¿Qué cualidades valoramos en las personas? ¿Cuáles son los rasgos que atraen nuestra atención cuando conocemos a alguien?

Es cierto que primero recibimos una impresión exterior o física: complexión, cara, movimientos. Y a nadie le molesta ver a una mujer o a un hombre que puedan calificarse de guapos, todo lo contrario. De la misma manera que seguramente nos gustaría cambiar, si pudiéramos, algún detalle corporal de nosotros mismos.

Pasada esa primera impresión, nos fijamos en otros aspectos de la persona que acabamos de conocer. Así, a través de cómo habla y actúa nos hacemos idea de su inteligencia o capacidad mental. Y también es cierto que nos gusta tratar con personas inteligentes y competentes, por ejemplo, en su campo profesional.

Ahora bien, si tuviéramos que convivir con esa persona, a la que ya vamos conociendo, ¿nos bastaría con que fuera bella o inteligente?

¿Aceptaríamos de buen grado que se comportara con altivez, que sólo se ocupara de su interés pasando por alto el de los demás, que nunca fuera amable con nosotros o que el sufrimiento ajeno le resultara indiferente? Sin duda que ese ser de perfectas facciones y notable capacidad mental se convertiría de pronto en alguien de escaso atractivo.

De manera que es cierto que, en primera instancia, solemos valorar la belleza física y la inteligencia de las personas, pero al final lo que decide nuestra verdadera simpatía hacia alguien es el grado de buenos sentimientos que manifieste en el trato diario,

Esa dimensión interior del ser humano que nos hace verdaderamente dignos de tal condición tiene un nombre: bondad. No suele ocupar el primer lugar entre los valores que otorgan prestigio ni es lo primero que acapara nuestra atención. Pero es lo que da sentido al individuo, a la sociedad y, seguramente, a la realidad profunda de las cosas.

Qué es la belleza interior

Si la inteligencia corresponde a la cabeza y la belleza a la armonía de las partes del cuerpo, la bondad ocupa el centro de la persona, el corazón.

Es un don oculto a la mirada que se reconoce por sus frutos. Incluso puede decirse que existe una sutil relación entre ética y estética. Cuando algo nos gusta decimos que es bello, bonito... Y justamente la palabra latina bonitas establece un puente etimológico entre belleza y bondad.

Sabido es que los actos nobles y buenos son hermosos en sí mismos, mientras que la maldad es siempre fea, desagradable y vil. Una persona buena tiene un gran atractivo si no nos dejamos condicionar sólo por la forma exterior.

¿Quien diría que la madre Teresa de Calcuta era fea, incluso reconociendo que su cara no era objetivamente agraciada? La belleza interior que la bondad trasluce modifica incluso los rasgos corporales, que se vuelven amables e interesantes. Y a la inversa: cuántos rostros perfectos, si se acompañan de fealdad interior, se vuelven finalmente desagradables, una especie de fría máscara.

La bondad, conviene repetirlo, es agradable por sí misma. Y si esa bondad se acompaña de inteligencia, todavía resulta mucho más atractiva. Por no hablar de tener, además belleza física, lo que supone acercarse a la perfección del arquetipo humano.

Éste, a su vez, refleja las cualidades divinas de verdad (inteligencia), armonía (belleza) y amor (bondad). Es decir, que el atractivo que tienen para nosotros los sesudos científicos, las bellas modelos o los héroes que salvan vidas es porque poseemos en nuestra alma esas mismas virtudes, en el grado que sea.

Y porque el universo entero se basa en esas mismas cualidades para ser lo que es: una armónica e inteligente danza.

Alguien dirá que también atraen en nuestra época los ricos y famosos.

Es cierto, pero si nos fijamos, se trata de cualidades secundarias que pueden derivar de las primordiales ya comentadas (caso del emprendedor inteligente que hace negocios con honestidad, o la buena actriz que muestra su belleza), o bien derivan de un cierto grado de estupidez o incluso de maldad (caso de muchos "famosos" que se asoman con excesiva frecuencia a los medios audiovisuales).

Si meditamos en ello nos sorprenderá comprobar que la palabra bondad encierra muchas otras que aparentemente suenan distintas. Hay todo un campo que merece ser explorado al respecto.

Puede ser una actitud más bien pasiva, como por ejemplo la paciencia (escuchar lo que la otra persona quiere decirnos, no enfadarse si alguien llega un poco tarde...); o bien suponer una actitud más activa, como lo es todo lo que engloba el término generosidad (ayuda material, compañia, aliento, esperanza...).

¿Ser bueno está pasado de moda?

La posibilidad de ser bondadosos es algo que todos tenemos en nuestro interior. ¿Por qué, entonces, se habla tan poco de la bondad y se la relega a un plano secundario en muchas ocasiones?

¿Por qué los institutos de belleza o los centros de enseñanza están llenos de personas que sufren ante la posibilidad de ser considerados feos o ignorantes, pero no importa tanto ser tildados de poco bondadosos?

No es un concepto o una palabra que actualmente esté de moda y se malinterpreta a menudo su verdadero sentido. Suele relacionarse con monsergas religiosas o propias de simpatizantes de alguna ONG, mientras que el "realismo" exige endurecerse en la vida para conseguir triunfos sociales.

Si la supuesta evolución de los seres vivos consiste en la "lucha por la vida", en la dura competencia, la bondad no parece en principio muy recomendable o necesaria. Lo que sucede es que corresponde a otro nivel distinto al puramente material o biológico, a la dimensión de la conciencia o alma.

También suele asociarse la bondad con actitudes que denotan cierta debilidad; cuando en realidad exige valentía y decisión.

En nuestro imaginario colectivo no cabe duda de que el cine es una referencia importante. Si nos atenemos, por ejemplo, a dos directores clásicos de Hollywood, John Ford y Frank Capra, vemos que intentan mostrarnos la bondad de dos maneras distintas: el pistolero arrepentido de tantos western que se redime al sacrificarse por personas necesitadas que encuentra a su paso y le inspiran compasión.

El otro tipo (a menudo interpretado por el actor James Steward) corresponde al ciudadano sencillo que se ve obligado a defender con valentía la dignidad de los suyos. En ambos casos nos movemos en el terreno de la bondad, aunque a veces haya que actuar incluso con cierta contundencia.

El mundo necesita, sin duda y hoy más que nunca, de la bondad de todos.

Si bien es cierto que la bondad se expresa por naturaleza de manera pacífica, el ejemplo de ciertos héroes de celuloide que deben luchar para el bien de los demás, puede ser una buena influencia para niños y jóvenes.

Lo contrario sucede cuando quien encarna la maldad en la pantalla se presenta en ciertos guiones como alguien poderoso y seductor. Otra definición de bondad sería, pues, la de capacidad de oponerse al mal.

A todos nos gusta que los demás sean bondadosos con nosotros, pero no acostumbramos a poner tanto empeño en serlo. Nos place recibir la bondad de padres, familiares amigos o personas que encontramos en la vida y deberíamos ser igualmente transmisores de ella. Pues en definitiva se trata de una gratificante energía que esencialmente es la misma y todos compartimos.

Puesta en práctica: cómo cultivar la propia bondad

La esencia de la bondad es simplemente tratar a los demás como a uno mismo, la única y verdadera ética universal. El esfuerzo merece la pena.

Una forma de cultivar la bondad es lo que estamos haciendo en este articulo: valorar esta cualidad y reconocer su presencia en nuestro corazón. Ésa es ya una manera, de activar la bondad innata, reconociendo su existencia.

Después se trata de aplicarla lo más a menudo posible, ocasiones no faltan a lo largo del día. Y esto sin presunción (lo que impediría que fuera sincera), con naturalidad.

No desear el mal a nadie es el primer paso. Desear el bien de los demás es lo que caracteriza a las "personas buenas".

Hay que aprovechar, por ejemplo, esa reacción instintiva que nos hace sentir compasión por la desgracia ajena.

Hay que dejarla manifestarse más a menudo, sin dejar que los razonamientos posteriores del tipo "no es mi problema" intenten convencernos de su inutilidad. O que tantas imágenes vistas en los noticiarios acaben por endurecer nuestra sensibilidad.

Ese primer impulso de simpatía y solidaridad es algo auténtico que merece ser cultivado.

También hay que tener presente que la bondad no sólo se manifiesta en acciones físicas. Puede irradiar a través del pensamiento silencioso o bien expresarse en palabras. Es, antes que nada, una actitud. Meditar, calmar la mente de emociones negativas, puede ser una forma de bondad hacia uno mismo y los demás.

Por su parte, las palabras bondadosas o sencillamente amables hacen que la vida sea más agradable, lo que no es poco.

Es importante, en definitiva, que la benevolencia innata que albergamos en nuestro corazón pueda manifestarse. Y especialmente desde temprana edad cuando se forja el carácter. Padres, educadores, medios de comunicación y todos en general estamos implicados en ello. Por lo menos para no poner demasiados obstáculos a su expresión.

Porque lo natural es tener una actitud de bondad y compasión hacia los demás, e incluso hacia animales y plantas. Si mantener una actitud bondadosa es recornendado por todas las religiones sin excepción, no es sólo por razones morales o para mantener el orden social.

Es, además, una manera de avanzar en el camino de la verdadera felicidad. Todos formamos una unidad, lo sepamos o no. De manera que tratar a los demás con amabilidad o intentar prestarles ayuda en un momento dado es algo que finalmente repercute como bien para uno mismo.

Jesucristo plasma en las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña las bases de una ética a la vez humana y trascendente. El budismo, por su parte, recomienda meditar en "los cuatro pensamientos inconmensurables": benevolencia, compasión, ecuanimidad y gozo compartido. Muchos textos budistas finalizan con estas sencillas palabras llenas de significado: "¡Que todos los seres sean felices!"

Habíamos visto anteriormente que la bondad tiene relación con la belleza, ahora vislumbramos que también la tiene con el conocimiento, con la inteligencia. Quizá no con un racionalismo superficial (siempre proclive al egoísmo), sino con una sintonía a través del corazón y que puede abarcar el universo entero.

El estereotipo de la bondad como sonrisa dulzona o voz aterciopelada debería dejar paso a lo que realmente es. No sólo una invitación al sentimiento (o al sentimentalismo, su exageración), sino también al correcto pensar y actuar. Procurar hacer el bien, aunque cueste a veces, corresponde a nuestra naturaleza esencial.

Pasan los días y los años, la belleza corporal y la capacidad mental van menguando. Enfrentados a la muerte, quizá sólo tengamos en nuestro haber los buenos actos, palabras y pensamientos realizados a lo largo de la vida.

Libros sobre la bondad

  • Tesoro de sabiduría tradicional; Whitall N. Perry. J.J. Olañeta Editor
  • Con el corazón abierto; Dalai Lama. Ed. Grijalbo
  • Recetas para vivir y amar; Laura Huxley. Ed. RBA-Integral