Pero también tienen su parte oscura: la privacidad se amplía a círculos incontrolables y cualquiera puede acabar opinando de tu vida. Reflexionar sobre sus bondades y defectos es un sano y útil ejercicio.

El fenómeno de las redes sociales ha crecido a un ritmo asombroso durante los últimos años.

Tecnología, móviles y adicciones asociadas a su uso

En la era de la tecnología y de las comunicaciones, las cosas cambian a una velocidad vertiginosa y, en ocasiones, puede ser difícil adaptarnos a ello. ¿A qué se debe ese auge? A la dificultad para encontrarse con otros.

Desde hace algún tiempo, he escuchado a mucha gente quejarse de no saber dónde conocer a otras personas, dónde conseguir pareja, dónde hallar a quienes comparten sus intereses.

Pues bien, Internet en general y las redes sociales en particular han dado una respuesta a este grave problema.

Elegir entre lo virtual o lo real

Las interacciones que se producen en el espacio virtual: correos electrónicos, chats, entradas, comentarios y las respuestas que suscitan ¿son verdaderos encuentros o son más bien desencuentros?

Creo que hay que diferenciar virtual de ficticio. Los encuentros virtuales pueden no ser corpóreos, pero son verdaderos. Tienen valor en sí mismos, puesto que tienen capacidad para despertarnos sentimientos y transformarnos del mismo modo en que lo hacen los encuentros cara a cara.

Los encuentros, por tanto, pueden darse tanto a nivel presencial como virtual, pero ello no implica que sean iguales. Es decir, los intercambios que se producen a través de la Red tienen ciertas particularidades.

De entrada, la comunicación a través de medios tecnológicos conlleva la posibilidad, y muchas veces la certeza, de estar sometidos a una gran exposición. Si publico algo en una red social, debo dar por sentado que todo el mundo lo sabe o, cuando menos, puede llegar a saberlo.

Lamentablemente, los tiempos modernos han traído consigo una gran facilidad para el “espionaje casero”. Revisar el móvil del otro, mirar sus correos o escudriñar en sus redes sociales son conductas frecuentes. Es como si la facilidad en el acceso las hubiera vuelto menos censurables.

Así, personas que jamás se hubieran atrevido a hurgar en los cajones de otro se habilitan, sin mayores escrúpulos, a investigar los espacios virtuales ajenos.

Podemos intentar ser conscientes de lo pernicioso de estas invasiones pero, lo queramos o no, en las relaciones de hoy la privacidad es un bien escaso; y la clandestinidad, una transgresión difícil de sostener.