Cada vez que ingerimos alimentos, el sistema digestivo se encarga de desmenuzarlos en sus formas más simples. En concreto, las proteínas se separan en aminoácidos, las grasas en ácidos grasos y los carbohidratos en monosacáridos.

Luego, los enterocitos (células que forman la pared del intestino) permiten la entrada de estos componentes a la sangre para nutrir a todas y cada una de las células del cuerpo, mientras que aquellas moléculas no digeribles se excretan como residuos. El problema aparece cuando la barrera intestinal se inflama y pierde su funcionalidad. Es lo que se denomina «intestino hiperpermeable».

Microbiota equilibrada y permeabilidad intestinal

La muralla física que forman las células del intestino necesita de un gran ejército que la defienda, que sepa seleccionar el tránsito de moléculas y que fabrique compuestos necesarios para la vida (enzimas, vitaminas, neurotransmisores, ácidos grasos de cadena corta, etc.). Ese ejército pacífico es la microbiota intestinal. La diversidad de estas comunidades microbianas es lo que configura los procesos bioquímicos y metabólicos de nuestro organismo.

¿Qué es la disbiosis?

Aunque solo una minoría de los microorganismos intestinales tiene capacidad para influir de forma negativa, lo cierto es que, si proliferan, se produce una disbiosis o desequilibrio en la microbiota que afectará a la delicada pared intestinal con importantes repercusiones en todo el organismo, tal como demuestran numerosos estudios, entre ellos el publicado en la revista científica Frontiers in Microbiology con el título Mucosa-Associated Microbial Profile is Altered in Small Intestinal Bacterial Overgrowth.

¿Qué bacterias componen la microbiota?

Cada familia de bacterias que conforman la microbiota cumple con una función determinada y todas ellas conviven en el intestino de manera estable y eficiente, a menos que se produzca una disbiosis.

Pero, ¿qué papel desempeña cada colonia y cuáles pueden llegar a ser patógenas? Se pueden distinguir varios tipos de comunidades bacterianas:

  • Protectoras: Son principalmente lactobacilos, bifidobacterias y bacteroides que tapizan completamente la pared interna del intestino y, junto con las muconutritivas, forman una auténtica barrera. Inhiben la proliferación de gérmenes nocivos y estimulan la producción de interleucinas antiinflamatorias, fortaleciendo nuestras defensas. Constituyen entre el 60 y el 80 por ciento de la microbiota intestinal.
  • Inmunomoduladoras: Destacan los Staphylococcus, los Enterococcus faecalis y la Escherichia coli. Son precursores de una buena inmunidad, pero en exceso dan lugar a infecciones y reacciones inmunitarias. Forman entre el 10 y el 30 por ciento.
  • Muconutritivas: Son cepas menos conocidas, como Faecalibacterium prausnitzii, Roseburia intestinalis y Akkermansia muciniphila, entre otras. Determinan la calidad de la mucosa intestinal en la que se asientan los microorganismos. Estas bacterias tienen una influencia crucial en el metabolismo de los azúcares, la inflamación y la permeabilidad intestinal. Representan entre el 5 y el 10 por ciento.
  • Proteolíticas: Destacan las Clostridium, la Proteus mirabilis, la Helicobacter pylori, las Klebsiellas y las Enterobacterias, entre otras. Desempeñan una función metabólica importante, pero, si hay un sobrecrecimiento, desplazan fácilmente a la microbiota protectora y provocan inflamación de la mucosa, gases e hinchazón abdominal. No deben superar el 0,001 por ciento del total de la microbiota intestinal.

permeabilidad intestinal: causas de un desequilibrio

Las infecciones recidivantes, las intolerancias alimentarias, los aditivos, el alcohol, la leche, los edulcorantes, el gluten en algunas personas, los metales pesados, ciertos fármacos (antibióticos, laxantes, protectores gástricos...), el sedentarismo, el tabaco... son factores que agreden la mucosa del intestino delgado y acaban generando agujeros microscópicos.

Los factores psicológicos como los disgustos y el estrés crónico agravan el cuadro, ya que favorecen la secreción de interferones (moléculas que activan el sistema inmunitario). Estos mediadores se unen a unos receptores de la membrana de los enterocitos y separan la unión entre ellos, lo que incrementa la permeabilidad intestinal. A través de la mucosa, ahora porosa, pasarán macromoléculas alimentarias y bacterianas que se convertirán en péptidos antigénicos, que pueden favorecer diversos problemas de salud.

  • Sobrecarga tóxica. El hígado, los riñones, los pulmones y la piel deberán eliminar ese exceso de toxinas que han pasado a la sangre. Esto puede provocar síntomas como cansancio, migrañas, eccemas, alergias, dolores articulares... Por otra parte, las células inmunitarias reconocen los péptidos como sustancias invasoras y actúan contra ellos provocando inflamación. El problema es que estas moléculas antigénicas pueden presentar similitud con células de nuestros tejidos, lo que originará el ataque del sistema inmunitario contra nuestras propias estructuras orgánicas. De ahí que el aumento de la permeabilidad intestinal esté presente en diversas enfermedades inflamatorias crónicas y autoinmunes.
  • Déficit nutricional. La inflamación y la hiperpermeabilidad intestinal también altera la absorción de nutrientes. De ahí que la mayoría de personas que padecen de intestino hiperpermeable sufran carencia de vitaminas, minerales, ácidos grasos, neurotransmisores, etc.

permeabilidad intestinal: tratamiento

Un estudio publicado en la revista American Journal of Physiology pone de manifiesto el papel que juega la dieta en el mantenimiento de una correcta permeabilidad intestinal.

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Ciertos alimentos y nutrientes específicos son de gran ayuda para mantener la integridad de esta delicada barrera.

  • Almidón resistente: es un tipo de hidrato de carbono que actúa como prebiótico al ser digerido por las bacterias del intestino. Promueve el crecimiento de microorganismos beneficiosos y favorece la eubiosis (equilibrio de la microbiota, lo contrario de disbiosis). Se encuentra en las patatas, los boniatos y el arroz cuando se consumen después de haber sido enfriados durante unas horas, así como en el plátano macho, las legumbres y la avena.
  • Fibras: los cereales integrales, las frutas y las hortalizas aportan fibra insoluble que ayuda a mejorar el tránsito intestinal. La avena, los espárragos, la alcachofa, el puerro, el ajo o la cebolla contienen inulina, un tipo de fibra prebiótica soluble que es fermentada por la flora autóctona y alimenta a las bacterias beneficiosas.
  • Kéfir: esta bebida fermentada, cremosa y fácil de preparar en casa con agua o con leche de cabra, es un excelente probiótico. Aporta Lactobacillus bulgaricus, Streptococcus thermophilus y otras cepas bacterianas que facilitan la digestión y ayudan a la regeneración de la microbiota.
  • Miso: se obtiene de la fermentación de soja, trigo, arroz o cebada con el hongo Aspergillus oryzae. Contiene probióticos, fitoesteroles, flavonoides, calcio y potasio y vitaminas A y B6, entre otros nutrientes que desinflaman y regeneran la mucosa intestinal.
  • Verduras de hoja verde: contienen nutrientes y compuestos que activan las células inmunitarias del intestino. De esta manera, ayudan a prevenir enfermedades infecciosas, inflamatorias y autoinmunes. Incorpora a diario en tu alimentación verduras como la kale, los canónigos, las espinacas, los berros, la rúcula, las acelgas o la borraja.

permeabilidad intestinal: prueba

Los tests de heces incorporan dos parámetros que permiten determinar el grado de permeabilidad del intestino:

  • Antitripsina alfa-1: Es una proteína hepática que sirve para regular las respuestas inflamatorias. Un valor en heces por encima de 30 mg/g indica que hay hiperpermeabilidad de la barrera intestinal e inflamación.
  • Zonulina: Un valor superior a 100 ng/mL pone de manifiesto una excesiva destrucción de los enlaces entre las células del epitelio. Es un valioso marcador de porosidad intestinal.

Claves para una correcta permeabilidad intestinal

Además de la dieta, hay algunos hábitos que pueden ayudar a fomentar una correcta permeabilidad intestinal:

  • El ejercicio físico diario de intensidad media aumenta la diversidad de bacterias digestivas y ayuda a metabolizar los alimentos.
  • Mastica cada bocado hasta que se convierta en papilla y evita compaginar la comida con otra actividad. Presta atención a la textura, aroma y sabor de cada alimento.
  • Escucha a tu cuerpo para ver qué alimentos te sientan mejor y cuáles te causan molestias. Tu cuerpo es el mejor barómetro para indicarte qué es lo que le favorece o perturba.
  • Practica meditación y lleva un estilo de vida tranquilo que evite los efectos de las hormonas del estrés sobre la microbiota.

Suplementos para cuidar el intestino

Si hay síntomas de desequilibrio, algunos complementos son de gran ayuda para restaurar la mucosa intestinal:

  • Los fructooligosacáridos (FOS) y galactooligosacáridos (GOS) favorecen el crecimiento de las bifidobacterias y lactobacilos, bacterias protectoras de la mucosa intestinal. Dosis: 5 a 8 g diarios.
  • El hongo melena de león (Hericium erinaceus) posee una acción renovadora del epitelio gastrointestinal. Contiene también polisacáridos inmunoreguladores. Dosis: 500 a 2.000 mg diarios.
  • L-glutamina, un aminoácido regenera las células del intestino delgado y les aporta energía. Se halla en el tofu, legumbres, frutos secos, huevos y productos lácteos. Mejora su función al ser combinada con vitamina C, leucina y arginina. Dosis: 500 mg a 5 g diarios.
  • Butirato: detrás de una barrera intestinal dañada suele haber una disminución de las bacterias que producen butirato, un ácido graso de cadena corta que alimenta a las células de la pared intestinal. Además de mejorar la dieta se puede tomar un suplemento. Dosis: 500 mg diarios.
  • La biotina o vitamina B7 contribuye al mantenimiento e integridad de las mucosas intestinales. La yema de huevo, los cacahuetes, las almendras, las avellanas, las legumbres y el yogur aportan buenas cantidades. Dosis: 70 a 140 mcg diarios.