Donantes, receptores o equilibradores. En las relaciones sociales hay personas que suelen dar y no se plantean nunca pedir ayuda y otras que tienden a recibir y que en pocas ocasiones dan nada a cambio. Un tercer tipo de personas trata constantemente de buscar un equilibrio poco natural entre lo que dan y lo que reciben. ¿Qué es lo más deseable?
Aunque sea de forma soterrada, existe el prejuicio de que dar es una virtud y pedir es un defecto o un vicio. Incluso en ensayos tan prestigiosos como Dar y recibir, del profesor Adam Grant, los receptores son un peligro a evitar. En sus propias palabras: “Normalmente, cuando un receptor gana, siempre hay alguien que pierde.
Las investigaciones demuestran que los éxitos de los receptores provocan envidias y la gente busca maneras de hacerlos fracasar”.
En este libro se habla también de dos clases de donantes, los que son generosos con criterio y los “felpudos”, aquellas personas que todo el mundo acaba pisando, porque se asume que su única función en el mundo es darse a los demás. Entre unos y otros, Adam Grant sitúa a los equilibradores, aquellas personas que buscan un equilibrio entre lo que dan y lo que reciben. Sin embargo, el mismo Buda decía que “hay que ser moderado incluso con la moderación”, en el sentido de que obsesionarse con nivelar la balanza puede acabar con la espontaneidad de las relaciones.
Hay personas naturalmente dadivosas, que disfrutan más ofreciendo que recibiendo, y otras que no tienen tan desarrollado el músculo de la generosidad. Por otra parte, no todo el mundo da lo mismo en la misma medida.
Alguien puede ser poco desprendido con su dinero, pero sí dedicar tiempo a las necesidades del otro, del mismo modo que algunas personas ejercen la generosidad económica, pero son avaros de sentimientos. Nunca podrá haber una verdadera equidad entre dos personas, pero de los equilibradores aprendemos una lección importante: dar y recibir son dos caras de la misma moneda. Hemos venido al mundo a dar lo mejor de nosotros, pero también a pedir lo que necesitamos para sentirnos mejor y, así, poder seguir aportando.
Pedir ayuda es un arte
Hace cinco años, la artista Amanda Palmer se hizo un hueco en el mundo del crecimiento personal con el libro El arte de pedir. Y, sin duda, sabía de lo que hablaba, ya que antes de convertirse en una estrella del rock, había trabajado como estatua viviente y recibía dinero de los peatones.
Cuando empezó a hacer giras, pedía al público que la llevaran en volandas al lanzarse desde el escenario. Y al decidir romper con su discográfica, organizó la campaña de crowdfunding con más éxito de las que se habían hecho hasta entonces.
Amanda nunca ha tenido miedo a pedir, pero detectó que el mundo está lleno de personas temerosas de expresar sus necesidades, lo cual paraliza su propia existencia y enturbia las relaciones. Esta artista nacida en Nueva York lo explica así: “No es tanto el acto de pedir lo que nos paraliza, sino lo que hay debajo: el miedo a mostrarnos vulnerables, el miedo al rechazo, el miedo a parecer necesitado o débil. El miedo a ser visto como una carga para la comunidad, en vez de ser productivo. En el fondo, no saber pedir señala que estamos separados de los demás”.
Sin embargo, la misma autora advierte en su libro que el sentido de pedir depende de la actitud con la que llevamos a cabo algo que es tan natural como dar: “Si pides ayuda con vergüenza, eso significa: ‘Tienes poder sobre mí’. Si pides con aire condescendiente, significa: ‘Yo tengo poder sobre ti’. Pero si pides ayuda con gratitud, eso quiere decir: ‘Tenemos el poder de ayudarnos entre nosotros’”.
Cómo pedir bien
Ante la necesidad de aprender este arte, Silvia Bueso se ha erigido en nuestro país como “pediróloga”, es decir, entrena en el arte de pedir a las personas que tienen dificultades con esta dimensión de las relaciones humanas. Antes de nada, esta conferenciante y coach especifica lo que no es pedir de forma saludable. Estas son algunas de sus conclusiones respecto a lo que es “Pedir bien” :
- No es rogar, intimidar o suplicar, y sí servir a los demás al tiempo que te sirves a ti mismo.
- No es atropellar las relaciones, y sí cuidarlas, haya o no acuerdo.
- No es someterte, rendirte o infravalorarte, y sí entender las relaciones como un win-win en el que todos salen favorecidos.
- Para esta experta, “pedir no es vergonzoso, ni un acto impropio y temerario, sino un arte humano que requiere actitud, generosidad y mucho corazón.’
Una sorpresa vital: cuando decidí pasar de dar a recibir
Según la clasificación de Adam Grant, yo siempre he formado parte de los donantes, muchas veces del subtipo felpudo. Desde que empecé a trabajar, entendía que mi misión en el planeta era dar el máximo al mayor número de personas posible. Así, durante muchos años, siempre tenía tiempo para todo el mundo, aunque luego me faltara para mí. Invitaba a mis amigos de forma indiscriminada y siempre estaba en guardia para salvar a quien fuera o para lanzar nuevos talentos al estrellato, sin importar lo que hubiera que invertir para ello.
Esta forma de vivir, desprendida hasta lo enfermizo, me llevó finalmente a la ruina, como expliqué a Cristina Benito para su libro Money Mindfulness. Y en un determinado punto de aquella catástrofe que había originado yo mismo, me vi obligado a pasar “al lado oscuro” y cambiar el traje de donante por el de receptor.
Animado por un amigo terapeuta, tuve que luchar contra mí mismo para pedir una suma de dinero bastante importante a tres buenos amigos.
Yo estaba asustado ante la reacción que obtendría de mis tres correos electrónicos, escritos con nocturnidad, en los que explicaba mi situación y solicitaba la ayuda que necesitaba.
Para mi asombro, dos de aquellas personas me dieron las gracias en el correo de respuesta por haber pensado en ellas. Y no solo me prestaron el dinero, que pude devolver antes de un año. También confesaron que creían que jamás tendrían la oportunidad de corresponderme por la ayuda que yo les había brindado en otras épocas, y que mi petición les permitía ahora esa satisfacción. La tercera persona ingresó la cantidad inmediatamente después de leer el correo, sin comentar nada más.
Esta experiencia me enseñó algo que es obvio pero que hasta entonces desconocía: yo no era el único a quien le hacía feliz dar. Descubrí que otras personas deseaban también mostrar su generosidad. Lo que pasaba es que hasta entonces no habían tenido ocasión de hacerlo.