Estanislao Bachrach es doctor en Biología Molecular por la UBA (Universidad de Buenos Aires) y la Universidad de Montpellier. Después de trabajar durante 17 años en diferentes laboratorios de Argentina, Francia y Estados Unidos, una crisis profesional y personal le llevó a cambiar el rumbo de su vida.

Buscándose a sí mismo, se adentró en las neurociencias y comenzó a dedicarse a la divulgación de temas relacionados con inteligencia emocional y creatividad, enfocados en el cambio. Partiendo de que uno enseña lo que tiene que aprender, según sus propias palabras, acaba de publicar En el Limbo. Aprende a diseñar tus emociones para convertirte en quien siempre quisiste ser (Grijalbo).


–Si nuestro sistema límbico, donde residen nuestras emociones, es el responsable de la mayoría de las decisiones que tomamos, como afirma en su nuevo libro ‘En el limbo’, ¿Por qué se les presta tan poca atención históricamente a las emociones?
–Yo creo que ha habido siempre una priorización de la razón, del análisis…El mundo científico, que es un mundo muy soberbio, ha estado más interesado por cómo pensamos, por cómo razonamos, por cómo tomamos las decisiones desde la lógica y aquellos científicos que estudiaban las emociones eran considerados científicos blandos. Entonces, a la hora de repartir el dinero para investigar, porque los científicos vivimos de eso, se trataba de entender más lo que ocurría en el cortex prefrontal, la zona que nos diferencia más de los animales.

Con el paso del tiempo, gracias también a la investigación, se dieron cuenta de que las emociones tenían un papel crítico en las decisiones, incluso en las racionales. Siempre tenemos un sesgo emocional a la hora de decidir y muchas de las decisiones que tomamos son emocionales y la razón sirve para justificar, para concluir, para reasegurarnos de la decisión que tomamos.

–Desde 1990 (y han pasado 31 años) escuchamos hablar de inteligencia emocional, con autores como Daniel Goleman y otros, pero siguen sin trabajarse las emociones en la escuela, que es la cuna de la sociedad futura…¿A qué cree que se debe?
–A mí esto no me parece curioso, porque en mi experiencia personal, por lo menos en América Latina, no sé en España, aunque me parece que es un poco parecido, la escuela siempre ha llegado un poco tarde a los avances científicos. 30 años más tarde, por lo menos. Claro que antes de que llegue a la escuela hay que entrenar a los maestros. ¿Y quién los va a entrenar, bajo un organismo público, en cursos privados…?

Cada país tendrá su política, pero este cambio va a llegar. Yo creo que hay maestros que se dan cuenta de que los niños no solamente tienen que desarrollar una inteligencia emocional fuerte para conocerse, tomar mejores decisiones o para su bienestar, sino también para mejorar la parte académica.

–Usted sugiere en su libro En el limbo que es posible diseñar nuestras emociones para tener una vida con mayor sentido y más feliz. ¿Cuál es el punto del que deberíamos partir para trabajar nuestras emociones?
–Lo primero a trabajar es el autoconocimiento, la capacidad que cada uno de nosotros tenemos de conocernos en profundidad. ¿Qué sentimos?, ¿por qué?, ¿cómo estamos pensando?, ¿cómo tomamos decisiones?, ¿hacia dónde queremos ir? Hay muchas disciplinas que pueden ayudarnos a conocernos: hacer psicoterapia, rezar, meditar, el coaching, el mentoring…

No soy fanático de ninguna, pero sin conocer tus propias sensaciones y emociones es muy difícil desarrollar la inteligencia emocional. Después está lo que más gente busca hoy, por lo menos en pandemia pasó mucho: Cómo regulo esa emoción. Si tengo mucho miedo, cómo bajo el miedo; si tengo mucha angustia, cómo bajo la angustia…La gente ya se da cuenta de que no es malo tener miedo, estar triste… No hay emociones malas.

En Biología decimos que las emociones son información, es algo que queda registrado en todo el cuerpo, y podemos distinguir entre emociones placenteras y displacenteras.

Los científicos estamos convencidos de que la mejor forma de entender al otro es conociéndose primero a uno mismo.

–¿Y cuando ya empezamos a conocernos?
–Aparte del autoconocimiento, viendo cómo funciona la sociedad hoy en día, es interesante hacer menos autocrítica y tener más compasión, especialmente con nosotros mismos. Hay muchos experimentos curiosos sobre lo que genera la autocrítica en el cerebro. Se iluminan áreas que no tienen nada que ver con el cambio, la toma de riesgo, la motivación, la seguridad…Criticarse todo el día genera mucho malestar y malas decisiones.

Es mentira que uno cambie cuando se critica. El poder acentuar las cosas que uno hace bien es muy importante para uno mismo y para los demás…Y por otra parte, conseguimos tener una vida más plena cuando tomamos los problemas como desafíos.

El problema tiene una connotación negativa; el desafío, en cambio, es un poco más positivo. A veces la sutileza de las palabras logra muchos cambios en cómo nos sentimos frente a lo que nos ocurre. Luego, es importante el tener claro cuánto tiempo le dedico al problema y cuánto a la solución y entender que cualquier cambio, mejora o aprendizaje lleva un tiempo y es normal sentirse a veces triste, dolido. El no negar las emociones también es importante para una vida mejor.

–¿Y cuándo estas emociones son muy intensas?
–Ante los desafíos, problemas o situaciones que no nos gustan es fundamental prestarle atención a qué estoy pensando mientras sucede esta situación. Lo que la gente descubre es que muchos de los pensamientos que generamos intensifican la magnitud de la situación. «Me voy a morir», «me van a echar del trabajo»…

Así que detectar los pensamientos y modificarlos por otros más positivos puede generar un gran cambio. Baja la angustia y el miedo y en ese estado de emocionalidad memos intensa, tomas mejores decisiones. Generas más bienestar, eres menos impulsivo, tratas mejor a los demás…Yo propongo en estos casos observar qué estamos pensando y cambiar esos pensamientos más irracionales por otros más reales.

–Actualmente, los cambios que estamos observando en el mundo hacen que a nivel colectivo muchas personas estén condicionadas por el miedo, la tristeza y la incertidumbre. ¿Cómo afectan estas emociones a nuestro cerebro?
–Los biólogos decimos que las emociones son biológicas. No solo influyen en nuestros pensamientos y comportamientos sino en nuestro sistema endocrino y nuestras respuestas autónomas (presión sanguínea, digestión, sistema hormonal…). Cuando sentimos algo se generan cambios en casi todos nuestros órganos. Fabricamos distintos neurotransmisores, distintas hormonas… No es lo mismo estar enfafado que estar alegre.

Obviamente no es lo mismo, pero químicamente tampoco lo es. Las emociones que experimentamos van generando cambios en nuestro cuerpo porque van modificando nuestra química y por otro lado, cuando la emoción es alta, intensa, sin importar el nombre y apellido de la emoción, ya sea pánico, euforia o furia… cuando es intensa, no podemos pensar con claridad.

A intensas emociones tomamos malas decisiones.

Por eso, gran parte de mi libro tiene que ver con regular esas emociones. No te voy a hacer desaparecer el miedo, porque el miedo es normal; pero con pánico vas a equivocarte mucho más. Vas a ser más impulsivo, más reactivo…y la furia, no puede desaparecer.

No se puede evitar sentirse enojado por una situación, pero hay que bajar la intensidad, porque si sigues así vas a tomar malas decisiones. Hay que desmitificar que vas a ser todo el tiempo feliz, no se puede. Vas a sentir cosas distintas, pero si aprendes a manejar los niveles de intensidad de la emoción tomarás mejores decisiones.

–¿La voluntad de generar emociones positivas es más poderosa que nuestros condicionantes epigenéticos?
–Si es más poderosa no tengo idea, pero es posible que lo sea. Tiene que ver con lo que llamamos los latinos «la actitud». Las emociones placenteras tienen que ver con nuestra forma de pensar, de poder sostener cierto grado de bienestar pensando de una manera más realista o positiva.

De vuelta es importante detectar los pensamientos racionales negativos, esos sí que te hunden en el contexto que estés. Hay que entender cómo uno piensa y darse cuenta de que esa rumiación puede ser virtuosa o viciosa. El 50% de lo que sientes al parecer no lo puedes cambiar mucho, pero el otro 50% sí.

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