Tu Lung escribió a finales del siglo XVI Los viajes de Mingliaotsé, cuyo protagonista es un vagabundo feliz y despreocupado muy popular en China. Los viajes de Mingliaotsé no han sido publicados en castellano ni en inglés. Pero Lin Yutang reproduce amplios fragmentos en su obra La importancia de vivir (Ed. Edhasa).

En su viaje, que es una alegoría de la vida de cualquier persona, está expuesto a toda clase de peligros. Puede ahogarse al cruzar un río, ser atacado por un joven pendenciero o por fieras salvajes, o bien caer enfermo sin hallar remedio.

Sin embargo, nada de esto inquieta a Mingliaotsé, que se rige por una filosofía tan simple como serena: si las cosas se tuercen demasiado, aquí se acaba el viaje; pero si nos salvamos, seguimos como antes.

Para mí esta visión no tiene nada que ver con el conformismo , sino con la contemplación de la existencia como un cúmulo de dificultades de las que uno intenta salir lo mejor librado posible.

Sabemos que la felicidad, como la vida, puede terminar en cualquier momento, pero mientras tanto merece la pena disfrutar de las amenidades del camino y relativizar nuestros miedos.

Viajar asumiendo los riesgos

Cuando abandonamos la infancia y empezamos a vagar por el mundo por nuestro propio pie, descubrimos una dura verdad: la vida no es fácil. Podemos afrontar este hecho desde el pesimismo y abonarnos a las lamentaciones, o bien asumirlo como una oportunidad para volvernos más sabios.

A fin de cuentas, los viajes atribulados son los que luego se recuerdan con más cariño, porque las dificultades nos acercan al tuétano de las cosas y de nosotros mismos.

Conozco viajeros que después de una odisea llena de sustos y calamidades por un lejano país han sentido nostalgia de ese mismo lugar y, meses más tarde, ya sueñan con regresar. ¿Será que les gusta complicarse la vida?

Yo creo que han descubierto el secreto de Mingliaotsé, que sabía que no hay nada tan peligroso como tener aprensión a los peligros.

Las personas que avanzan con miedo acaban viendo cumplidos sus temores, porque el pesimismo tiene algo de oráculo. Está comprobado, por ejemplo, que quien se ve acechado por enfermedades invisibles abona su cuerpo para las enfermedades reales.

El viajero avezado, en cualquier caso, no se pre-ocupa, sino que se ocupa de los golpes del destino en su momento y lugar. E incluso entonces los afronta con cierto distanciamiento, como si el resultado final no dependiera totalmente de él.

Dejarse llevar por el viento con una sonrisa en los labios. Tal vez eso sea lo último que hagamos, pero si nos salvamos, seguimos como antes.

Dejar atrás la carga del sufrimiento

Toda vida es un constante bascular entre la tormenta y la calma. Buda advertía que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. Con ello invitaba a separar el efecto de la causa.

A lo largo de nuestro camino vamos a tener que encajar muchos golpes: fracasaremos en aquello en lo que esperábamos tener éxito, perderemos compañeros de viaje muy queridos, tendremos que lidiar con complicaciones grandes y pequeñas...

Todo esto nos producirá dolor, pero en lugar de recrearnos en el sufrimiento, podemos proseguir el camino con el espíritu de Mingliaotsé.

Tomarlo todo con humor y relatividad, disfrutar de la travesía. Tenemos la suerte de seguir en la brecha, que no es poco.

Cuando algo o alguien nos hiere sentimos dolor. Pero peor que ese dolor es el sufrimiento que elaboramos posteriormente nosotros mismos. Es imposible que gocemos del paisaje si vamos por el mundo con una carga tan pesada.

Por lo tanto, dejemos atrás los miedos y rencores, el dolor del futuro y el pasado. Celebremos el viaje. Sin duda, nos esperan toda clase de contratiempos y peligros, pero si nos salvamos, seguimos como antes.