En la época de mi abuela, a principios del siglo XX, las mujeres tenían que “hacer como si no” para mantener su reputación de mujeres respetables. Si les gustaba un chico, tenían que disimular y esperar a que él se acercase. Si él se acercaba, tenía que hacerse “la dura”, y hacer como que no quería ser cortejada, para que él insistiese.

El deber de los hombres era esforzarse a ver si alguna cedía. También insistía para probar a las mujeres que pretendía. Ellos tenían que parecer muy interesados, y muy comprometidos, aunque no fuera cierto. Las mujeres sólo podían dejar acercarse a aquel que quisiese casarse con ellas, y no podían relacionarse con otros hombres para mantener siempre su imagen de mujer virgen.

Se jugaban mucho las mujeres en esto: no podían acceder a besarse o a ir más allá de los besos porque la peor amenaza para ellas era quedarse solteras, y señaladas como mujeres fáciles. Así que, quisieran o no, tenían que hacerse las difíciles, reprimir su deseo, frenar el deseo del otro, y asumir que su vida sexual sería nula hasta el día de la boda, mientras que ellos se desahogaban por otro lado. Las que cedían a la tentación sabían cuál era el castigo: embarazo antes del matrimonio, y chico que huye despavorido porque no quiere casarse con una mujer fácil.

La evolución del “no es no”

Esta doble moral es lo que hace que las mujeres en lugar de decir "sí", tuvieran que decir "no", y resistir todo lo posible para no caer en los brazos del hombre que la deseaba y al que deseaba. Porque un buen polvo podría acabar para siempre con todo, y ser soltera en un mundo en el que las mujeres solo podían trabajar en el campo, era una condena a la pobreza y a la soledad.

Después, cuando la mujer había resistido como una campeona y había logrado el compromiso matrimonial, se encontraba con que tenía que seguir un poco en las mismas, porque los hombres desconfían de las mujeres que disfrutan mucho del sexo. Tenía que parecer como que cumplían con su obligación, que disfrutaban porque el macho era poderoso, pero no demasiado para no parecer una mujer indecente.

Entonces el "no" a veces era "no", y a veces era "sí", pero resultaba complicado para los hombres entenderlo, y más teniendo en cuenta que para ellos las mujeres eran cosas, y estaban ahí disponibles para ellos. El acoso sexual estaba romantizado, y sigue estándolo en las películas: el insistente siempre acaba logrando su objetivo, derribando los muros de la princesa que se resistía al amor con su paciencia y perseverancia.

Hoy en día las cosas han cambiado mucho. Ahora las mujeres ya podemos decir "no" cuando queremos decir que "no". Pero los hombres siguen sin entender ni asumir el "no" y el rechazo en alguien que se supone que “en el fondo” lo está deseando. Hemos vivido muchos siglos en esa doble moral que nos hace a las mujeres tener que estar siempre disponibles a los reclamos del macho pareciendo que no queremos hacerlo, pero queriéndolo mucho. Muy en “el fondo”.

Ahora cuando queremos hacer el amor decimos "sí", o lo proponemos, sutil o abiertamente. Y cuando decimos "no", es que no queremos.

Lo explicamos una y otra vez, pero en el imaginario patriarcal persiste la idea de que a las mujeres cuando nos fuerzan, en el fondo estamos disfrutando. Piensan que nos gustan las violaciones, pero hacemos como que no para no parecer ninfómanas.

Piensan que lo que queremos las mujeres es hacernos desear, y que basta con insistir. Piensan que tenemos el Ego muy grande y necesitamos muchos piropos, pero que en realidad estamos deseando ceder y entregarnos a los reclamos sexuales o románticos del otro.

Sabiendo entonces de donde viene esta confusión, ahora ya podemos todos tenerlo claro: en el siglo XXI cuando una mujer quiere tener relaciones contigo, las tiene, y las disfruta sintiéndose libre. Cuando una mujer no quiere tener relaciones contigo, no las tiene, y lo dice sin miedo y sin culpa: no quiere.

No quiere, y no querrá más adelante, y no te pide que te esfuerces para seducirla con el manual de las frases bonitas. No quiere, y punto. Es un ser humano libre como tú.

Cómo aceptar un no por respuesta

Es bien sencillo, sólo hay que respirar hondo y empezar el proceso de aceptación: no quiere, y no puedo hacer nada más que respetar que no quiere. Lo he intentado, me he mostrado interesado, pero me ha dicho que no quiere, y no tiene que darme más explicaciones: no quiere, y punto.

Si te fijas en el contexto, es fácil de entender por qué hay que creer a una mujer cuando dice que no. Ahora ya no nos importa la reputación, elegimos con quién queremos acostarnos, con cuántos, y cómo queremos hacerlo. Elegimos si queremos pasar una noche loca o si queremos una relación duradera, elegimos cuánto dura esa relación, y ya no tenemos que parecer mujeres asexuales para que nos respeten.

No tenemos ninguna necesidad de ocultar que nos gusta el sexo y cómo nos gusta, ni con qué frecuencia lo practicamos, así que cuando queremos lo hacemos. Y cuando no queremos, no lo hacemos.

Y siendo todo tan simple, es más fácil entender que ahora todos somos libres para decir sí o no, para coquetear un rato o llegar al encuentro sexual si la cosa fluye, para parar cuando ya no nos apetece o cuando no estamos disfrutando. Y de este modo disfrutamos todos y todas: no hay confusión ni malentendidos posibles, no hay un doble discurso. Si es si, y no es no.

Queridos compañeros, no hay necesidad de perder el tiempo y las energías en alguien que no te corresponde. No hay por qué hacer el ridículo ni enfadarse: si no conectas con alguien, no hay por qué insistir.

Ninguna mujer te debe nada: si le gustas, estará contigo, y si no le gustas, no.

Y a otra cosa, mariposa.