Basta con contemplar el paso de las nubes para observar que las manifestaciones de la naturaleza están dotadas de procesos rítmicos, que basan buena parte de su estabilidad justamente en ese orden acompasado, en una sucesión de las cosas, nada exenta de armonía, con sus proporciones, sus movimientos y sus pausas.

Si nos fijamos en nuestro entorno, podremos ver que tal y como una enfermedad física suele ser reflejo del entorno en el que se produce, lo mismo sucede con el sufrimiento psicológico y emocional: brotan en el contexto de una serie de circunstancias particulares.

En nuestro entorno desarrollado apenas se encuentran enfermedades graves transmitidas por el agua o los mosquitos, mientras que proliferan las enfermedades relacionadas con el estrés.

Todo indica que existe una relación directa entre el énfasis que ponemos en resolver los asuntos del mundo externo y la infelicidad, la ansiedad y la falta de contento propios de la sociedad moderna.

Cuando la atención y la labor se vuelcan con desmesura en el exterior la vida interior puede resentirse.

Las personas que residen en una gran ciudad tienen más riesgo de sufrir enfermedades mentales que quienes lo hacen en un medio rural. Así lo demuestra un reciente estudio realizado en Alemania y publicado en la revista Nature.

El estrés deja su huella en el cerebro de quien vive en la ciudad, pues su amígdala cerebral –implicada en la gestión de las emociones– se torna más vulnerable a los mensajes negativos o a las contrariedades.

La tensión nerviosa mal resuelta complica todas las cosas, cuando no es la causa principal del problema.

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El cuerpo humano es inteligente

Por lo tanto, es saludable recuperar el ritmo natural de las cosas, sintonizar con el paso de las estaciones, impregnar nuestro ser con los olores y los colores de la naturaleza, el sonido de las olas del mar al atardecer o la contemplación de los astros en las noches calmas de verano.

Lo que podría definirse como la inteligencia de las células, o la mente de los tejidos, o incluso la "conciencia" de los órganos, es, de algún modo, un concepto que ya fue explorado por las antiguas tradiciones médicas, como la medicina ayurvédica, la medicina tradicional china o diversas medicinas tribales.

Para numerosos sistemas médicos de la antigüedad, la suma de la "conciencia" de cada órgano da como resultado la conciencia del ser humano, como si cada órgano colaborase a pequeña escala en la formación de la conciencia individual o personal.

Por eso, cuando un órgano deja de estar en sintonía con los demás, el conjunto, y con ello el individuo, se ve resentido.

La sintonía influye en nuestro bienestar

La mayor parte del funcionamiento de nuestro cuerpo ya ha sido estudiado y definido a nivel bioquímico por la medicina moderna.

Otra cosa diferente es que un ser humano se sienta bien, en plena sintonía con los demás, la naturaleza, el cosmos o la creación... Y eso es lo que importa: cómo nos sentimos nosotros.

Un análisis de sangre, realizado por ejemplo en un momento de la vida de una persona en que esta se encuentra absolutamente exhausta y desesperanzada, puede arrojar unos resultados completamente normales. Y si esa persona le pregunta a su médico de cabecera cómo puede sentirse mejor, lo más probable es que este se limite a prescribirle un antidepresivo o un ansiolítico.

Puede afirmarse que buena parte de los síntomas de malestar que presenta un ser humano tienen que ver con la pérdida de contacto con su interior.

Enfrentarse al miedo, rabia, estrés y otros demonios

¿Tendrán algo que ver la tristeza, la rabia, la obsesión o el miedo con el origen de nuestras dolencias? Para las medicinas naturales, la respuesta es sí.

Cualquier conflicto emocional mal gestionado puede, a la larga, dar al traste con la tranquilidad personal. Será fácil sentir entonces que algo no marcha bien.

Pongamos por caso una persona sometida a presión. No hace falta que se trate de una presión importante, pero sí que sea más o menos duradera. Por ejemplo, una presión en su lugar de trabajo que además le dispense poco margen de maniobra.

Lo lógico en un caso así es intentar buscar posibles salidas a esa situación. Pero imaginemos que no existe una escapatoria clara.

La persona entonces puede optar por resignarse e intentar habituarse a las circunstancias. Se echa, pues, conscientemente esa carga a la espalda y procura mantener cierta tónica llevadera.

De esta manera quizá tenga la sensación de haber superado esa situación desagradable. Pero si en su fuero interno sigue molesta, permanecerá susceptible y alerta.

El estrés seguirá haciendo mella y la mente se pasará el día atrapada en el conflicto o rumiando planes explosivos. Calor en las mejillas, taquicardias, ojos rojos, migrañas... son algunos de los síntomas que podrán aparecer y que para un acupuntor podrían ser una manifestación corporal de esa tensión. Meditar es una buena forma de alejar el estrés. Si te interesa saber cómo, puedes consultar el curso online de mindfulness para eliminar el estrés en 8 semanas de la Escuela Cuerpomente.

Ahora imaginemos a una persona más bien melancólica, que tolera mal los alimentos picantes y no se siente bien en los días muy secos. Tal vez no ha sabido resolver satisfactoriamente el desarraigo de la infancia, es decir, el destierro de una época en la que casi todo se nos es dado.

Esa melancolía tal vez pase desapercibida en una primera valoración. Pero se instauró hace mucho tiempo: se trata de una situación en principio no grave pero que puede haber revestido el ser interno de tristeza. Depresión, vitíligo, lumbago, alopecia, regla escasa, poca transpiración... podrían tener cierta relación con ese antiguo desencanto.

En general, puede afirmarse que buena parte de los síntomas de malestar que presenta un ser humano tienen que ver con la pérdida de contacto con su interior, es decir, con una escasa conexión con el ritmo ancestral de su ser interno.

El poder de los sentimientos

El origen de ese desajuste puede deberse tanto a una dieta inadecuada como a una vida emocional frustrante.

En cambio, cuando alguien gana ecuanimidad y se deja persuadir por la agradable sintonía que conecta con la parte más íntima de su ser, el cuerpo recupera su capacidad innata para curarse por sí mismo.

Sintonizar con la sabiduría del cuerpo es un buen punto de partida para el acceso a las dimensiones ocultas de la vida.

La medicina occidental considera el sistema nervioso central como la sede de nuestro ser. Sin embargo, el descubrimiento de que los glóbulos blancos tienen receptores de membrana sensibles al estado anímico permite aventurar que el sistema inmunitario también piensa, siente, se emociona, desea, se entristece, se alegra... de modo paralelo a como lo hace la persona.

Se dice que conviene que los pensamientos pasen por el corazón y que los sentimientos pasen por la cabeza. Sin embargo, si los sentimientos tienen que ver con el corazón y los pensamientos con la cabeza, la energía de los primeros, medida eléctricamente, parece muy superior a la de los segundos.

Las ondas de los electroencefalogramas (EEG) se miden en microvoltios, mientras que las de los electrocardiogramas (ECG) se miden en milivoltios; probablemente se debe a que el corazón mueve un gran volumen de sangre, mientras que el cerebro procesa ante todo información. Pero no deja de ser curioso que las ondas electromagnéticas del corazón sean mil veces más potentes.

El consumo sanguíneo de estos dos órganos es del 15% del total (cerebro), por el 4% del total (corazón). Por tanto, con un menor consumo de oxígeno, las células del corazón son capaces de emitir ondas electromagnéticas visiblemente más palpables.

Solemos hablar mucho del cerebro y poco del corazón, hasta que este falla. Las enfermedades cardiocirculatorias suponen hoy la primera causa de muerte en España (31,7%), seguidas por los tumores (26,9%).

Cada año se producen en nuestro país unos 70.000 infartos. De las 30.000 personas que sobreviven a ese ataque, solo una de cada 25 lleva a cabo un programa de rehabilitación cardiaca.

Recuperar el ritmo interno pasa por recuperar nuestro corazón y disminuir el ajetreo de pensamientos.

Solo precisamos llevar a cabo unos pequeños ajustes en nuestras vidas para vivir más en sintonía con nuestro ritmo interior.

Para ello es fundamental realizar los ajustes de modo gradual: mejor la evolución que la revolución. Se puede elaborar una lista que priorice lo realmente importante.

Cuanto más simples y fáciles de llevar a cabo sean los objetivos trazados tanto mejor, pues de esta manera nos daremos cuenta de que nuestras aspiraciones pueden realizarse.