En el año 64 un gran incendio arrasó Roma y corrió la noticia de que fue el propio emperador, Nerón, quien ordenó que ardiese la ciudad eterna. A su vez, Nerón avivó el bulo de que los responsables fueron los cristianos.

No es el único ejemplo. Desde la existencia de El Dorado, hasta los Libelos de Sangre, donde se acusaba a los judíos de usar sangre humana en sus rituales, las noticias falsas han manipulado la realidad para beneficio de algunos.

Hoy, con el generalizado acceso a Internet, las fake news provocan que un número considerable de gente crea que la Tierra es plana. Sí, es falso, pero para quien se lo cree, es verdad, actúa en consecuencia, viendo, sintiendo y viviendo el mundo en consecuencia.

Además, las falsas noticias, los bulos y los rumores se propagan a una velocidad de vértigo por las redes sociales. Son poderosas: hacen tambalear a democracias consolidadas, a la salud pública o a grandes compañías.

Baudelaire, el gran poeta francés, aseguraba que la mayor argucia del diablo es hacernos creer que no existe. Lo mismo pasa con las fake news.

¿Y nosotros? ¿Creamos y creemos noticias falsas perjudicando nuestra relación con nuestro entorno y con nosotros mismos?

Nadie admite que es víctima de una noticia falsa ni si quiera que pueda serlo. Tampoco aceptamos haber participado en su transmisión. ¿Seguro? Qué pasa, entonces, cuando damos por cierto que un compañero de oficina ha conseguido un ascenso solo por ser amigo de no sé quién o cuando no dudamos de que nuestra vecina es mala persona porque hace no sé qué.

Si miramos en nuestro interior, detectaremos esas fake news que decidimos creer y desde las que, normalmente, creamos un mundo menos armónico y con más dosis de resentimiento. No olvidemos que creer es crear. Es decir, nuestras creencias crean nuestras realidades y nos predisponen a actuar de una manera o de otra.

En la era de la información existe el poderoso concepto de la posverdad que, según la RAE, es la información que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público. Es decir, que a veces creemos lo que creemos creer. Lo que emocionalmente estamos preparados para creer. Y podemos preguntarnos: ¿En qué nos beneficia emocionalmente creer esas mentiras?

Por suerte, podemos decidir dos cosas. No creer todo lo que nos dicen y no difundir cosas que no nos van a servir para ser más felices, como hacía, hace más de 2000 años, Sócrates.

Cuando le venían con un bulo de la época, él preguntaba tres cosas, los tres filtros de Sócrates:

  1. ¿Estás absolutamente seguro y sin ningún tipo de duda de que lo que me vas a decir es verdad?
  2. ¿Lo que me vas a contar es algo bueno?
  3. ¿Me servirá para algo?

Cómo filtrar noticias falsas

Si lo que queremos es estar alerta ante la avalancha de noticias falsas que nos rodean, existen filtros.

Como el publicado por IFLA, la International Federation of Library Associations and Institutions, que nos recomienda:

  1. Estudiar la fuente de donde viene la noticia y leer más allá del titular.
  2. Indagar quién es el autor e investigar fuentes adicionales.
  3. Comprobar la fecha de publicación.
  4. Plantearnos si se trata de una broma.
  5. Considerar si nuestra opinión nos lleva a creerla.
  6. Si tenemos sospechas sobre su veracidad, preguntar a uno o varios expertos sobre el tema para salir de dudas.