Es un filósofo de éxito, aunque tuvo un nacimiento complicado que le produjo una parálisis cerebral. Creció en una institución en la que estuvo 17 años, pero ha acabado convirtiéndose en uno de los escritores más leídos en buena parte del mundo.

Alexandre Jollien transmite alegría, amor por la vida y comparte con sencillez la sabiduría que ha cosechado a través de la lectura de los grandes filósofos y de una experiencia vital que incluye 15 años practicando la meditación. Ahora en La sabiduría pícara (Ned Ediciones) nos muestra cómo se ha ido forjando su arte de vivir partiendo del caos psicológico y del dolor crónico.

–¿La filosofía le ha ayudado a sanar? ¿Cómo la descubrió?
–Yo era pésimo en la escuela, pero un día, mientras esperaba a una amiga en una librería, ojeé un libro que hablaba de Platón, de cómo nos invitaba a mejorar antes que a vivir mejor. Fue una revelación. Después, uno de mis profesores me dio unos casetes en los que la filósofa suiza Jeanne Hersch contaba la historia de la filosofía occidental.

Me gustaron tanto que durante dos semanas ponía el termómetro en el radiador para no ir a clase y escucharlos una y otra vez. Así nació mi vocación. Pero yo no diría que la filosofía sana. Creo que te cura de la idea de sanar, te pacifica, te reconcilia con el mundo tal y como es.

–En su libro nos invita a abrazar el caos y a bailar en él dentro de lo trágico de la existencia. ¿Se logra?
–La educación nos enseña a controlarlo todo, lo que es una misión imposible. Se trata de entregarse a la vida, de darse a ella soltando las protecciones y las corazas. Es un salto de fe desde la confianza. En eso me ha ayudado el amor incondicional que siento hacia mis seres queridos.

Saberse acogido sin tener que hacer lo que sea para sentirse aceptado y ser feliz. Paradójicamente dar este gran salto implica desnudarse, liberarse de los actos reflejos y del piloto automático. Requiere un abandonarse alejándose de los porqués.

–¿Diría que la adversidad nos hace más sabios?
–«Lo que no te mata te hace más fuerte», escribió Nietzsche. Pero no es el sufrimiento lo que nos hace crecer, sino lo que hacemos con él. Sufrir nos puede hundir o transformar en unos seres amargados. Para darle sentido hace falta suerte y mucha solidaridad. No creo en el hombre hecho a sí mismo. Somos seres de lazos y vínculos. Lo trágico llama a la solidaridad. Se trata de pasar del «yo», del individualismo, al «nosotros», a compartir… De hacer todo lo posible para lograr una sociedad más justa.

Hay que actuar y comprometerse para aliviar el dolor, la tristeza y las injusticias. Chögyam Trungpa denuncia el materialismo espiritual, el intento de instalarse en un búnker para vivir en un desierto de alegría. Para mí, los caminos de la vida interior son desprenderse de uno mismo y comprometerse en cuerpo y alma con el otro. Siempre estamos invitados a realizar este progreso.

–¿Nos apegamos demasiado a nuestra identidad individual, ya sea la de víctima o de persona de éxito?
–Antes que nada, cuando hablamos de ego, se trata de comprender que no es un pecado ni una falta. Debemos descartar el sentimiento de culpa. El ego, el yo, el mental son alienaciones, son neurosis... emulando las palabras de Chögyam Trungpa. El diagnóstico de Buda es claro: la fijación crea el sufrimiento.

Desde el momento en el que me identifico con una identidad, ya sea la de víctima u otra, sufro. Es importante recordar la magnífica intuición que tuvo Spinoza, que dijo que no es la renuncia lo que lleva a la alegría, sino que la alegría lleva a la libertad.

También es urgente preguntarse qué es lo que nos libera de verdad. Escapar a toda fijación es un ascetismo. Lejos de forzar, se trata de convertirse en uno mismo, de bajar al fondo del fondo y ver que somos infinitamente más que nuestra individualidad, somos más ricos que esta. Se trata de comprender que estamos atravesados por un movimiento de la vida que nos supera de lejos.

–¿Y qué hacer con las heridas profundas del alma y los traumas que se nos resisten?
–En Más allá del bien y del mal, Nietzsche ofrece una imagen fabulosa. Habla del granito, la parte que se resiste en nosotros como los prejuicios, las heridas y los traumas. El reto es amarse con estas resistencias y progresar. Sin fanatismos ni autocelebración, pero sin tampoco despreciarse a uno mismo y siempre motivados a progresar. T

anto Diógenes el Cínico como Nietzsche enseñan que es posible conciliar aceptación y rebeldía. Es la vieja distinción de Epicteto, que proponía al aspirante a filósofo distinguir entre lo que dependía de él y lo que no. Las preguntas son: «Hoy, ¿qué puedo hacer yo para mejorar?» y «¿Qué debo aceptar incondicionalmente?».

–¿Qué puede despertar una alegría profunda?
–Todos estamos invitados a preguntarnos qué nos conecta con ella. ¿Nos ocurre con el encuentro, con la meditación, con la lectura? Boecio dice que en lo que respecta a la felicidad todos somos como borrachos que están volviendo a casa: sabemos vagamente lo que es, pero no conocemos el camino que nos lleva allí. ¿Qué necesito realmente para ser feliz? Es una pregunta capital.

–¿Cómo me deshago del peso que supone aquello que los demás piensan de mí?
–Para mí es a menudo una lucha árida liberarme de la mirada de los demás. La realidad de mi discapacidad me obliga a ello, y la herida, la llaga, sigue ahí. Y afortunadamente es así, porque es lo que prueba que sigo vivo. Me encanta una anécdota de la doxografía antigua: había un discípulo que quería convertirse en filósofo y Diógenes el Cínico le propuso cruzar la ciudad arrastrando un arenque. Es un maravilloso ejercicio espiritual para darte cuenta de que no estás determinado por lo que el otro piensa de ti.

Todos los días somos más o menos vulnerables a la mirada de los demás. Es casi peligroso y caricaturesco fingir que el problema se ha resuelto. Y sería mucho peor blindarse, volverse impermeable....

–¿Y cuál es el papel de la meditación en su vida?
–La moda de la meditación, si no está enraizada en una generosidad genuina, puede convertirse en un mandato casi abusivo. Debe meditarse sin un objetivo y sin la intención de sacar un provecho. Pero no meditamos para curarnos, para mejorar ni para recoger algunas recetas mágicas. Meditamos para rendirnos, para dejar que la realidad sea como es. Tilopa dijo: «No pienses, no reflexiones, no analices, no conozcas, no medites, deja la mente tal y como está». En otras palabras, no se trata de fabricar alegría, felicidad, paz, sino de bajar al fondo, de reconciliarse con el mundo, de atreverse a tener una actitud contemplativa. Somos la naturaleza de Buda, no hay ninguna necesidad de fabricar el nirvana ni la paz.

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–¿Qué ayuda más en el camino hacia el «ser»?
–Estamos tan acostumbrados a vivir hacia fuera… Meditar es un dejar ser, dejar la mente tal y como está, diría Spinoza. No es una técnica, es una postura. Es vivir sin un porqué. Y esto deriva en tres caminos: no obsesionarse con el futuro (evitar que sea un proyecto en sí mismo), liberarse del qué dirán y de la necesidad de proyectarse continuamente.

–Vivir sin pensar…
–El Patriarca del Zen, Huei-Neng dice que la naturaleza de la mente es la no-fijación. Es normal que la mente pase del gallo al burro y que durante la meditación uno tenga la impresión de estar invadido por pensamientos. Los psicólogos han demostrado que la mente humana está atravesada por 60.000 pensamientos al día, de los cuales el 70% son negativos. Aferrarse a estos espejismos es abocarse al tormento y a la insatisfacción. Todo el trabajo consiste en dejar pasar este fluir, sin asentarse en ningún lado.

–¿Cultivar la amistad es otro de los secretos del bienestar?
–Houei-Neng habla de «amigo en el bien». Es un amigo que nos impulsa en el camino, que nos permite mantener el rumbo, que nunca te suelta la mano. Esta realidad me conmovió enormemente cuando estaba en el instituto donde crecí y estudié durante 17 años. Todos estamos invitados a hacernos amigos en el bien del otro, a darnos, a comprometernos sin condiciones.

–¿Deberíamos aprender a simplificar la vida?
–Sí, pasando a los actos. Aristóteles decía que forjando uno se convierte en herrero. Practicando la virtud, uno se vuelve virtuoso. ¿Qué debo excluir de mi vida? ¿Cuáles son las carencias que me estructuran? ¿Qué estoy persiguiendo? Puedes soñar con una vida sencilla, pero nada puede superar las acciones que llevas a cabo. El arte de vivir, esa es la intuición inicial, la de Platón: antes que vivir mejor, intenta mejorar.