Antes no daba importancia a las habladurías, incluso pensaba que si se habla de alguien es porque realmente ha hecho algo.

También me parecía que las palabras se las lleva el viento y a veces hasta me divertía con ellas, pero con el tiempo me he dado cuenta de los daños, ruinas, paranoias, celos y lágrimas que puede provocar el mal uso de la palabra.

Comprender la importancia de la palabra, incluida la mía, me ha ayudado a aprender, trabajar, ser osado y callar.

¿Qué hay detrás de las burlas, críticas y cotilleos?

Hoy esta actitud nos envuelve. No hay más que fijarse en los medios de comunicación para darse cuenta del éxito del cotilleo. Nunca falta público para esta debilidad humana.

Me pregunto por las causas de esta plaga. Se me ocurren la envidia, los celos, la venganza: la cobardía de quien no se enfrenta de cara con el adversario. Las apariencias y las cortesías mal llevadas, disimuladas, hacen que se murmure a las espaldas.

El maldiciente se erige en juez, pero un juez que castiga y condena a la ligera, sin corregir a quienes condena, enmendar el agravio o aplacar la disputa. Ante sus ojos el acusado es siempre culpable.

Cotillear implica sentirse en posesión de la verdad y creer que es un deber proclamarla, cuando la verdad es vivificante, impersonal y desinteresada. Es muy distinta a la murmuración y la difusión de secretos vergonzosos.

A menudo quien habla mal de otros tiene sentimientos de pequeñez, de bajeza, la necesidad de justificarse rebajando a los demás a su propio nivel, y más abajo si cabe. Quizá por eso, cuando alguien habla mal de nosotros, no he encontrado mejor respuesta que el silencio y la espera.

Saber disculparse

A veces uno critica para reírse, vive la burla sin malicia, por ligereza, a menudo llevado por el placer del momento, tomando parte en el juego que otro ha empezado, pero se debe tener la suficiente sensibilidad para entender que el chiste sobre una persona se debería poder contar delante de ella y que también le hará gracia si se trata de un humor sano.

Si no, se debería saber pedir perdón por reírse de ella. Comprender el impacto que pueden tener esas burlas y risas me ha hecho ver que hay que procurar reparar cuando se ha faltado a alguien con la palabra.

La disculpa personal y pública es el remedio que tenemos para corregir el daño que hemos hecho a otro hablando mal de él.

Hablar mal sobre alguien causa destrozos en el sujeto y en quien lo hace. Hablar mal en general de colectivos o contrarios produce hasta guerras y muertes, o problemas que duran generaciones.

Como médico observo cómo el secreto médico y el control de la palabra y las verdades hacen mucho bien a la comunidad. Y cómo, por el contrario, el poco control de la palabra causa daños, enfermedades, angustias y agresiones.

La profesión de médico permite conocer física y psicológicamente a las personas. Por ello una premisa de nuestra profesión es el secreto, hablar de la parte positiva de la gente, no de sus enfermedades o defectos.