Cuando acudió a mi consulta psicológica, Fátima era una chica de 25 años con unas medidas y un peso saludables. Sin embargo, estaba totalmente convencida de que le sobraban varios kilos. “Estoy gorda, no me entra la talla media, siempre me tengo que comprar la grande”, me dijo en nuestra primera entrevista.
Fátima era una joven sana, que comía de forma equilibrada y realizaba ejercicio a diario, pero estaba empezando a obsesionarse por su peso y esto la estaba empujando a a adoptar conductas que sí que podían convertirse en perjudiciales para su salud.
Por ejemplo, desde hacía algunas semanas, en contra de lo que le había marcado su entrenador personal, practicaba dos horas más de ejercicio diario. De hecho, ya había tenido alguna pequeña lesión muscular por forzar más de la cuenta.
Aconsejada por una amiga, preocupada al ver cómo se iba deteriorando la salud emocional (y física) de Fátima, acudió a terapia para trabajar su nivel de ansiedad. Cada vez era mayor y había llegado a un punto donde le costaba mucho trabajo controlarlo.
Un problema social
Hoy en día, muchas niñas, jóvenes y mujeres, viven bajo el yugo de un canon de belleza misógino, impuesto por los medios (películas, vídeos, internet, moda, revistas), basado en un cuerpo, casi irreal, de una niña o mujer extremadamente delgada.
Al compararse con actrices y modelos de cuerpos enjutos (casi de adolescentes), sin ninguna curva, marcando todos los huesos, obviamente, se ven más gordas y feas frente a sus adoradas modelos de referencia.
Pero no son ellas las que tienen un problema, sino esta sociedad misógina, patriarcal y mercantilista.
Esta sociedad alienta la existencia y la difusión de este tipo de ejemplos, como normales, entre niñas, jóvenes y mujeres, con el fin de conseguir, además de rédito económico, la sumisión y el control de las personas a través de la inestabilidad física y emocional.
Una población ansiosa, temerosa y desencantada, resulta mucho más fácil de manipular, controlar y someter, que una en la que la gente posea una alta autoestima, una autoimagen positiva y un enorme grado de control sobre sus gustos, necesidades, deseos y decisiones.
Cuerpos que no responden a la realidad
Aunque ésta no es una técnica nueva, el someter a las mujeres a un canon de belleza misógino e irreal está siendo hoy día llevado al límite.
Un ejemplo reciente de esta perversión lo encontramos tras la elección de la modelo española Lorena Durán, una joven con cuerpo normal y saludable, como modelo de “tallas grandes” de la marca de lencería Victoria´s Secret.
Por desgracia, tras tantos años de manipulación mediática, popularmente se ha asimilado la idea de que un cuerpo de mujer normal, con curvas, es una talla grande, y por ende, sinónimo de sobrepeso.
El cuerpo de Lorena desafía el canon impuesto de mujeres extremadamente delgadas y muestra que no existe un solo tipo de cuerpo femenino saludable, sino muchos y muy diferentes. Además, el cuerpo que nos vende como talla normal, en realidad, no es el único, ni tan siquiera el más habitual o frecuente.
Hace unos años, también tuvo mucho eco mediático el caso de Barbara Palvin, que sufrió una grave depresión tras los numerosísimos insultos que recibió después de posar para la revista Sport Illustrated.
Al igual que Lorena Durán, Barbara era una chica normal, con un cuerpo más parecido a los de la mayoría de las jóvenes de su edad que a las modelos delgadas y rectas que desfilan por las pasarelas.
Me pregunto qué mensaje están recibiendo las niñas y adolescentes de hoy en día, cuando el cuerpo de una mujer normal, sana y con curvas, es considerada como “talla grande” y asimilado como algo anormal y negativo.
Bombardeadas continuamente por esta siniestra idea, al cabo de un tiempo, aparece un problema donde no existía ninguno previo.
Comienzan a verse mal, gordas y no aptas para vivir en una sociedad donde se valora la delgadez extrema.
Cómo escapar de la dictadura de la imagen
Fátima había recibido estos mensajes, continuamente, desde que era muy pequeña. Pertenece a una generación tecnológica, basada más en la imagen que la palabras, que ha crecido teniendo como modelos de referencia a chicas y mujeres cada vez más delgadas.
En el mundo de Fátima, y de muchas de nuestras niñas, tan extremadamente mediatizado y competitivo, no entrar dentro de este canon, equivale a ser insultada, rechazada y aislada por el grupo.
Desprogramar estos aprendizajes tan tóxicos resulta extremadamente complicado.
Esta desprogramación, además, debe ir acompañada de un fuerte trabajo para reforzar la autoestima. Con una alta autoestima, resulta mucho más sencillo poder contrarrestar los mensajes negativos y misóginos que pululan por todas partes.
En terapia, uno de los puntos en el que hicimos más hincapié fue el de trabajar la percepción que Fátima tenía sobre sí misma. Gracias a esto, la joven comenzó a contemplarse con sus propios ojos, en lugar de con los ojos de la sociedad. Moderó su ejercicio y dejó de obsesionarse por su peso. Comprendió que el problema no era suyo, sino del modelo de belleza impuesto por la industria. “No me voy a volver a dejar manipular más”, me dijo, “Estoy a gusto con mi cuerpo y no quiero machacarlo ni agredirlo más”.