Una de las tareas principales que tenemos los padres es la de proveer a nuestros hijos de las herramientas emocionales necesarias para desenvolverse en la vida. Cuando esto no sucede, los daños emocionales que arrastran los niños suelen ser importantes.
Un ejemplo bien claro de estas heridas emocionales se da entre los hijos de “padres perfectos”, padres que se piensan perfectos y que le exigen a sus hijos, a todos los niveles, esta misma perfección.
De forma absolutamente inconsciente –la mayoría no se dan cuenta y no son capaces de reconocerlo–, los “padres perfectos” se presentan ante sus hijos como omniscientes, a la par que infravaloran y desprecian todo lo que los pequeños hacen. A su vez, los niños crecen pensando que son inútiles y que lo hacen todo mal, lo que afecta de forma terrible a su autoestima.
Si, aparte de la necesidad de sentirse importantes, le sumamos un alto grado de perfeccionismo, la combinación puede ser terrible para los pequeños. No se les permite cometer ningún error y, si se equivocan, sus padres siempre están dispuestos a recordarles lo torpes que son y lo bien que lo hacen ellos.
El peligro del "mejor lo hago yo"
Obviamente, cuando los hijos están creciendo, parten de cero en cualquier aprendizaje y necesitan practicar y equivocarse para mejorar.
Un adulto, por muy torpe que sea, siempre sabrá fregar los platos, colgar la ropa o redactar una nota mejor que un niño que lo intenta por primera vez. Sin embargo, este tipo de padres convencidos de su perfección, no tienen esto en cuenta y jamás le dan a sus hijos la oportunidad de aprender.
Continuamente, desde que son bebés, interrumpen los intentos de los pequeños con frases como “quita, mejor lo hago yo” o “ es que no sabes hacer nada”. Es cierto que los padres lo harán mejor que un niño que está aprendiendo, pero si al pequeño no se le da la oportunidad de probar y equivocarse, jamás podrán mejorar.
El resultado de acumular este tipo dedesprecios durante los largos años de la infancia es:
- Una bajísima autoestima.
- La sensación constante de que los otros siempre lo harán mejor que tú.
Por qué algunos padres actúan así
En terapia, los psicólogos vemos ejemplos de esta influencia negativa cuando los padres del paciente manifiestan sus propias necesidades de reconocimiento y atención en vez de atender las de sus hijos.
Si los padres no han trabajado sus propias historias personales y no han limpiado sus esquemas o patrones negativos, arrastran carencias que pueden afectar al desarrollo emocional de sus hijos, impidiéndoles crecer sanos y seguros de sí mismos.
El caso de Nerea
Veamos, gracias al ejemplo de Nerea, la nefasta influencia de una madre perfeccionista y con una profunda necesidad de reconocimiento.
Comentando, en nuestra terapia, diversas situaciones de su infancia, Nerea siempre recordaba a su madre regañándola por todo. Incluso si era la primera vez que probaba a hacer algo nuevo y no le salía bien, su madre, en vez de apoyarla, le daba un coscorrón y la humillaba por su torpeza.
Además, en las reuniones familiares o en los encuentros con las amigas de su madre, esta siempre se presentaba como la madre ideal que se encargaba de cuidar a su pobre hija inútil y torpe. “No sabe hacer nada, se lo tengo que hacer yo todo” era su frase típica.
Al final, harta de tanto desprecio, Nerea se fue pronto de casa. En cuanto tuvo la ocasión, se marchó a estudiar al extranjero y solo volvía a visitar a su familia una semana al año, como mandaban sus obligaciones sociales.
Pero, a pesar de haber sido capaz de desarrollar una satisfactoria vida personal y profesional, Nerea arrastraba la sensación de “no ser capaz”, “de ser inferior a los demás”.
Cuando le ofrecían un nuevo proyecto en su trabajo como diseñadora, siempre comenzaba dudando de sí misma y, aunque finalmente los clientes quedaban muy satisfechos con el resultado, ella, invariablemente, se preguntaba qué sería capaz de hacer si consiguiera liberarse de ese freno que se le aparecía como la voz de su madre recordándole lo torpe e inútil que era.
Para desprogramar estas ideas tan arraigadas en su mente, acompañé a Nerea, a lo largo de sus sesiones, y ella fue tomando conciencia de los mecanismos de anulación emocional que había usado su madre a lo largo de toda su infancia.
Visitamos varios recuerdos de su infancia y su adolescencia para poder analizarlos desde otro punto de vista, más adulto y realista, comprendiendo que no había nada de torpe en ella, sino que no le habían permitido experimentar para aprender y, a la vez, crecer con una autoestima saludable.
Con su trabajo terapéutico, Nerea logró anular los mensajes negativos de su madre y comenzó a valorar sus propias capacidades. Se permitió experimentar con nuevas técnicas que enriquecieron su trabajo y le hicieron ser aún más valorada por sus clientes.