¿Qué es lo que sentimos por la mujer que comparte la vida con el hombre que nos gusta? Pues muchas cosas. Lo más común es sentir curiosidad. También en ocasiones, admiración, celos y envidia. Asimismo, podemos sentir mucha simpatía por ella, porque amáis las dos al mismo hombre; o todo lo contrario, un profundo desprecio. En general, lo que vamos sintiendo respecto a esa persona puede ir cambiando a lo largo del tiempo:

  • Primero podemos sentir mucha curiosidad por ella. Cuando nos gusta alguien que tiene pareja lo primero que querríamos saber es qué tipo de relación tiene con ella. Si tienen sexo, si siguen enamorados, si la relación funciona, si son felices, si están llegando o no al final de su relación…. Cuanta más información tenemos sobre cómo funciona la pareja del hombre que nos gusta, más fácil nos resulta saber si podemos, o no, cortejarle, y si podríamos llegar a tener una relación amorosa o no.
  • Después podemos sentirnos superiores a ella. Es una forma de convencernos: considerarla una persona inferior a nosotras nos hace no sentir empatía por ella y así nos resulta más fácil intentar iniciar una relación con el hombre que nos gusta. En el fondo, nos decimos muchas veces, el que tiene el problema es él, que tiene un pacto de fidelidad con su esposa. En teoría, nosotras no le debemos nada a ella ni tenemos que rendirle cuentas a ella.
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¿Qué tipo de amor tenéis?

  • Al final pueden llegar los remordimientos y la culpa. Cuando tu amante tiene una relación monógama y rompe con el pacto de fidelidad, podemos sentir culpa porque sabemos que la otra persona puede sufrir mucho. Además, como en nuestra cultura patriarcal creemos que la persona a la que amamos es nuestra, de alguna manera sentimos que estamos “robando” el marido a otra. Así que cuando amamos a alguien que ya “pertenece” a otra, nos sentimos un poco mal, incluso aunque tengamos muy claro que todos somos libres para relacionarnos con quien queramos. Esa libertad no puede ejercerse desde la mentira o el engaño, ni puede sostenerse mientras la otra persona no pueda vivir la suya propia.Si la conocemos y tenemos trato con ella nos hacemos cómplices de la mentira: la engaña su esposo, la engañas tú y todo aquel que sabe del tema y prefiere no decir nada. El sentimiento de culpa es mayor.

¿Amar u odiar a la otra?

El hombre que nos gusta es libre para ser fiel o no a su pacto de fidelidad con su esposa. Puede que cuando empiece el cortejo, lo pare porque prefiere respetar el pacto de fidelidad. Puede que no lo respete y lo haga a escondidas, mintiendo y engañando a su compañera. O puede gestionar el tema desde la honestidad, hablando con su compañera de lo que le está pasando y de cómo se está sintiendo y tratando de no hacerle daño a ella ni hacértelo a ti. En última instancia, es su responsabilidad, es su relación, y él elige si se porta bien o se porta mal con las mujeres con las que se relaciona.

Pero nosotras también jugamos un papel dentro de una relación formada por tres personas y de alguna manera las mujeres tendemos a solidarizarnos unas con otras porque somos mujeres y porque los hombres tienen unos privilegios que a nosotras nos hacen daño. Es inevitable preguntarnos si nosotras tenemos alguna responsabilidad con respecto a la compañera del hombre que nos gusta, o del que nos hemos enamorado. Así que en muchas ocasiones nos sale de manera natural cuidar a la otra mujer y otras veces tenemos que trabajar el tema.

La mujer de un amante que está casado, al fin y al cabo, es un miembro más de la relación triangular que establecemos.

En algunos casos, los hombres casados hablan mal de su relación y de su compañera para demostrar a la amante que no hay amor entre ambos y que todo el amor que tiene se lo va a dar a ella. Otras veces, los hombres no hablan de su relación. En otros otros solo hablan maravillas de su mujer y no permiten burlas ni comentarios despreciativos por parte de sus amantes.

Nosotras podemos elegir la manera en que vamos a relacionarnos con ella, aunque ella no nos conozca o no sepa de nuestra existencia. Podemos relacionarnos desde la rivalidad, desde el respeto, desde la sororidad. Podemos hablar mal de ella, podemos machacarla, podemos ignorar su presencia o podemos pensar en ella con cariño.

El dilema ético del triángulo amoroso

Para las mujeres este es un tema muy difícil y doloroso: tanto cuando nos toca ser la esposa oficial como cuando somos las amantes. Cuando la compañera oficial tiene toda la información es libre de elegir si quiere o no seguir con su pareja, de expresar su opinión y sus sentimientos, de hablar con su pareja sobre si se puede o no abrir la relación y decidir por sí sola si es mejor darse un tiempo o separarse definitivamente. Pero si no sabe nada, entonces se plantea un dilema ético para nosotras.

¿Es justo ser cómplice del engaño de un hombre hacia su compañera? ¿Es justo que todo el mundo sepa de vuestro romance menos ella?¿Es justo que él pueda vivir dos relaciones paralelas y ella no pueda porque cree que está en una pareja monógama?

Si nos relacionamos con la mujer de nuestro amante, los dilemas son mayores: ¿Cómo hacemos para mirarla a los ojos, para saludarla, para que no se nos note lo que sentimos al verla?¿Deberíamos hacerle saber a ella lo que está sucediendo si su marido no se lo cuenta? ¿Cuáles son las consecuencias de decirle a ella lo que ocurre? ¿Cómo cambiaría la relación si ella sabe lo que está ocurriendo? ¿Cómo se sentirá cuando lo sepa? ¿Soy la persona adecuada para contárselo?

Obviamente, la persona ideal para contar la infidelidad es el infiel porque es él el que tiene que cuidar a su pareja en todas las etapas de la relación, también en las crisis, en las infidelidades y en los finales. Si él no lo hace, ¿nos merece la pena estar con un hombre que lleva una doble vida?

Analiza cómo circula la información entre vosotros

Generalmente, cuando los primeros encuentros dan lugar al romance, los hombres casados prometen a sus amantes que le contarán a su esposa lo que está pasando, y que se separarán de ella para poder vivir la relación amorosa con la amante.

Pero lo cierto es que a muchos se le pasan los meses y los años y se justifican con mil excusas: no es común que los hombres rompan su matrimonio y salgan del hogar para vivir una nueva historia de amor. Lo más común es que intenten vivir ambas cosas sin tener que renunciar a nada.

Lo más común es que la amante viva aferrada a su esperanza de que algún día ocurra el milagro y lo pase fatal mientras él no se decide, hasta que se harta de esperar y acaba la relación.

Así pues, para evaluar si te estás portando bien con la compañera del hombre que te gusta –y si él se está portando bien– es fundamental plantearse cómo circula la información.

Cuando las tres personas implicadas en una relación triangular saben lo que hay, entonces cada cual puede hablar de cómo se siente a los otros dos y pueden tomar sus decisiones. Cuando una de las personas no sabe lo que está pasando, entonces está atrapada y en desventaja: se enterará tiempo después y será más doloroso saber que su compañero además de enamorarse de otra persona, la ha mentido. Y no es justo.

De alguna manera, los amantes establecen una relación paralela y en esa complicidad la otra no está incluida. Es muy egoísta mantener a alguien viviendo en un engaño y –no nos engañemos– quien más beneficiado sale es siempre el hombre que triangula. Porque con su forma de relacionarse se está asegurando su privilegio a gozar de una relación estable con su esposa y de una relación informal con su amante.

Aunque a ambas les duela, aunque sufran por él: para ellos no supone ningún problema ético, es más, puede que disfrute mucho.

Así que las verdaderas preguntas que debemos hacernos son: ¿Es justo que haya una o dos mujeres sufriendo por un hombre que se declara monógamo y sostiene dos relaciones el tiempo que le de la gana? ¿Es justo estar con alguien que no asume la responsabilidad afectiva que tiene en sus relaciones? ¿Se puede disfrutar de alguien que no cuida a las mujeres con las que se relaciona y que vive su vida como le da la gana aunque las haga daño?