Katia hueso es una "bióloga de bota" y no "de bata". Se interesó desde muy joven por la relación entre el ser humano y la naturaleza. Quería comprender las razones por las que los seres humanos hemos sido tan destructivos con la naturaleza, la misma que nos da todo lo que somos y necesitamos.

Esta bióloga, que en 2011 cofundó la primera escuela infantil al aire libre en España, está hoy convencida de que no hay mejor herencia para dejar a nuestros hijos que la de un mundo mejor. Acaba de publicar el libro Educar en la naturaleza (Plataforma actual), donde expone que la única vía para cambiar el rumbo es la educación en la naturaleza, entendiéndola no solo como una parte del currículo, sino como algo transversal, que trascienda incluso las instituciones educativas y comience en cada hogar.

“Nosotros sí dependemos de la naturaleza, pero hay que tener en cuenta que la naturaleza no nos necesita para nada. Ha existido sin nosotros durante millones de años. Es algo sobre lo que pensar”, nos plantea Katia Hueso.

–Entonces, ¿nos puede llegar a dar la espalda la naturaleza en un futuro cercano?
–Al paso que vamos, con el trato que le estamos dando al planeta y a los recursos que nos ofrece, sobrepasaremos los límites físicos de lo que nos puede dar: minerales, agua, energía…

Para evitar que esto ocurra, podemos confiar en la tecnología, podemos confiar en que seamos cada vez más eficientes en el uso de recursos y en la mejora de procesos. Pero es esencial que se de en paralelo una transformación en la sociedad.

Debemos ser más conscientes de que urge encontrar un punto de equilibrio en nuestra relación con la naturaleza.

Somos parte de la naturaleza y, si no encontramos este punto de equilibrio al relacionarnos con ella, simplemente estaremos en un proceso de huída hacia adelante.

Es fundamental hacer esa transformación a través de la educación. Aunque las nuevas generaciones tienen una mayor conciencia ecológica, todavía queda bastante camino por recorrer en la mejora de nuestro desempeño ambiental.

–¿Cómo lograrlo?
–Hay estudios científicos que avalan que tener experiencias tempranas con la naturaleza (vincularte con ella a través de las vivencias, del juego al aire libre, de la indagación, del estar simplemente allí, aunque sea un parque, el jardín o la calle…) es una manera de generar una relación directa con ella que hace que seamos más capaces de realizar acciones a su favor (como, por ejemplo, decidir retirar basura de un bosque).

Y no solo eso: se ha demostrado que los niños que han tenido estas experiencias tempranas en el medio natural, tienen mayor capacidad de decisión y de toma de acción durante toda su vida.

Cuando llegan a la edad adulta estas personas se sienten más empoderadas, sienten que pueden hacer algo por la naturaleza. A largo plazo se sienten más capaces de hacer cosas cada vez mayores por ella: incluso es más probable que lleguen a implicarse en acciones políticas o a unirse a una ONG que haga trabajos en favor del medio ambiente.

–Pero tú defiendes un activismo sereno y positivo alejado del de Greta Thumberg, que es precisamente el icono de la lucha ecologista dentro del sector más joven…
–Sí. Yo creo que Greta tiene un activismo que funciona muy bien en determinados sectores, en determinadas etapas y en determinadas edades. Hay un momento en la juventud en el que el discurso beligerante afianza muy bien. Funciona en sectores de esa edad porque es la edad en la que se busca la confrontación con lo establecido. Es un activismo útil, pero solo es útil en determinadas circunstancias.

Sin embargo, en otros sectores –como el infantil o el de los adultos–, funciona mejor un discurso en positivo. Si hacemos las cosas a gusto, las vamos a hacer bien. Es una manera de motivar sencillamente diferente.

Yo creo que para los niños –o incluso para los adultos– un discurso como el de Greta puede ser paralizante porque culpabiliza de tal manera que te bloquea, porque no sabes por dónde tirar ante un problema tan gordo como es el del cambio climático o la contaminación y te sientes incapaz de hacer nada por resolverlo.

El problema medioambiental nos viene a todos muy grande. Por eso necesitamos un mensaje más sereno y positivo.

Necesitamos que se nos recuerde que sí podemos hacer algo, que si cambiamos pequeñas cosas en nuestro día a día podemos hacer mucho y que esos pequeños gestos de muchas personas sumados pueden tener mucha repercusión.

Son muchas pequeñas gotas las que se tienen que juntar en el océano para que algo cambie. Pero yo creo que, si lo presentamos en positivo, el mensaje se va a afianzar en el comportamiento de muchas más personas.

–¿Por qué dices que la relación que tienen los niños ahora con la naturaleza es injusta?
–Cualquier cosa que tiene que ver con los niños parte de una situación de injusticia porque no tienen capacidad de tomar las decisiones por sí mismos. Son los adultos a su cargo quienes deciden por ellos.

En su relación con la naturaleza creo que hay una doble injusticia. Por un lado, debemos ser conscientes de que la presión que ejercemos nosotros ahora sobre los recursos del planeta –el gasto indisciplinado que realizamos– implica que estamos poniendo en peligro los recursos naturales de estos niños para el futuro.

Por otra parte, los padres y educadores han limitado sistemáticamente la relación de los niños con la naturaleza. Se ha dado más importancia a la formación de competencias curriculares que al hecho de vincularlos con la naturaleza, que es de la que en definitiva van a depender.

–¿Y se puede lograr en las escuelas que los niños aprendan a relacionarse mejor con la naturaleza?
–Es lo que logran las escuelas en la naturaleza. Educar en la naturaleza, dejar que los niños estén en contacto con ella y acompañarlos y facilitar los procesos de generación de vínculo con ella, les permite vivir experiencias positivas y facilita el crecimiento natural.

Además, tal como podemos constatar los profesionales vinculados con las escuelas en la naturaleza, este tipo de educación garantiza la adquisición de todas las competencias curriculares que marca la normativa en la etapa infantil.

–¿Aprenden lo mismo interactuando con la naturaleza libremente?
–O mejor. El juego libre tiene una ventaja sustancial sobre el juego dirigido: la motivación que tiene el niño por la actividad que está realizando. Si un niño está motivado va a ir hasta el límite de la actividad y va a profundizar mucho más porque va a estar más atento a lo que hace y todos los aprendizajes que adquiera van a ir derechos al cerebro.

Es lo que se conoce como estado de flujo. En ese estado de flujo lo que se consigue es que el aprendizaje se adquiera a través de la práctica motriz o intelectual y quede más afianzado.

–Está por conseguir que las escuelas en la naturaleza se legitimen…
–Sí, y este es el gran desafío. Yo estoy muy implicada en el asunto –soy cofundadora de la Federación Nacional de Educación en la Naturaleza– y esa es una de las tareas que tenemos por delante.

Necesitamos un registro documental sólido que demuestre que las escuelas en la naturaleza son eficaces, para que les sirva a las autoridades para dar carta de naturaleza a todas estas escuelas. En ello estamos.

–También sugieres que los niños deberían estar “ecoalfabetizados”. ¿En qué consiste este concepto y por qué importa?
–La ecoalfabetización consiste en conocer cómo podemos interactuar con la naturaleza, consiste en que todos tengamos un mínimo conocimiento del medio natural, de manera que ni le causemos daño a la naturaleza, ni ella nos lo cause a nosotros.

Necesitamos que los niños tengan un conocimiento (no necesariamente técnico sino basado en el sentido común), sobre cómo nos podemos relacionar con la naturaleza de una manera respetuosa, saludable y segura.

Por ejemplo, debemos saber evaluar si tenemos capacidad de subir a una determinada montaña como puede ser el Everest o si es peligroso hacerlo, del mismo modo que uno no se mete en el mar si no sabe nadar, por ejemplo.

La naturaleza se merece un respeto y tenemos que saber cuáles son nuestros límites, cuáles son nuestras capacidades para relacionarnos con ella en determinadas circunstancias.

–¿Es posible enseñar estos conceptos a un niño que vive en una ciudad?
–Conectar con la naturaleza es algo que depende más de cómo la miremos y de cómo nos relacionamos con ella que de dónde estemos.

Un niño que viva en pleno monte pero que solo esté interesado en el teléfono de su padre o la televisión va a estar desconectado de la naturaleza, a pesar de vivir en pleno monte.

Sin embargo, un niño que viva en una ciudad puede estar conectado con la naturaleza si sus padres facilitan tiempos y espacios para ello. ¿Cómo hacerlo? Pues saliendo fuera sin necesidad de hacer una marcha o paseo prefijado, dejando que los niños dirijan un poco la actividad que quieren hacer. Si vamos, por ejemplo, a un parque o jardín que haya cerca de casa, podemos dejar que ellos decidan a qué quieren jugar, dónde y con quién (teniendo en cuenta la seguridad).

La idea es dejar un poco que decidan dentro de lo que se pueda porque es así como van a conectar mucho mejor con el entorno.

–Aunque muchas familias ahora tratan de mantener algún contacto con la naturaleza, dices que la actitud que tenemos en nuestro país respecto a la naturaleza debería parecerse más a la que tienen los escandinavos. ¿Por qué?
–La diferencia principal que podemos encontrar entre nuestra actitud en la relación con la naturaleza frente a la de los países escandinavos, es que nosotros siempre queremos hacer algo en ella: ir en bici, escalar, organizar una picnic… Toda nuestra atención, en lugar de centrarse en el lugar donde estamos, se centra en la actividad que estamos realizando.

Debemos aprender a dejar tiempo y espacio para que sucedan cosas y que sea la propia naturaleza la que nos invite a movernos de sitio, a explorar algo, a observar, a cambiar de rumbo, si surge. Muchas veces con estas actividades no dejamos lugar a la sorpresa o a la espontaneidad.

–¿Crees que en algo nos ha cambiado la pandemia con respecto a nuestra relación con la naturaleza?
–No me atrevo a vaticinar. No sé hasta qué punto vamos a cambiar como sociedad. Me da la impresión de que menos de lo que imaginamos.

Pero, por lo menos, la experiencia nos ha servido para constatar la importancia que tiene el conectar con la naturaleza y para entender que el estar al aire libre nos da bienestar. Hemos sentido esa falta de bienestar muy patentemente, sobre todo durante los meses de encierro.

Da la impresión de que esto ha servido para que muchas escuelas hayan sacado las clases al aire libre o al patio. ¡No hay más que ver cómo los proyectos de transformación de patios ahora se han acelerado muchísimo!

Se está apreciando cada vez más la importancia de estar al aire libre y la posibilidad de hacer cosas fuera del aula.

Estábamos todos tan digitalizados con las tabletas y las pantallas que parecía que eso era imposible. Pero ahora se ha descubierto que se puede y que, además, es muy beneficioso para todos (para la dinámica de la clase, para los niños, para los maestros…) y que es una forma de funcionar bastante fácil y eficaz.

Ojalá sirva, cuanto menos, para recordarlo y que se quede. Ya veremos qué pasa en el futuro.

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