Simple, humilde y sencillo son adjetivos que nuestra sociedad suele utilizar como descrédito, menosprecio y hasta insulto. Palabras utilizadas con demasiada frecuencia como si fueran (y obviamente no lo son) equivalentes de primitivo, pobre, chato, básico, humillado o infantil.
Parece que lo valorable, lo inteligente y lo que vale la pena tener en cuenta debe ser por fuerza lo complicado, difícil o elitista, y nunca rozar siquiera lo fácil, lo evidente, lo accesible o incluso lo obvio.
El valor de los sencillo
Considerado como valor a defender, lo sencillo es, simplemente, lo que no tiene dobleces ni ambigüedades, lo que carece de recovecos y de trampas. Sencilla es la persona que se muestra como es, que habla de manera clara, que va directa al punto, sin rodeos, mostrando desde un principio su posición y sus intenciones, lejos, muy lejos de la exigencia, del doble discurso o de la manipulación.
Un cuento zen sobre la sencillez
Hung había alcanzado la iluminación. Y como todos los iluminados, hablaba muy poco al respecto.
Los discípulos intentaban conocer su experiencia, preguntando y preguntando. Pero, a pesar de su insistencia, lo único que lograron extraerle fue que, al iluminarse, se había sentido como un tonto. Cuando le preguntaron por qué, Hung respondió:
—Me he pasado muchos años de mi vida escalando un alto muro, he caído y comenzado cientos de veces, he desgarrado mis manos y lastimado mis pies, finalmente he conseguido trepar y una vez arriba, lastimé mis manos para romper el cristal de una ventana y entrar en la torre de la iluminación...
Los discípulos no podían creer que el maestro se refiriera a la iluminación, y que entrar en esa casa, el sitio de los iluminados, lo hiciera calificarse como tonto. ¿Es que la iluminación no valía el esfuerzo, el sacrificio y las heridas que significó poder llegar a ella?
Hung adivinó el pensamiento de los jóvenes discípulos y concluyó:
—Cuando estuve adentro me di cuenta... de que la puerta siempre había estado abierta.
La sobrevaloración del intelecto y de todas las cosas que solo la razón puede ver ha producido un efecto devastador sobre nuestra percepción de los hechos, logrando enfrentarnos con la máxima paradoja:
No nos resulta nada fácil conectar con la sencillez de las cosas simples. Lo sencillo es difícil de aceptar y complicado de transmitir
Estamos tan acostumbrados a dar tanto crédito a nuestros supuestos y presunciones, que la realidad, tal como es, suele parecernos increíble o sospechosa de algo.
¿Cuántos simples “no” y cuántos simplísimos “sí”, dichos a tiempo, podrían haber cambiado el rumbo de nuestras vidas?
Pero nos enredamos, nos complicamos... y nos equivocamos. Hemos construido un mundo tan sofisticado, tan alejado de la naturaleza, con tantas cosas que se interponen entre nuestra percepción y los acontecimientos, que cada vez nos resulta más difícil acceder a lo sencillo, a lo que se ofrece a nuestros sentidos, a lo que nos permitiría vivir de un modo más relajado, más recostado en lo que es y no en lo que se representa.
Y lo peor es que ¡estamos orgullosos de ello! En lugar de salir al patio, a la calle, abrir la ventana o ir al balcón para saber cómo está el día, encendemos la televisión para escuchar la predicción del tiempo. ¿No parece una locura lisa y llana?
Conectar con lo real
Los medios de comunicación se presentan hoy, no como alternativas que complementan nuestra percepción, sino como medios más válidos y deseables que las experiencias directas. Los que se encargan del tiempo dicen: “Mañana lloverá, pero mejorará por la tarde”. ¿Mejorará? ¿Y si a mí me encanta la lluvia? ¿Cuál es la mejoría?
La Red propone sustituir la contundencia del encuentro de los cuerpos por una puesta en escena virtual, donde cada persona se presenta, como el personaje que encarna su nickname, diseñado según lo que se quiere mostrar y no según la persona que se es. No dudo que este comentario está teñido de las limitaciones de mi edad a la hora de sintonizarme con las redes sociales, pero me pregunto cómo se hace, si uno prefiere las personas de carne y hueso, y piel y cabello, con aromas reales y temperatura en la piel.
Antes de que Internet siquiera existiera, ciertamente corríamos algunos riesgos que no se podían anticipar, pero también disfrutábamos si había éxito de la sencillez del placer de mirarse, de sentirse atraídos, de seguir adelante, de conocerse y de entusiasmarse...
En el camino, algo tan sencillo y primitivo como el beso, que antes hasta marcaba un antes y un después y que hoy quizá no signifique tanto, pero que sigue siendo posible solamente en el plano de la realidad tangible. Sensaciones y vivencias que tal vez ni siquiera se puedan poner en palabras, aunque por suerte siempre habrá poetas, como Gabriela Mistral.
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria. (...)
Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.
Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien, son besos míos
inventados por mí, para tu boca.
Aunque de todas maneras, ni siquiera el mejor poema puede sustituir la sensación que deja un beso de amor, que permanecerá disponible solamente en la sencillez del beso, que solo puede apreciarse al ser vivido.
¿Qué es el mundo real?
Todos los terapeutas sabemos que el mundo en el que cada uno vive es mucho más una representación interna de las cosas que la verdadera percepción que tenemos de la realidad externa.
Por eso, dependiendo de nuestra perspectiva, la vida puede aparecer ante nuestros ojos más feliz o más desdichada, más chispeante o aburrida, llena de tristezas o de alegrías, más simple o más complicada.
La filosofía budista sostiene que finalmente todo está en la mente y terminaremos convirtiendo nuestra vida en aquello que pensamos de ella
Sea por el mecanismo de la profecía que se autorrealiza o por la focalización de la energía ligada al pensamiento, lo cierto es que muchas veces se confirma en la realidad de nuestra vida cotidiana que solo la conducta eficaz y simple construye.
Mientras que las ideas catastróficas, los análisis sin fin y las evaluaciones hipotéticas pueden enturbiar la mirada y ayudar a la postergación infinita y el fracaso inevitable.
Cada día es una oportunidad
Si quisiéramos conseguir que este conocimiento jugara a nuestro favor, sería imprescindible empezar por el principio. Y el principio en este caso es, obviamente, la manera en la cual empezamos cada día.
Deberíamos habituarnos a considerar cada nuevo día como una oportunidad más de acceder a la belleza y la utilidad de las cosas simples que la vida nos regala, en lugar de sumergirnos en las complicaciones de la alta complejidad, la elevada competitividad y las incuestionables “reglas del mercado”. Son estas últimas las que nos terminan distanciando de nuestra capacidad de disfrutar de lo sencillo: la espontaneidad, la frescura, la ingenuidad y la sorpresa de lo inesperado...
La conspiración contra la sencillez tiene su mayor aliado en las campañas publicitarias que inventa, para su propio y exclusivo beneficio, la sociedad de consumo. Son imágenes atractivas y frases envolventes que nos señalan con gran insistencia “lo básico y necesario para ser feliz, para sentirse pleno, para estar conforme y satisfecho con la vida que se lleva y de las cosas que se tienen”.
Con increíble ingenio, y muchos millones para gastar, los especialistas en marketing nos hacen creer que el mundo real es aburrido e insuficiente comparado con aquel que nos propone la publicidad, lleno de efectos especiales, fuegos artificiales, arco iris multicolores y felicidad accesible al instante.
Volver a lo simple es también rescatar los modelos de convivencia amigable y llenos de cortesía que eran naturales en el comportamiento social hasta hace menos de medio siglo. Recuperar, por poner solo un ejemplo, la sencilla y saludable costumbre de saludar a todas las personas con las que uno se encuentra, aunque sean desconocidas; por el único motivo de haberse cruzado conmigo, es un ser humano, un semejante que existe y merece ser tratado como tal.
La estridencia, los excesos, la ostentación y la cultura de la apariencia son comportamientos que, claramente, se oponen a la armonía natural de la vida
La intriga, los chismes, las manipulaciones y la falsedad son maneras de complicarse la vida y de complicar nuestro paso por el mundo, alejándonos del equilibrio y de la plenitud que devienen del contacto con la verdad más sencilla y simple.