viven conflictos emocionales, estos pueden trasladarse peligrosamente a la comida. Una carencia afectiva puede compensarse con un consumo excesivo de comida o puede estar en el origen de un rechazo patológico a ciertos alimentos.

Actualmente está creciendo la incidencia de la obesidad, la anorexia y la bulimia. Son problemas graves y sería un error olvidar su componente emocional, siempre presente.

Las emociones nos empujan a comer o a dejar de hacerlo. Pueden abrir el apetito o quitarlo, protegernos frente a alimentos potencialmente peligrosos o animarnos a probar algo nuevo.

Es frecuente describir un estado de ánimo con una expresión relacionada con la alimentación, como: no me lo puedo tragar, se me revuelve el estómago, tengo mariposas en la barriga...

En cambio, ante un problema con la comida es menos común reflexionar sobre cuál es el estado de ánimo que provoca el hambre o la inapetencia y qué deseos o decepciones pueden ocultarse tras los impulsos de ingerir o rechazar determinado alimento

¿Hablar o tragar? Sentimientos ocultos tras conflictos con la alimentación

No es fácil comprender las causas emocionales, porque las dificultades con la alimentación expresan sentimientos que no nos atrevemos a nombrar.

Desamor, abandono, culpa, rabia, celos o tristeza son algunos de los sentimientos que pueden expresarse a través de los conflictos con la alimentación.

En cambio, comer de manera descontrolada sirve en general para aliviar una angustia que puede tener su origen en conflictos emocionales de cualquier tipo.

Como afirma la psicóloga Isabel Menéndez en su libro Alimentación emocional: "Las luchas internas son acalladas con frecuencia a base de llenarnos la boca de comida para no pronunciar palabras cuya carga emocional puede asustarnos; palabras que se refieren a cosas que no nos permitimos sentir".

"La boca que se cierra y se abre a la comida es la misma boca que quiere hablar. El orificio por el que penetran los alimentos es el mismo por el que salen las palabras".

Cuando se sufre emocionalmente, cuando la realidad y los sueños parecen contradecirse y hay más tristezas que alegrías, es mucho más factible dejar de disfrutar de la comida y que esta se convierta en un problema.

Reconocer las causas emocionales que llevan a comer en exceso, hasta poner en peligro la salud, es el primer paso para dejar de hacerlo. Entre ellas destacan:

  • Miedo a crecer. Los excesos en la comida pueden explicarse por el deseo de mantener el vínculo afectivo con la madre y la familia protectoras. Se asocia inconscientemente la abundancia de alimentos con la cercanía de los padres y se puede comer más de la cuenta cuando hay que enfrentarse a decisiones complicadas.
  • Rechazo a la sexualidad. En el caso de las mujeres, puede ocurrir que el miedo a ser deseada —porque se tiene un mal concepto de la vida en pareja o de las relaciones sexuales o para blindarse ante los desengaños— se evite a base de engordar.
  • Agresividad. Devorar alimentos es una forma de comportamiento agresivo socialmente aceptada. Es una forma de "tragarse la rabia", de manera que la agresividad se encauza contra uno mismo porque no se puede aceptar el dirigirla contra la persona con la que se tiene o se ha tenido un vínculo de afecto.
  • Dificultades afectivas. Cualquier estado de desbordamiento emocional o dificultad para realizar los deseos provoca una ansiedad que puede apaciguarse ingiriendo alimentos. El origen de la ansiedad se encuentra a menudo en una baja autoestima o un exceso de estrés.

Muchas personas que entablan una relación autodestructiva con la comida reproducen consigo mismas los comportamientos equivocados que tuvieron sus padres, que quizá les hicieron sentirse desamparadas o culpables. La solución requiere reconocer el conflicto personal y si es posible expresarlo con palabras.

Descubrir las emociones negativas que empujan a comer de manera desordenada puede ser la manera más eficaz de adquirir unos hábitos nutricionales sanos.

Al comprender el origen de las conductas alimentarias perjudiciales se puede recomponer el mundo interior y a partir de ahí relacionarse con los alimentos de una forma más constructiva.

Buscar consuelo en los alimentos

Conocerse mejor a uno mismo es el reto. Las preferencias y costumbres alimentarias son decididas por una parte de uno mismo que se esconde. Por eso resulta tan difícil cambiar de hábitos.

Es frecuente comportarse de forma contraria a como a uno le gustaría o incluso entablar relaciones con un componente destructivo.

Algunos alimentos encierran un valor especial porque están asociados a placeres que en el pasado nutrieron la autoestima. Un alimento y su aroma pueden estar asociados a alguien que nos trataba con cariño, como el arroz con leche que preparaba la abuela.

Por eso los buscamos cuando nos encontramos decaídos. Es como si ese alimento tuviera el poder de resolver los problemas, de la misma manera que cuando éramos pequeños los solucionaban nuestros familiares.

Cuando, ya adultos, hay que enfrentarse a dificultades y la persona no se cree capaz de superarlas, puede optar por refugiarse en la calma y el placer seguro que proceden de la boca.

Pero comer demasiado puede producir un exceso de peso que lleve a sentirse a disgusto —puesto que es fácil valorarse en función del aspecto físico, en vez de incondicionalmente— y a continuación rechazar la comida.

Este ciclo contradictorio conduce en los casos extremos a la anorexia y la bulimia, pero también al ayuno o la dieta ligera seguidos del atracón. Este es solo un ejemplo de las complejas redes de emociones que se tejen en la mesa.

¿Dónde comienza el problema alimentario?

Los comportamientos alimentarios anormales en los adultos que se manifiestan como una adicción pueden hundir sus raíces en los primeros meses de vida.

La madre da al bebé alimento y a la vez le transmite amor, ternura y tranquilidad en diversa medida. En esa etapa la boca es un foco de placer íntimamente ligado al bienestar emocional.

Enseñar a comer a los hijos: sin castigos ni chantajes

Muchas dificultades con los alimentos tienen relación con la manera en que los padres enseñan a comer a sus hijos. La responsabilidad de la paternidad pesa tanto que los padres pueden no estar dispuestos a asumir la autonomía de los niños, Cuando estos comen, aquellos están satisfechos. Cuando no, se enfadan o entristecen, Al final, el niño quizá siente que come para satisfacer a sus padres más que a sí mismo.

Los padres, en vez de ponerse pesados o rígidos, deberían tener flexibilidad para sortear los contratiempos variando las proporciones de libertad y disciplina en función de las circunstancias concretas.

La labor de los padres es poner a disposición de los niños una variedad suficiente de comida sana. Los niños, que además deben apreciar cómo disfrutan sus padres comiendo, superarán por sí mismos cualquier dificultad.

En ningún caso deben sentir los niños que el afecto o el estado anímico de sus padres depende de si comen o dejan de comer,

Por otra parte, proporcionar comida no es la única misión de los padres. Deben saber equilibrarla y acompañarla de ternura, apoyo incondicional, comprensión, alegría y tiempo. Es posible que cuando no pueden dar todo esto —porque la pareja está en crisis o porque los miembros se enfrentan a sus propios conflictos— se obsesionen con la comida, donde concentran toda su responsabilidad como padres.

Por otra parte, los padres deben ser comprensivos con las emociones espontáneas que los niños muestran hacia los alimentos. Es frecuente, por ejemplo, que manifiesten asco ante un plato normal, pero en el que ellos detectan "signos de peligro".

La mejor manera de reconducir estas situaciones es hacerles participar de la elaboración de los platos, informarles de cuáles son cada uno de los ingredientes y cómo se transforman en la cocina, y sobre todo, mostrarles que el resultado es agradable para los adultos y sano para el cuerpo... sin enfadarse en ningún momento.

Rebeldía adolescente y rechazo alimentario

La lucha por la autonomía puede exacerbar los problemas con los alimentos durante la adolescencia. Los jóvenes a menudo se obstinan en seguir hábitos diferenciados de sus padres por al menos dos razones.

La primera, para poner de manifiesto que son diferentes e independientes. Esto les lleva, por ejemplo, a preferir la comida de fuera de casa, aunque no sea la más rica ni la más sana.

La segunda, desean identificarse con sus amigos. De ese modo compensan la seguridad que han perdido al alejarse de su familia.

Son procesos que los padres solo pueden respetar, a menos que su deseo sea mantener a sus hijos anclados en la infancia. A lo sumo pueden, sin ánimo de imponer, ofrecer información sobre los riesgos de la "comida basura" y las ventajas de la alimentación sana, si bien a esa edad ya deberían conocerla.

Negarse a comer puede ser un intento de afirmarse internamente ante otras personas que tratan de imponerse o de ejercitar el propio poder.

Es lo que les ocurre a muchos niños cuyos padres ejercen un control y una presión excesivos para que coman. Desde ese punto de vista, la actitud del niño puede entenderse incluso como una resistencia positiva, pero si la situación no se resuelve bien cuanto antes puede generar un problema complejo que dure toda la vida.

El acto de rechazar la comida en sí puede ser una llamada de atención sobre el hecho de que no se está recibiendo el tipo de afecto que se desea.

Cuando no sabemos "digerir" las situaciones

Los trastornos emocionales de la alimentación no afectan exclusivamente a los jóvenes o no se explican siempre por los traumas infantiles y las relaciones con los padres. Las dificultades pueden tener su causa directa en el presente.

Por ejemplo, una persona de estómago delicado, a la que casi todo sienta mal, puede creer que tiene algún trastorno digestivo cuando en realidad sufre un conflicto emocional que se refleja en la alimentación.

Una persona puede digerir mal todo lo que cocina escrupulosamente en casa y en cambio, para su sorpresa, no tiene dificultades cuando come en compañía de alguien a quien quiere. Aquí el problema es la soledad, y el afectado —y el médico que la trata— puede tener dificultades en descubrirlo.

De la misma manera, las comidas familiares pueden resultar indigestas porque recuerdan a las que se padecieron en la infancia, aunque los comensales sean otros.

Las personas que sufren depresión experimentan conflictos con la alimentación que pueden afectar también a otras en menor medida. En el depresivo, invadido por sentimientos pesimistas, la falta de apetito se corresponde con su falta de motivación vital.

Cada vez que una persona se critica y a la vez se siente triste aumenta el riesgo de padecer un problema con los alimentos.

Más allá de la imagen corporal

La causa más frecuente de problemas con los alimentos es su relación con el peso corporal. Ponerse a dieta es algo común con la esperanza de que al perder unos kilos aumentará la satisfacción personal.

Pero si se logra alcanzar el objetivo, a menudo se comprueba que el malestar de fondo no desaparece. Entonces se vuelve a engordar y luego de nuevo a adelgazar, lo que genera un círculo vicioso del que cuesta tomar conciencia.

Si la persona se detuviese a pensar, descubriría el montón de emociones implicadas -especialmente el miedo a no ser amada— y sobre todo la dificultad para aceptarse con los "defectos" y "debilidades" que todo ser humano tiene.

El sentimiento de culpa e incluso la vergüenza aparecen a menudo en relación con los alimentos. Curiosamente, surge casi exclusivamente por haber cometido lo que se considera un exceso y casi nunca por quedarse corto.

Las posibles deficiencias de nutrientes no suelen suscitar emociones. Sucede así por la tendencia a imponerse límites y restricciones exageradas que suelen esconder conflictos emocionales.

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TCA: La comida como refugio

Las grasas, los productos lácteos, el azúcar, la carne y el pan son foco de emociones negativas que a menudo se contagian entre personas. Sin duda estos alimentos en cantidades inadecuadas pueden causar problemas, pero la fobia no parece justificada. Estos alimentos han sido considerados básicos y quizá al rechazarlos se está manifestando un malestar social particular.

También sucede a la inversa: el consumo lúdico generalizado de las bebidas alcohólicas se deriva de que a corto plazo genera alegría y euforia. Sin embargo, a continuación causan cansancio y debilidad. A medio plazo, el consumo moderado de alcohol puede beneficiar al sistema circulatorio pero ejercer un efecto perjudicial sobre el sistema nervioso y favorecer los síntomas depresivos.

Las bebidas sin alcohol son una opción para disfrutar de estas bebidas populares sin sus inconvenientes. Por ejemplo, la cerveza sin alcohol o con un porcentaje mínimo (en torno al 0,5%, frente al 5% de la cerveza común) ofrece un sabor similar y es rica en vitaminas del grupo B y minerales como el magnesio que benefician al sistema nervioso. Así, una bebida de fiesta puede serlo también de salud.

En definitiva, cualquier emoción puede producir atracción o rechazo por alimentos a los que a menudo se otorgan inconscientemente poderes mágicos. El dolor o la nostalgia que produce la pérdida o la separación de un ser querido puede llevar a comer lo que más le gustaba a esa persona. Es una manera de volver a estar cerca de ella.

La envidia, la rivalidad, la culpa o cualquier otro sentimiento son capaces de suscitar apetitos o repulsiones que resultan a primera vista inexplicables.

Una vez más, solo la observación de cuál es el sentimiento que prevalece al comer, de cuáles son las circunstancias, permite dilucidar la verdadera causa de un comportamiento alimentario "extraño".

Aceptar la frustración por no ser perfectos en todos los sentidos o no conseguir todo lo que se desea es necesario para disfrutar y sacar partido de las características positivas que posee toda persona. Esta simple aceptación puede abrir las puertas hacia una manera más placentera y realista de relacionarse con los alimentos.

Cómo dejar de comer con ansiedad

Lo deseable es que el acto de comer esté vinculado siempre con emociones positivas. Un modo de favorecerlas es establecer una conexión natural con las necesidades del organismo.

Cada vez que nos sentemos a la mesa deberíamos hacerlo movidos por la alegría y la curiosidad. En los momentos dedicados a comer realizamos un paréntesis en la actividad diaria y retomamos el contacto con necesidades y sensaciones primarias y reconfortantes, como saciar el hambre o dejarse invadir por sabores y aromas, unos nuevos, otros conocidos y siempre placenteros.

Concentrarse en las sensaciones y permitir que afloren recuerdos o imágenes permitirá disfrutar a conciencia, profundamente, del comer. El pan tostado puede llevarnos hasta los momentos más dulces de la infancia. Una piña nos acerca a una isla tropical, aunque nunca la hayamos pisado. Disfrutar de todo ello en compañía, deleitándose con el placer propio y ajeno, forma parte de las pequeñas cosas que dan sentido a la vida.

Hay que relajarse, eliminar la ansiedad y atender los mensajes que envía el cuerpo. Comer cuando lo pide y los alimentos que resultan atractivos, pero vigilando que no se esté bajo el efecto de ninguna compulsión.

Cuando se abandona la obsesión por el aspecto o por las dietas milagrosas y se otorga prioridad al equilibrio emocional, lo más probable es que el organismo se autorregule con éxito.

Si no se puede evitar comer bajo los efectos de la ansiedad, conviene buscar ayuda psicológica y elegir un profesional que sea capaz de escuchar y buscar las causas profundas del conflicto emocional. La homeopatía y la medicina china, con su enfoque global, también pueden suponer una buena ayuda.

Emociones y alimentos: relaciones según la medicina china

En la medicina tradicional china se relacionan diversos sistemas de órganos con un sabor, una estación, un elemento y una emoción. La interrelación permite regular las emociones potenciando ciertos alimentos en la dieta.

  • Alegría. Cuando se desboca puede alterar el funcionamiento del corazón y el intestino delgado. El sabor que la potencia cuando falta y la controla cuando sobra es el amargo, propio de hortalizas como la alcachofa, el espárrago, el brécol, la escarola o la lechuga.
  • Tristeza. Este sentimiento puede estar vinculado con un desequilibrio del pulmón o del intestino grueso. Puede atenuarse introduciendo en la dieta habitual un poco de sabor picante —también en Occidente se relaciona con la alegría a través de especias y alimentos como la guindilla, la nuez moscada, el curry, la pimienta negra, la mostaza, el berro, el rábano, el ajo o el puerro,
  • Preocupación. Si es excesiva puede afectar al funcionamiento del bazo y del estómago. Para moderar esa emoción pueden tomarse alimentos dulces y saludables. Frutas como la manzana, la uva, el melocotón o el plátano; cereales como el mijo, el arroz y el trigo; los de da garbanzos: hortalizas como la remolacha, la zanahoria y el calabacín; y otros alimentos como la miel, la leche y las nueces, aportan seguridad emocional. Por supuesto, en ningún caso tiene sentido el abuso de estos alimentos. Los terapeutas chinos recomiendan siempre la presencia de todos los sabores y el equilibrio,
  • Cólera. La ira puede deberse en parte a un exceso de «fuego » en el hígado y la vesícula biliar. El sabor que equilibra estos órganos es el ácido, así que a una persona afectada por la cólera le convienen los alimentos frescos y ácidos como las frutas cítricas, los albaricoques, las fresas o las cerezas.
  • Miedo. Se relaciona con un exceso de "frío" en el riñón y la vejiga. Incrementar la presencia de ingredientes salados en la dieta puede ayudar a regular esta emoción negativa. La sal marina, el ajo, los pescados, el arroz integral o las semillas de sésamo son algunos alimentos recomendables.

Libros sobre nutrición y emociones

  • Alimentación emocional; Isabel Menéndez. Ed. DeBolsillo
  • Cuando la comida sustituye al amor; Geneen Roth. Ed. Urano
  • Trastornos de la alimentación; Barnhill y Taylor. Ed .Robinbook

Claves para no olvidarse de los sentimientos en la mesa

Las emociones son ingredientes inevitables en las comidas. De la misma manera que elegimos alimentos sanos y de calidad, podemos favorecer las emociones más beneficiosas, auténticos nutrientes del alma y el cuerpo.

  • Generosidad. Al preparar una comida, sea para uno mismo O para los demás, conviene sentir generosidad. Una comida preparada por obligación o con fastidio no poseerá un ingrediente fundamental para que siente bien: el cariño. En la cocina, en todo momento hay que pensar en el placer que producirá el plato y en cómo servirlo lo mejor posible,
  • Lucidez. Fijarse en el efecto emocional de un alimento y en las emociones que llevan a consumirlo es mucho más eficaz para conocerse mejor y comer de una manera equilibrada que obsesionarse con las consecuencias sobre el peso corporal o sobre la digestión. Si estamos libres de emociones negativas y de ansiedad podemos aplicar lo que sabemos sobre la dieta sana y a la vez disfrutar de la comida.
  • Un espacio aparte. Se debe comer en un ambiente idóneo para ello, sin distracciones como la televisión o la radio. Solo así se puede dedicar toda la atención que requieren los alimentos y acompañarlos con la alegría de compartirlos, Habría que entrar en ese espacio dejando las preocupaciones fuera. La mesa no es el lugar para discutir o resolver problemas. Es preferible contarse las anécdotas del día y bromear.
  • Ni premios ni castigos. La comida no debe suponer nunca premio o castigo. Es una recomendación que orienta la actitud ante la alimentación de los niños, pero también es válida con los adultos. En todo caso, cualquier alimento que se ingiera debe recibirse con gratitud, introspección,
  • El síntoma no es el problema. Una persona que experimenta problemas con los alimentos —o quien desee ayudarla— no debe fijarse solo en los síntomas, como la pérdida o la ganancia de peso, o las elecciones incorrectas, sino en las causas emocionales de su comportamiento, Es la propia persona afectada la que debe descubrirlas, aunque para ello precise ayuda psicológica.