Cuando no se obra como se debería, tomar conciencia de que no se ha actuado bien marca un punto de inflexión para enmendar el error, pero cuando la culpabilidad impide avanzar es necesario hacer las paces con uno mismo y perdonarse.

Desde temprana edad, padres, maestros y mayores nos enseñan un código ético acerca de lo que está bien y lo que está mal.

Así vamos sabiendo que no hacer daño a nadie, ayudar a los demás, ser trabajador, actuar con sentido común, cumplir con los principios valorados por la comunidad… tiene una recompensa: ser aceptado en el entorno inmediato.

Por el contrario, hacer daño a otros, no cumplir con las obligaciones familiares y sociales, ser egoísta… es castigado con la desaprobación, la falta de afecto y la exclusión.

Esta interiorización de lo que está bien y lo que está mal, así como las experiencias de los primeros años de vida, conforman en buena medida la manera en que cada persona se enfrenta a sentimientos como la culpa o la exigencia consigo misma y están en la base de su autoestima.

La culpa puede sobrevenir en cualquier momento. Este sentimiento nos señala con el dedo índice dejándonos al descubierto, recriminándonos una acción que quizá tuvo consecuencias lamentables para otras personas, como un accidente, o hirió emocionalmente a algún amigo o a la pareja. Otras veces la culpa se siente por no haber podido evitar la muerte de un ser querido.

A menudo, sin embargo, aparece por acciones menores a las que se ha dado una importancia exacerbada, por no haber conseguido los objetivos que se deseaban o por haber traicionado los propios principios o creencias. En estos casos es común lamentarse y castigarse. Y uno se convierte en su juez más implacable.

¿Para qué sirve la culpa?

En un principio, la culpa tiene la utilidad de hacer ver a quien la siente que en cierto momento se equivocó o quizá actuó mal y perjudicó a otras personas. Al reconocerse el error o la falta, se puede tomar la decisión de no volver a cometerlos e incluso, si ha habido agravio, de repararlo cuando sea posible.

Pero a veces no se hace caso a ese sentimiento de culpa. O se cae en el autocastigo, sea porque el daño que se causó fue muy grave o porque sin haberlo sido se percibe como tal. Entonces el sentimiento de culpa puede enquistarse. La persona se queda anclada en el pasado, sin darse la oportunidad de hacer las paces consigo misma, y es probable que incluso se menosprecie.

El rencor y el enfado, hacia uno mismo pero también hacia los demás, sobre todo hacen daño a quien los siente e incluso pueden derivar en problemas de salud. El cuerpo los acusa con una mayor rigidez en los músculos y las articulaciones, un peor funcionamiento del sistema inmunitario, problemas digestivos y un aumento de la tensión arterial.

Esos sentimientos también hacen que resulte más difícil disfrutar el presente o relacionarse con normalidad con los demás, y alimentan la tristeza y el decaimiento. Perdonarse o perdonar abre la vía a dejar atrás el pasado y apostar por la propia felicidad.

Tienes derecho a equivocarte

Sin embargo, liberarse de ese muro de las lamentaciones particular no es fácil. Tras la dificultad para perdonarse o perdonar a otros pueden esconderse aspectos de la personalidad cultivados desde la infancia, como una baja autoestima o un exceso de perfeccionismo.

Puede que a quien se siente culpable se le exigiera demasiado cuando era pequeño y que aprendiera que para agradar a los demás tenía que ser infalible. Y ahora, cuando de adulto ocurre algo que escapa a su control y pone en tela de juicio sus actos, se castiga sin poder evitarlo y se siente fracasado.

Superar la culpa pasa en esos casos por aceptar los fracasos y los errores asumiendo la propia imperfección, así como por entender que los padres y los maestros educan como mejor saben cuando tienen que hacerlo. Ellos tampoco son perfectos: sus criterios no siempre son justos ni sus verdades, absolutas.

También pasa por asumir que, al contrario de lo que se cree o se desearía, no se puede controlar todo y que los acontecimientos escapan a veces a nuestra voluntad. No somos perfectos, sino "humanos, demasiado humanos" como diría Nietzsche, y tenemos derecho a equivocarnos, a aprender de las experiencias y a pedir perdón si ofendemos o afectamos a otras personas.

Pero tenemos derecho asimismo a perdonar y a liberarnos de la carga que supone el resentimiento.

El psicólogo y profesor de terapia cognitiva Walter Riso en su libro Cuestión de dignidad, editado por Granica, afirma: "Una cosa es aceptar que debo cambiar porque me he equivocado y otra condenarme a mí mismo como ser humano. La autocrítica sana es la que llega del amor propio: me critico porque me quiero y deseo mejorar y no desde el autodesprecio, ya que soy mucho más que mis errores".

Para poder perdonar, deja de juzgar

Tan importante como lo anterior es dejar de emitir juicios negativos sobre uno mismo y sobre los demás. Los pensamientos son la antesala de los actos y de lo que se proyecta en la vida cotidiana.

Generar un discurso mental en el que la persona se acusa y se castiga cuando algo no sale como esperaba o mantener un pensamiento circular acerca de alguien que la ha defraudado solo alimenta el remordimiento.

La mente, al recrear una y otra vez lo ocurrido, siembra odio y aversión hacia uno mismo o hacia el otro, lo que envenena la existencia y crea un bucle del que resulta difícil salir. Los juicios acaban creando una fantasía en la mente que no se corresponde con la realidad.

Frases como "Soy demasiado torpe", "Nunca conseguiré lo que me propongo", "Siempre lo fastidio todo"… aparte de paralizar y hacer sentirse desgraciado, predisponen a que se cumpla lo que se teme o se profetiza.

Si por un tropiezo se piensa que se es un desastre y que nunca se conseguirá lo que se quiere, seguramente acabará ocurriendo de esa manera, ya que no se hará nada por impedirlo. Por el contrario, ser comprensivo con uno mismo y decirse frases como "Esta vez me he equivocado, la caída ha sido grande, pero puedo hacer las cosas mejor y remontaré", permite darse otra oportunidad.

Sin perdón no hay aprendizaje (ni calma)

Perdonarse y perdonar pueden verse como dos caras de la misma moneda. No consisten en olvidar los errores o malas acciones, sino en ver la humanidad en uno mismo y en los demás para darse la oportunidad de cambiar.

Cuando se es la persona afectada o agraviada es importante darse un tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido y ver, desde la distancia, su alcance real. A veces, recién causado el daño creemos que será imposible una reconciliación, pero con el tiempo las cosas suelen suavizarse e interpretarse de otra manera.

Una buena opción para hacer las paces con el otro es esforzarse por verle como un igual, sin sentirse moralmente superior ni alimentar el victimismo.

Hay veces en que cuesta perdonar por orgullo, por no dar el brazo a torcer, ya que se piensa que pedir perdón podría verse como un signo de debilidad. Pero mantener esa posición de poder solamente perjudica a quien la mantiene, ya que le impide liberarse de la carga que supone vivir con rencor.

Para hacer las paces ayuda pensar que el ofensor también es víctima de sus propias limitaciones, sus miedos, su cultura o las circunstancias que le ha tocado vivir. En lugar de encogerse o endurecerse al ver o pensar en esa persona, resulta liberador abrir el corazón y practicar la bondad, por difícil que resulte a veces.

Cultivando los buenos sentimientos y la empatía se puede poner fin a los conflictos que se mantienen con la vida. Se deja de ver el mundo como un lugar hostil y de centrar la atención en lo que otros hacen o dicen para enfocarse en el presente y disfrutar desde la compasión.

Abrir el corazón lleva a pensar que no hay buenos ni malos, sino circunstancias en las que se atrae a la vida desafíos que plantean un nivel más en la evolución personal. Sentir que se puede traspasar el odio y el resentimiento, y transmutarlos en amor es uno de los mayores retos a los que podemos enfrentarnos.

Liberarse de la culpa, de los victimismos y del rencor permite realmente pasar página y constituye un motor de cambio que ayuda a crecer humana y espiritualmente.

Las claves para perdonarse y pasar página: ¿por dónde empezar?

Perdonarse implica poner fin a conflictos que anclan al pasado y nos siguen alterando al pensar en ellos. Aceptar lo sucedido bajo una nueva luz a veces basta para dejarlos atrás, pero existen maneras de facilitar ese cierre.

  • Asumir la responsabilidad. El primer paso para perdonarse es hacerse responsable de los propios actos, afrontarlos y aceptar que se actuó mal. Implica ser capaz de decir: «He aprendido de esto, puedo reparar el daño y ser diferente».
  • Aceptar la imperfección. A veces el arrepentimiento esconde el deseo frustrado de haber sido perfecto o de que las circunstancias nos hubieran sido favorables. Reconocer los errores y aceptarse pese a ellos, o asumir que no podemos controlarlo todo, ayuda a perdonarse y a tomar la decisión de cambiar o de volver a caminar hacia delante.
  • Disculparse. Puede que se tenga suficiente con vivir el perdón como un proceso interior de liberación, pero a veces uno siente que debe disculparse. La disculpa puede resultar muy liberadora, siempre y cuando se realice desde el corazón y sin expectativas.

La otra persona puede no estar dispuesta a perdonar y se debe estar preparado para aceptarlo. Esperar lo contrario es predisponerse para el enfado. Hay que respetar cómo se siente el otro.

  • Escribir. A veces no es posible disculparse porque la otra persona ya no está o no quiere escuchar. O puede que se crea que hablar empeoraría las cosas. En esos casos escribir una disculpa o poner la propia verdad por escrito ayuda a aclarar lo que se piensa y siente.
  • Visualizar. Se pueden dedicar unos minutos a imaginar cómo se abraza a la persona a la que se ha perjudicado, y pedirle perdón, pero comprendiendo sus razonessi sigue enfadada.
  • Reparar el daño. Cualquier compensación debe hacerse sin esperar el perdón o el agradecimiento a cambio. El perdón debe surgir de uno mismo y es imposible comprarlo.
  • Confesar. Reconocer ante alguien de confianza los propios errores y transgresiones puede aliviar la culpa. Ayuda a tomar distancia y a descubrir que se sigue siendo aceptable

Más allá de la culpa y la vergüenza

Quizá la mejor ayuda frente a los discursos internos negativos sea tratarse con amor y cuidar del "niño interior", a sabiendas de que uno es responsable de su propia vida y puede optar por cambiar en cualquier momento.

En su libro Perdonar, Robin Casarjian propone ejercicios para visualizarse recibiendo el amor y respeto incondicionales de los que todos somos dignos. Esto ayuda a liberarse del sentimiento de culpa:

  1. Tómate unos minutos para respirar lentamente.
  2. Recuerda alguna ocasión reciente en que te pareció que no valías suficiente o sentiste culpa o vergüenza. Piensa en cómo te sentiste.
  3. Respira profundamente y deja marchar esa experiencia.
  4. Retrocede a cuando eras niño, a la primera vez que te sentiste de forma similar, e imagínate acompañado de la persona afectuosa y comprensiva que eres hoy.
  5. Escucha a tu yo niño y apóyalo diciéndole lo que necesita oír.
  6. Desde el papel del niño, siente cómo ese amor te apoya y acéptalo.