El abuelo de Amanda murió cuando su madre estaba embarazada de ella. Estas circunstancias, supusieron un durísimo golpe para su madre puesto que no sólo perdió a su propio padre, sino también, debido a la buena relación existente entre ellos, se quedó sin uno de los pilares de su vida.

Tras el impacto de la pérdida, la madre de Amanda se hundió de tal forma en su sufrimieto y en su dolor que casi se olvidó de que estaba embarazada. La joven se abandonó, dejó de comer, no se preocupaba por cuidar ni de ella, ni del bebé que estaba creciendo en su vientre. La pequeña, a través del intercambio de hormonas y de las reacciones fisiológicas que percibía en el útero, sintió (y padeció) el mismo dolor y la misma pena que embargaban el cuerpo de su madre.

Pero además, como vimos en terapia, Amanda sufrió la muerte de su abuelo de una forma adicional tremendamente dañina. Para la bebé, la desesperanza de su madre supuso una desconexión con ella, fue como si la sintiera desaparecer.

De la noche a la mañana, su madre ya no estaba. No habia nadie que se preocupara de ella. Su sentimiento de desprotección era absoluto. ¿Quién la iba a cuidar? ¿Qué sería de ella? El miedo a la muerte apareció como una sombra, llenando cada rincón de lo que, hasta entonces, había sido su santuario de paz y júbilo.

Ante estas circunstancias extremas, la pequeña Amanda se aferró a lo único que la mantenía con vida: el cordón umbilical por el que recibía algo de alimento. No llegaba con la abundancia ni la alegría del principio, pero por lo menos, le permitía alimentarse y le ayudaba a crecer.

Como vimos en terapia, la pequeña se decía: "Si nadie me cuida, tendré que cuidarme yo". Más que una idea, fue un impulso inconsciente, una reacción instintiva que tuvo la bebé Amanda para sobrevivir. Además, pensaba: "Debo guardar toda la comida que pueda por si mañana no llega más". Y así lo hizo.

Al cabo de unos meses, la vida se impuso y, a pesar de la depresión de su madre, la niña nació. Amanda fue una bebé regordeta y hermosa, a pesar de la extrema delgadez de su madre. La pequeña, debido a la escasez vivida, se había convertido en una experta en acumular alimento para superar los posibles períodos de carencias.

Lo que nos ocurrió en el útero afecta a nuestra vida adulta

Cuando llegó a la consulta, Amanda pesaba más de 100 kgs, a pesar de apenas medir 1,55m.

Tras la primera charla que tuvimos, el dato que más me llamó la atención de los que me mencionó fue que tenía 2 neveras (con sus correspondientes congeladores) que siempre estaban abarrotadas de comida. Además, había convertido en despensa una de las habitaciones de su casa y guardaba allí todo tipo de conservas, encurtidos, embutidos, quesos... "por si me hiciera falta" me dijo.

Amanda, también me comentó que el ver que la comida se pudría en su nevera y que las latas caducaban en su despensa, habían sido hechos fundamentales para acudir a mi consulta, no podía permitir que ningún alimento se desperdiciara, me comentó.

Amanda comprendió que aquella costumbre de acumular comida no era normal y que debía buscar ayuda. Por otro lado, también quería perder peso porque le costaba seguir el ritmo de la pareja de gemelas de tres años que tenía. Amanda quería lograr cuidar su salud de una forma más equilibrada.

La penuria física y emocional que sufrió la bebé durante el embarazo creó en ella el patrón de acumular comida por si algún día faltaba. Cuando Amanda pudo comprender que esta conducta le ayudó en aquel momento, pero que ya no era necesaria en la actualidad, empezó a relajar su necesidad de acumular alimento. Se deshizo de una de las neveras y recuperó la habitación/despensa para reconvertirla en sala de costura, una de sus grandes aficiones.

A veces, las circunstancias nos obligan a adoptar ciertos patrones extremos que nos ayudan a sobrevivir, pero que dejan graves secuelas a largo plazo. Reconocer que esos patrones ya no nos sirven y que, además, nos perjudican, es la mejor manera de empezar a liberarnos de ellos.