Cada vez está más claro que la buena salud está más determinada por nuestros cuidados y hábitos de vida que por nuestra genética. Sin embargo, también hay algunas actitudes vitales que repercuten en nuestro organismo y que pueden ayudarnos a vivir más años con buena salud. Estas tres actitudes vitales te ayudarán a alargar tu vida.
1. Ser disciplinado
La disciplina es esencial para la salud, pues constituye la base del entrenamiento, del aprender a base de repetir una y otra vez, lo que nos permite mejorar en todos los ámbitos de la vida y, por supuesto, también en el de la salud.
Hablar de disciplina hoy en día a mucha gente le puede sonar mal, y pensar que puede ser necesaria para la salud, algo increíble.
A veces la disciplina se confunde con la imposición o con una medida de presión, con las reglas para mantener el orden o la subordinación. Cuando la vemos así, intentamos quitárnosla de encima.
Tampoco ha de ser castigo físico ni imponerse con represalias. Hay una parte de la disciplina que nos ayuda a resolver conflictos físicos y psíquicos, pero no está basada en castigos ni autocastigos, en sadismos ni masoquismos, sino en la práctica de la tolerancia, del respeto, del buen humor y de la ayuda mutua.
En realidad, la disciplina es solo una intención, un esfuerzo por aprender algo nuevo, y también el mantener las condiciones externas que facilitan ese aprendizaje, el cultivar las condiciones idóneas que nos ayudan a aprender y a mejorar en todas las facetas de la vida.
Tiene que ver con el autocontrol, con la búsqueda de las capacidades propias para conocerlas y potenciarlas, con saber elegir a los maestros que nos guiarán en la búsqueda de ese autoconocimiemo.
También en la escuela se ha abandonado el antiguo concepto de disciplina por el de unas normas de convivencia o supervivencia, pero en realidad la disciplina constituye un paso adelante: una intención de aprender para mejorar la situación, cambiar la finalidad de estar y sobrevivir por la de tomar las riendas, adoptar la determinación de estudiar y avanzar.
Para crear un ambiente propicio al aprendizaje, empieza por hacer limpieza y poner orden tanto en tu cuerpo como en tu entorno.
Todo esto, aplicado a la salud, implica marcar un ritmo, unos horarios, cuidar la dieta, hacer ejercicio, respetar el reposo y disfrutar de la fiesta, desarrollar la capacidad de reaccionar con optimismo ante los acontecimientos.
La disciplina así entendida es también un camino hacia la libertad.
La disciplina requiere unas reglas de orden y convivencia, saber obrar bien, sin trampas, pero no es la encargada de poner correctivos a los que se saltan esas reglas, sino de enseñar a convivir entre las distintas clases de orden de cada persona.
El disciplinado es sumiso por elección y servidor del débil, pero nunca es servil con el que intenta imponerse por la fuerza o con la agresión. Es, ante todo, alguien que sabe autogestionar las propias normas, para no tener que depender de las normas de otros.
Y para acabar, un deseo: que cada mañana tengamos el valor y el coraje de levantarnos para comenzar con nuestra propia disciplina.
2. Amar a nuestros seres queridos
Cada uno de nosotros fue concebido entre besos y abrazos, y saludado al llegar a este mundo con abrazos y besos que aportaron a nuestra piel no solo afectos sino también la flora bacteriana del grupo familiar.
Como otros muchos animales de sangre caliente, el ser humano necesita el abrazo para mantener ciertas constantes biológicas y ambientales, y estabilizar su microflora.
Los animales que viven solitarios, sin acercamiento a otros animales, enferman más, son más débiles y vulnerables, y mueren más jóvenes.
Se dice que el mejor remedio para un niño con problemas es el contacto directo con la piel de la madre. Un abrazo grande, poder mamar o recibir el beso de la madre probablemente resuelven el 99% de los problemas de cualquier lactante.
La necesidad de contacto físico parece acentuarse en momentos de catástrofe o de triunfo. Nos acercamos a echar una mano en un accidente o una inundación, y un gol lo celebramos con besos y abrazos.
Esos contactos refuerzan el sentimiento de pertenencia al grupo y el bienestar que este genera. La relación del grupo se mantiene con el contacto, que da fuerza, vigor y sentido de unión.
Del contacto pueden salir el afecto o la lucha, pero aun si sale la lucha y esta es de cuerpo a cuerpo, los luchadores acabarán siendo amigos con más facilidad que si se interponen los cuchillos o las pistolas.
Cuando no hay seguridad en las emociones, se prefiere poner la tele y vivir las emociones de otros.
Si la medicina del niño son los besos y los abrazos de su madre, en la medicina del adulto los médicos podemos utilizar la mano que palpa, explora o masajea, el toque de ánimo o el toque terapéutico. Con ellos aumentan la calidez y la calidad de los cuidados, y estos se vuelven, por supuesto, más efectivos.
Cuando uno se acostumbra a la soledad, se hace más difícil volver a compartir las caricias, los abrazos y los besos. Es importante recuperarlos en el grupo familiar.
3. Aprender a mirar bien
Para ser un buen médico o terapeuta sobre todo hay que mirar, y mirar bien forma parte de la empatía y la comprensión del paciente. Es la base de un buen diagnóstico y a la vez ayuda a ver su potencial natural, todo lo bueno que será capaz de poner en marcha para recuperar su salud.
En medicina, una mala mirada es un mal diagnóstico y pronóstico. Y aun en las peores condiciones el enfermo se merece una buena mirada y los mejores deseos, una mirada que le transmita la parte positiva y agradable, desde el primer aliento hasta el último soplo de vida.
La repercusión de la mirada es que produce intercambios. Se da el efecto bumerán, pues generalmente como miramos somos mirados. Uno puede ser mirado bien, admirado, en una admiración mutua.
Mirar con buenos ojos puede ser la clave para establecer la sintonía y sincronización con los que nos rodean y que ellos puedan percibir la realidad desde nuestro punto de vista, o al menos establecer una comunicación y una compresión que serán también la base de nuestra salud.