Desde el punto de vista de la persona que está inmersa en una terapia, los períodos vacacionales siempre conllevan una enorme ambivalencia. Por un lado, suponen un descanso necesario y merecido, pero por otro, implican acudir a reuniones en las que se ven obligadas a reencontrarse o, incluso, a convivir con familiares a los que no suelen ver habitualmente.

Quizá, estemos trabajando en terapia un conflicto significativo con algún abuelo, tío o con los propios padres, y en estos días de descanso, se presenta la coyuntura de encontrarse cara a cara con ellos. Este tipo de situaciones genera una enorme ansiedad y siempre son objeto de una atención especial en la consulta.

Dinámicas familiares reactivadas

Suele suceder que estas reuniones familiares se convierten en escenarios en los que todos los patrones del pasado se reactivan. El hermano pequeño, por ejemplo, seguirá siendo tratado como tal, aunque ya haya cumplido más de cuarenta años. La hermana mayor, la que tiene la etiqueta de responsable, se encargará de la organización de todas las actividades, incluidas las compras, la limpieza, las salidas, etc.

Estos patrones que nada tienen que ver con el presente y con la situación actual familiar o laboral de cada cual, se remontan a décadas atrás y tienen su origen en dinámicas dañinas que, además de no haber sido resueltas, han perdido su sentido temporal.

En estas reuniones, cuando coinciden varias generaciones de una familia (abuelos, padres y nietos) los mayores siguen tratando a sus hijos como cuando aún eran pequeños, incluso si éstos ya son adultos y han formado sus propias familias.

Estas situaciones, al reactivar estos patrones tan perjudiciales que fueron gestados en la infancia, acaban por convertirse en experiencias desagradables y estresantes. Precisamente, estos patrones son los que han provocado los malestares del presente (ansiedad, inseguridad, miedos, etc.) de los que la persona necesita liberarse para recuperar su autonomía.

Cómo sobrevivir a las vacaciones

Cuando hablamos en consulta de la proximidad de las vacaciones, muchas personas llegan a la conclusión de que, hasta que se sientan con la fortaleza y la seguridad suficientes para afrontar este tipo de encuentros, resulta fundamental limitarlos al máximo. En lugar de convivir todos juntos bajo el mismo techo, algunas optan por alquilar un apartamento independiente o pasar algunas noches en un hotel. De esta forma, el contacto no será tan intenso y las oportunidades de conflicto se reducen. Otras personas, en casos extremos de familias muy tóxicas, deciden posponer o anular su participación en estas reuniones.

No obstante, a medida que la persona va a avanzando en su terapia, se va sintiendo más fuerte y segura, y muchas eligen afrontar las situaciones de convivencia familiar como una forma de testeo personal. Así pueden poner en práctica todo lo que han trabajado en la terapia y, también, comprueban qué actitudes de los demás le siguen afectando para enfocar aún más el trabajo en la consulta.

Cuando la persona va ganando confianza en sí misma, empieza a liberarse de los roles que asumió en su infancia y conecta de forma más directa con su auténtico ser. Desde esta seguridad, puede mostrarle a sus mayores que ha cambiado, que ha crecido y madurado y que ya no es aquella niña (o niño) del pasado que sus padres insisten en seguir viendo.

Ahora es una persona adulta, perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones. En esta coyuntura, podrá, entonces, elegir lo que quiere hacer y lo que no, y marcará apropiadamente los límites de su espacio personal (físico y emocional) para que nadie lo invada ni pretenda interferir en su vida.

El caso de Mario

Mario era el menor de cuatro hermanos. Por ser el más pequeño, sus padres nunca le habían valorado lo suficiente y aún seguían infantilizándolo y tratando con condescendencia, protegiéndole demasiado, como si él no fuera capaz de hacer nada por sí mismo. Por otra parte, sus hermanos mayores se burlaban de él y le sometían a contínuas bromas pesadas y vejaciones, al igual que en la infancia.

Vivir en semejante entorno había mermado su autoestima y esto era, precisamente, lo que estábamos trabajando en terapia cuando llegaron las vacaciones.

Mario se sentía mucho más seguro que el año anterior, cuando aún no había acudido a mi consulta. En esta ocasión, fue capaz de bloquear las bromas y vejaciones de sus hermanos y de imponer su decisión en situaciones donde sus padres trataban de manipularle. Por primera vez en su vida, pudo protestar y reclamar su derecho a opinar.

Las reuniones familiares son una clásica fuente de estrés. Para poder resolverlas con soltura, debemos recordarnos que ya somos adultos. Esto parece una obviedad, pero debemos tenerlo muy presente para no caer en los antiguos roles cuando nuestros familiares pretendan tratarnos como si aún fuésemos niños pequeños.