¿Dejas que tu hijo o hija aprenda a su ritmo a hacer las cosas o te desesperas y terminas haciéndolo todo tú? Desde el nacimiento, cada niño viene programado para adquirir todas las habilidades que necesita para desenvolverse en la vida, desde aprender a andar, hablar, cocinar, hasta a leer o usar un ordenador. Este proceso puede verse favorecido o entorpecido por la forma de actuar de los adultos frente al deseo de aprender del niño. Si el adulto se adelanta al niño, lo sobreprotege o le corta el momento de aprendizaje, las consecuencias pueden llegar a ser muy negativas.
En el proceso de adquisición de habilidades, si los familiares animan y apoyan al pequeño, este tendrá ilusión por aprender y no se sentirá frustrado por las dificultades que aparezcan. Sin embargo, si no se le permite probar y experimentar, equivocarse y rectificar, su proceso de aprendizaje se verá mermado, provocándole frustración y afectando a su autoestima.
En este sentido, María Montessori decía: “Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para un niño”. No se refería a que no ayudemos al niño cuando lo necesite, sino a que no hagamos por él aquellas cosas que ya puede hacer en cada momento de su desarrollo evolutivo.
Una costumbre que mengua la autoestima de los niños
A medida que los niños crecen, los aprendizajes se vuelven cada vez más complejos y requieren más tiempo de práctica. Esto puede llevar a situaciones donde los padres, por urgencia o por comodidad, para no “perder tanto tiempo”, terminan adelantándose y realizando la tarea por los niños. Por ejemplo, le visten o le dan la comida, cuando ellos lo están aprendiendo o, incluso, cuando ellos ya dominan perfectamente esta habilidad (argumentando que van muy despacio).
Es obvio que los adultos lo van a hacer mejor y más rápido que los niños, pero si no se les deja practicar, van a tardar mucho más tiempo en perfeccionar las habilidades necesarias y, además, pueden percibir la idea de que, como los adultos lo hacen mejor, ellos son torpes e inútiles.
A la larga, estos niños perderán la motivación por practicar y entrarán en un bucle de autoconfirmación de su torpeza: piensan que no lo hacen bien, que son inútiles o torpes, se comparan con los adultos, dejan de practicar, no mejoran. Con cada aprendizaje mermado, el ciclo comienza de nuevo, una y otra vez.
Cada giro de tuerca de este ciclo, el niño se va hundiendo en un pozo más profundo de baja autoestima, desconfianza en sus habilidades y desmotivación. Este ciclo negativo, que afecta tanto a la autoestima de los pequeños, puede prolongarse hasta su etapa adulta.
Testimonio real: el niño que de adulto se bloqueó
Con 32 años, Ernesto llegó a mi consulta para trabajar un bloqueo laboral que le impedía avanzar en su profesión. Cada vez que se enfrentaba a un nuevo proyecto, se paralizaba, le aparecían numerosas dudas sobre su capacidad y le resultaba imposible avanzar.
Según me contó en nuestras primeras sesiones, Ernesto recordaba haber tenido una infancia feliz. Era hijo único y sus padres siempre habían sido muy cariñosos y atentos con él. Sin embargo, reconocía que habían sido un poco sobreprotectores con él.
Cada vez que Ernesto tenía un problema, sabía que sus padres iban a estar presentes para ayudarle. Esto es muy sano y positivo para el desarrollo de los niños. Sin embargo, en ciertas ocasiones, había sentido que sus padres se adelantaban a lo que él quería hacer y no le daban la oportunidad de practicar.
Ernesto recordaba innumerables escenas en las que sus padres tomaban la iniciativa y se adelantaban para realizar una acción que él estaba aprendiendo a hacer. Ya fuera atándose los corones de los zapatos o cortando un filete de carne, sus padres lo hacían por él.
En nuestras sesiones, Ernesto se recordaba mirando a sus padres, pensando en lo bien que lo hacían y sintiéndose inútil por no poder ser tan hábil como ellos. Además, como no tenía la oportunidad de practicar, no mejoraba en sus habilidades y cada vez se sentía más inútil.
El resultado de todas estas situaciones fue que Ernesto interiorizó la idea de que “soy un inútil y los demás lo hacen mejor que yo”. Cuando comenzaba en un trabajo nuevo o cuando intentaba aprender un idioma, siempre se sentía frenado cuando se comparaba con los demás.
Reprogramar los aprendizajes del pasado
Por fortuna, los aprendizajes del pasado siempre se pueden reprogramar y reestructurar para lograr una visión mucho más realista y actual.
Ernesto comprendió que, a lo largo de su infancia, le había faltado una información importante a la hora de enfrentarse a una nueva tarea. Nadie le había hablado nunca del valor de la práctica y del trabajo diario en cualquier aprendizaje. Pensaba que los demás niños y los adultos sabían hacer las cosas muy bien y que, si él no podía, era porque era más inútil, torpe y tonto que ellos.
En terapia, Ernesto comenzó a darle valor a la pequeña práctica diaria a la hora de aprender cualquier cosa. Bajó su nivel inicial de exigencia y comprobó que, cada día, mejoraba un poco en su práctica tanto de sus aficiones (estaba aprendiendo a tocar la guitarra) como de las habilidades que necesitaba en su nuevo trabajo.