Una característica compartida por muchas de las personas que acuden a terapia es que no se creen capaces de conectar con su intuición. Incluso, el hecho de reflexionar sobre esta brújula interna (que todos tenemos), les resulta muy complicado. Piensan que, si alguna vez fueron niños espontáneos e intuitivos, esa parte desapareció mucho tiempo atrás.
En este caso, al hablar de la intuición, me refiero a la esencia auténtica de cada persona, a esa sabiduría interna que les guía y les habla de sus verdaderos deseos, necesidades y objetivos.
Esta parte es la que muchas personas sienten totalmente desconectada o desaparecida. Tal y como me lo expresó Cristina en una de nuestras sesiones: “Creo que mi intuición no existe, creo que está muerta”.
La buena noticia que siempre les hago saber a estas personas es que su intuición no está muerta, que nada puede matarla. Puede que esté enterrada o perdida, debido a los efectos de crianzas poco respetuosas, pero siempre se puede volver a conectar con ella.
Por qué perdemos la intuición
Para comprender este proceso, debemos pensar que, cuando un niño o una niña vive en una familia donde no se presta atención a sus necesidades emocionales y, bajo amenazas de castigos o palizas, se le obliga a obedecer ciegamente a los adultos, la única opción útil que le queda a este pequeño, para poder sobrevivir, es la de dejar de prestar atención a su intuición y adaptarse a su cruda situación.
Con el paso del tiempo, sus deseos y su auténtica forma de ser quedan ocultos y tapados para cualquier persona externa e, incluso, para sí mismo.
En la familia de Cristina, por ejemplo, su padre era la autoridad máxima y todos tenían que obedecer sus caprichos si no querían sufrir su ira (gritos, golpes y demás tipos de violencia). Por otro lado, la niña nunca recibía atención o elogios por sus iniciativas o las cosas creativas que hacía, peor aún, siempre la denigraban y le quitaban valor a sus creaciones.
En su terapia, con gran dolor, recordó una ocasión en la que su madre se había enfadado con ella (por cualquier motivo absurdo) y, como castigo, rompió un dibujo que le había hecho como regalo del día de la madre.
Viviendo en este ambiente, la pequeña Cristina no podía expresarse libremente, no podía ser ella misma, y, la única protección a la que pudo echar mano fue la de ocultarse.
Para sobrevivir, la pequeña Cristina, tan alegre y creativa, tuvo que convertirse en un títere obediente y acomodaticio.
Al mismo tiempo que se desarrolló este proceso de camuflaje, su intuición quedó profundamente enterrada.
Recuperar la brújula interna
Ya adulta, Cristina estaba tan acostumbrada a complacer a los demás que era incapaz de escucharse a sí misma. En este punto se encontraba cuando llegó a mi consulta y me comentó que sentía que su intuición había muerto.
En realidad, no podía escucharla porque estaba enterrada bajo capas y capas de obediencias, obligaciones y adaptaciones a las exigencias de los adultos. Enterrar su intuición fue un sacrificio que la niña Cristina tuvo que realizar para poder sobrevivir emocionalmente en el ambiente hostil de su familia.
Sin embargo, como ya he comentado anteriormente, la intuición nunca muere. A pesar de lo profundamente enterrada que esté y de los años transcurridos, la intuición siempre sigue viva, siempre continúa hablando y buscando su lugar.
El trabajo que ahora se puede hacer en terapia, ya como adulta, es el de quitar todas las capas que la ocultan para liberar tu intuición y, de esta forma, poder escucharla de nuevo.
A lo largo de sus sesiones, Cristina fue cuestionando la crianza que recibió por parte de sus padres: pudo darse cuenta y expresar lo autoritario e irrespetuoso que había sido su padre, pudo reconocer los maltratos emocionales de su madre, la falta de apoyo de su familia, las burlas de sus profesores, etc.
Aquellos adultos que fueron tan importantes en su infancia, quedaban ahora como personas ignorantes y con nula inteligencia emocional.
A medida que le fue restando protagonismo a los adultos, Cristina pudo reconocer que la niña era la que tenía razón cuando se quejaba por alguna injusticia o cuando quería jugar en lugar de ayudar a su madre, durante horas y horas, a limpiar toda la casa.
Poco a poco, volvió a conectar con su voz interior, con aquella intuición que ella creía muerta y comenzó a confiar más en sí misma que en los demás. Pudo volver a quejarse cuando algo no le molestaba y, también, decidió dejar de ver a ciertas amistades que eran tóxicas para ella.
Este trabajo de reconexión con su intuición supuso un cambio radical en la vida de Cristina. Dejó de ser la marioneta de los demás para comenzar a escucharse y a cuidarse a sí misma.