Queridas Mentes Insanas,

Iba a empezar el año escribiendo una serie de Mentes Insanas sobre la depresión, pero me han dicho mis jefas que me estoy pasando tres pueblos con la tristura y que a ver si escribo de algo más alegre durante un rato.

Y entonces les he propuesto una serie de artículos sobre poliamor.

Y ellas me han dicho que sí.

Y me ha hecho mucha gracia que alguien piense que el poliamor es un tema más alegre que la depresión.

Solo alguien monógamo puede pensar semejante cosa, me he dicho a mí misma. Pero no he comentado nada y sin más, me he puesto a escribir.

El poliamor no funciona (y tampoco debería)

Os decía hace semanas que si recibiese un euro por cada vez que alguien dice de mi “vaya, vaya, mucho poliamor pero al final tiene celos como todo el mundo” ahora estaría en un paraíso fiscal tomándome un daikiri y viviendo la vida loca, pero en positivo (que la vida loca en negativo es lo mío con la depre que no me dejan contaros, y etc.).

Bueno, a lo que íbamos: si a ese euro le sumásemos otro euro por cada vez que he oído decir eso de “el poliamor no funciona” yo sería en la actualidad la Bill Gates del poliamor y me dedicaría a la filantropía, donando millones de euros para clonar a MiTerapeuta® para que os pudiese atender a todas las Mentes Insanas del mundo y dejaros finas, finas.

El poliamor no funciona, decís. Pues no, claro, no funciona. Esa frase es el problema de que no funcione, de hecho. Porque esa forma de pensar el amor ya es en sí misma monógama, pero esa parte ya os la contaré otro día.

Hoy vamos a centrarnos en el hecho de que el poliamor, queridas Mentes, no es una máquina expendedora de refrescos o un ascensor. El poliamor no es algo que puedas hacerle un reset a ver si ahora sí, o darle unos golpecitos, que lo de los golpecitos siempre te hace una apaño cuando algo no funciona.

El poliamor no funciona. Al poliamor hay que hacerlo funcionar. Y ahí es dónde la jodimos.

Poliamor, el nuevo milagro antigrasa

En algún momento de nuestras vidas hemos creído que el poliamor era un abracadabra. Dices ¡chas! y aparece a tu lado. Se acabaron los malos rollos, se acabaron los celos, se acabaron los miedos, por tú, compañera, tienes po-li-a-mor, el nuevo milagro antigrasa.

Así que te metes te lleno en el milagro y al cabo de nada estás con el corazón partido o partiéndoselo a las demás y despotricando por los rincones que “esto no funciona”. Incluso escribiendo artículos: he leído unos cuantos que destilan cantidades ingentes de rabia monógama porque no les ha funcionado el rollo.

¿Os imagináis a alguien escribiendo artículos sobre “el feminismo no funciona” porque no me ha salido bien? Pues eso es lo que nos pasa en el poliamor. Que en lugar de pensar qué estoy haciendo mal, y cómo funciona esto de las estructuras, lo culpamos a él como si fuese un señor que está sentado en algún lugar o como si fuese dios, que siempre es un comodín fantástico para culpar de cosas.

El caso es que el poliamor no es una fórmula mágica, no es algo que exista: es una propuesta, un horizonte, un imaginario por construir. Decir que inicias una relación poliamorosa es comprometerte a crear las condiciones que harán que la multiplicidad amorosa sea posible sin que nadie muera en el intento.

Me gusta cómo pensaba la libertad el filósofo Emmanuel Levinas. La libertad, decía más o menos, es crear las condiciones para ser libre. Es decir, la libertad no es un marco teórico, no es una idea: es acción.

Con el poliamor sucede lo mismo: el poliamor es crear las condiciones para ser poliamorosa. Es generar el espacio relacional para poder serlo.

El poliamor, como la libertad, no es una idea, es una práctica. Y si la práctica poliamorosa no funciona, hay que cambiar la práctica, sin más, y dejar de culpar a una entelequia de nuestras incapacidades amorosas.

Por lo demás, y lo dejo aquí como apunte, el poliamor no es obligatorio. Si de verdad no os funciona, Mentes, keep calm y a otra cosa, que bastantes dolores sufrimos ya sin complicarnos más la existencia.

¡Feliz semana, Mentes!