Como ya hemos comentado, en ocasiones anteriores, en esta sección, recibir la atención de los padres supone una necesidad primordial para los niños pequeños (equiparable a la alimentación o al sueño). Cuando el niño carece de estos cuidados, se nota desprotegido ante los peligros de la vida, experimenta pánico y siente que está en peligro de muerte.

En estos casos, inconscientemente, los pequeños elaboran diferentes estrategias para reclamar estos cuidados, imprescindibles, que no están recibiendo. Por desgracia, desconocen que los efectos a largo plazo de estas tácticas son más perjudiciales que beneficiosos.

En el artículo de hoy, vamos a profundizar en una de estas estrategias insanas de tratar de conseguir que los padres se fijen en nosotros y nos cuiden. Ésta, resulta más habitual de lo que podemos imaginar.

Reclamar cuidados enfermando

Pongámonos en el lugar de Aurora, una niña de apenas dos años de edad, cuyos padres están tan obsesionados con sus respectivos trabajos que apenas pasan tiempo con su hija. La pequeña pasa el día entre la guardería y la casa de su abuela.

Está bien acompañada y alimentada, pero Aurora siente que el cuidado de su abuela no suple al de sus padres. En algunos momentos, se siente sola y le gustaría poder acudir a su madre o a su padre para recibir su consuelo.

En una ocasión, la niña contrajo una gripe y como consecuencia de ésta, tuvo que pasar varios días en casa. Ante estas circunstancias, sus padres organizaron sus trabajos y sus agendas para poder turnarse y cuidar a su hija enferma. Por primera vez, después de mucho tiempo, Aurora, al percatarse de que sus padres se preocupaban por ella, se sintió plena.

Aunque se notaba cansada y molesta por su enfermedad, el recibir los cuidados de sus padres compensaba este malestar. Por desgracia para Aurora, cuando se recuperó de su enfermedad, todo volvió a la normalidad. Sus padres retomaron su apretada agenda laboral y la niña fue, nuevamente, enviada a la guardería.

Varias semanas después, Aurora enfermó y el proceso se repitió. Sus padres la cuidaron mientras ella estuvo en cama, pero en cuanto la niña mejoró, volvieron a dejarla en la guardería y con su abuela.

De forma inconsciente, se fue estableciendo, en su interior, un patrón de supervivencia. La enfermedad se convirtió en una herramienta para obtener la atención de sus padres. El silogismo es muy sencillo:

  • Para sentirme bien, no experimentar pánico y no albergar miedo a morir, necesito que mis padres me atiendan.
  • Mis padres sólo me cuidan cuando estoy enferma.
  • Conclusión: enfermaré para que mis padres me ofrezcan los cuidados que necesito.

Elaborar este patrón no fue algo planificado, sino más bien, una reacción casi física y automática de su cuerpo para sentirse segura y protegida. Caer enferma fue la única forma que su psiquis encontró para que la niña recibiera, desde la cercanía, los imprescindibles cuidados de sus padres.

En aquellos momentos, Aurora no se percataba de los efectos que tendría este patrón en su vida futura, lo único de lo que era consciente es de que se sentía plena, segura y protegida, cuando sus padres la cuidaban.

El caso de Aurora

Años más tarde, por consejo de su médico de cabecera, Aurora acudió a mi consulta. La joven, a pesar de que todos sus análisis mostraban que estaba completamente sana, enfermaba con demasiada frecuencia. Su médico pensó que, bajo los continuos síntomas de malestar que presentaba, podría existir una causa psicológica subyacente.

De hecho, Aurora, por sí misma, había detectado en sus dolencias un patrón que se repetía: cuando tenía alguna discusión fuerte con su pareja y él se planteaban dejar la relación, ella caía enferma. A partir de este punto, pudimos trabajar para entender el papel que tenía la enfermedad en su vida.

Como para Aurora, para otras muchas personas, sus enfermedades suponen la razón de su existencia. Sus dolencias se convierten, por décadas, en el centro de su vida, en su único tema de conversación. A través de ellas, se sienten importantes y piensan que son valoradas por los demás.

Este mecanismo, recordémoslo aquí, es inconsciente, lo que significa que la persona no enferma voluntariamente, ni tampoco finge su enfermedad. Los problemas que presenta son reales y necesitan tratamiento médico para solucionarlos. Mi intención con este artículo es la de explicar el origen psicológico de este patrón, puesto que, si realmente deseamos terminar con esta rueda de sufrimiento, tenemos que desenmascarar y trabajar la verdadera causa de las enfermedades.

Cómo deshacer este patrón de supervivencia

Resulta muy delicado trabajar para desprogramar esta forma de relacionarse con su cuerpo y con los demás. Cuando estas personas están llegando al núcleo principal de su problema, existe un alto riesgo de abandono de la terapia. En estos momentos, sienten un enorme vértigo, un miedo atroz a dejar de recibir la atención de los demás si se curan definitivamente. Reviven el miedo y la angustia por su vida que sentían cuando de pequeños sus padres no les atendían. El pensar que esto puede volver a suceder, les puede llevar (inconscientemente) a boicotear su sanación.

En estos casos, tenemos que trabajar para que la persona vaya ganando confianza poco a poco, comprendiendo que ya no es el niño o niña necesitada y dependiente de su infancia. En la actualidad, puesto que es una adulta capacitada, no sólo para cuidarse, sino también, para mantenerse por sus propios medios, ya no necesita esa atención especial de sus padres.

A medida que la persona vaya ganando autoestima y comience a cuidarse, podrá desengancharse de este patrón tan dañino.