Los hombres de masculinidad frágil tienen problemas para intimar, para desnudarse, para abrirse, para compartir y para profundizar con hombres y mujeres. Intentar ser un macho alfa, o al menos, intentar mantener la reputación en torno a la virilidad de uno es agotador: la masculinidad exige a los hombres estar demostrando continuamente que son “hombres de verdad”.

A lo largo de toda su vida tendrán que dedicar mucho tiempo y energía a validar su hombría una y otra vez, su fuerza, su valentía, su potencia sexual, sus habilidades deportivas, sus éxitos económicos, sus capacidades intelectuales, y su lealtad hacia los grupos a los que pertenece (amigos de la infancia, amigos del barrio, compañeros de trabajo, compañeros del equipo de fútbol o del grupo de música, etc).

Limitados por una masculinidad frágil

Los hombres obedientes al patriarcado pasan más de la mitad de su vida reprimiéndose. Muchos se mutilan emocionalmente para parecerse a sus héroes de ficción y de carne y hueso, todos hombres violentos y con poder que ni sienten ni padecen. Su gran miedo es recibir las burlas de los demás hombres, ver cuestionada su virilidad, ser considerado una mujer o un homosexual.

Elisabeth Badinter nos explica que la masculinidad se basa en rechazar a los bebés, las mujeres y los gays para no parecerse a ellos en nada. Representan todo lo que no quieren ser: seres de categoría inferior, dependientes, sumisos, débiles, cobardes, sin inteligencia, seres emocionales, cursis, miedosos, torpes, seres que necesitan protección.

Además de rechazar a las niñas, también rechazan los afectos, los cuidados, la ternura, las emociones, y el amor. Cuando son adolescentes, lo tienen muy difícil a la hora de relacionarse con nosotras, porque no saben hacerlo en horizontal y tratarnos como a iguales.

No son capaces de vernos como sus compañeras porque han sido educados para ser muy competitivos y para ser siempre ganadores, así que si no pueden dominar en sus relaciones sexuales y sentimentales, no disfrutan. Tampoco disfrutan si dominan porque tienen un miedo atroz al amor, y mucha pereza ante el compromiso emocional.

No saben expresar sus emociones, sólo saben reprimirlas. La única que les está permitida mostrar es la ira y el odio expresado en forma de violencia. Pero no pueden llorar en público ni demostrar su vulnerabilidad, y eso les hace estar permanentemente alerta, con casco, escudo protector y espada en mano.

A todos les apetece tener cerca mujeres con las que tener sexo, pero a pocos les apetece enamorarse. Muchos de ellos dilatan el momento de tener que casarse (lo hacen por presión social), o se pasan la vida huyendo de las relaciones sentimentales con mujeres, o aprenden a compatibilizar el matrimonio con su libertad.

Los hombres de masculinidad frágil se sienten muy presionados por el mandato no escrito de “triunfar” en el sexo, eyacular mucho y muchas veces, ser los mejores en la cama, tener una erección perfecta, no sufrir eyaculación precoz ni gatillazos. Y esto los pone un poco en plan robot en la cama: mientras tienen sexo, sólo están pensando en el final, y en el triunfo de haber demostrado su hombría. Entonces les cuesta disfrutar porque no están donde están: están pensando en quedar bien y en impresionar a su compañera, no en dejarse llevar.

Algunos se preocupan tanto que ni escuchan a sus parejas, ni se ocupan de su placer: han sido educados para centrar toda su atención en su propio falo, en su propio placer, y en su demostración de hombrías.

Para los hombres patriarcales el amor es una guerra, y el que se enamora pierde: los hombres patriarcales creen que perderán toda su libertad y su poder si se enamoran, por eso intentan disociar el sexo de las emociones, y por eso tienen que estar constantemente recordándose quién lleva los pantalones en la relación.

Para poder dominar, los hombres machistas necesitan cosificar y convertir en objeto a las mujeres con las que tienen sexo. Necesitan asegurarse la victoria absoluta, por eso sólo se abrirán cuando encuentren a alguien que no les haga daño y que no se aproveche de su vulnerabilidad. Y muchas veces ni siquiera enamorados pueden desnudarse y mostrarse tal y como son: las cadenas patriarcales que atan a los hombres a su reputación y a su masculinidad son demasiado pesadas.

¿Cómo podrían liberarse?

Los hombres no pueden disfrutar porque están demasiado ocupados luchando por conservar su libertad, demostrar su virilidad, defenderse del amor, y dominar al enemigo. Así que para poder relajarse un poco, tendrían que dejar esas preocupaciones y empezar a trabajarse los patriarcados, empezando por la misma concepción del amor romántico que les hace creer que el amor es una guerra en la que las mujeres somos las enemigas.

Tendrían que analizar todos los mensajes que reciben desde pequeños sobre cómo defenderse de las mujeres, cómo seducirlas sin comprometerse, cómo engañarlas para poder seguir acumulando conquistas que le den puntos a su virilidad. Y empezar a desaprenderlo todo para liberarse de la necesidad de dominar, para aprender a relacionarse sin miedo, y en libertad.

Los hombres tienen que trabajar mucho para conocerse mejor, para revisarse los patriarcados que les habitan, para aprender a gestionar sus emociones, y para aprender a relacionarse con el mundo con amor. Necesitan confiar en sí mismos y en las mujeres con las que se relacionan para conectar con sus parejas a un nivel de profundidad en el que ambos puedan ser tal y como son, y mostrarse tal cual son sin miedo a que les hagan daño.

La liberación llegará para ellos cuando ya no necesiten el reconocimiento y la aprobación de las manadas masculinas de su entorno, cuando ya no tengan miedo de ser rechazados o marginados, cuando pierdan el miedo a disfrutar del amor y sean capaces de vivir su historia sin construir muros ni obstáculos, cuando nada les impida estar en el presente y gozar con sus compañeras o compañeros.

¿Conocéis a hombres que ya estén trabajando en ello?