Tras servir en las fuerzas de paz en Vietnam, Jack Kornfield se formó como monje budista en varios monasterios de Tailandia, India y Birmania durante unos cinco años. A su regreso a Estados Unidos, su país natal, empezó a buscar una manera de reconciliar las antiguas enseñanzas recibidas en el sudeste asiático con el modo de vida occidental.

Esa búsqueda nos ha deparado una docena de excelentes libros traducidos a más de veinte idiomas, como Camino con Corazón, Después del éxtasis, la colada, ambos publicados por la Liebre de Marzo, y Meditación para principiantes, publicado por Kairós.

Además, Jack Kornfield es doctor en psicología clínica, profesor de meditación vipassana desde 1974, activista por la causa del Tíbet y padre.

Un camino de descubrimiento y apertura

–Se acercó al budismo muy joven. ¿Qué le atrajo de él?
–Estaba en una buena universidad y me di cuenta de que el estudio de la ciencia, la filosofía o la historia solo era una parte de la educación. Yo necesitaba aprender a lidiar con los problemas que había en mi familia, como la violencia de mi padre, además de otros aspectos de mi vida. Me pareció que el budismo podría ayudarme a sentirme mejor emocional y mentalmente, y también más libre.

–¿Qué le llevó a formarse como monje en monasterios del sudeste asiático?
–Durante la guerra del Vietnam solicité entrar en las fuerzas de paz. Quería ayudar a la gente, no dispararle. Como había oído hablar de maravillosos maestros zen y tenía curiosidad por saber si seguían ahí, pedí que me destinaran a un país budista.

En el valle del río Mekong, trabajando con equipos médicos, conocí al que sería mi maestro, Achaan Chah. Era alegre, sabio. Y sentí que debía quedarme. Quería saber cómo lograba mantenerse alegre pese a tantas dificultades.

–¿De lo que aprendió qué le ayudó más a su regreso?
–Tantas cosas. Lo primero, quietud interior. Meditando había aprendido a calmar la mente y a tener mayor disposición de corazón, a estar más abierto, lo que me ayudaba a acercarme a los demás con bondad amorosa y compasión. También había aprendido lo que mi maestro llamaba "ser testigo", es decir, ser aquel que sabe.

Cuando me sentía atrapado por la confusión, me enfadaba o me irritaba, realizaba un par de respiraciones y podía identificar que aquello era simplemente miedo, enfado o irritación, y así las emociones se disolvían en el espacio más amplio de la compasión o de la misma atención. En otras palabras, aprendí a regular mis emociones y a estar mucho más presente y abierto a la vida.

Esto me hace pensar también en la historia de un militar joven que para controlar su ira recibió formación en atención plena...

–¿Qué le sucedió?
–Cuenta que un día, en la cola del supermercado, empezó a enfadarse al ver que una mujer mayor que cargaba con un bebé se ponía a hablar con la cajera. "¿No ve que hay cola y que tenemos prisa?". Pero al sentir en su cuerpo cómo aumentaba el enfado, se centró en su respiración y se fue relajando. Cuando le llegó el turno, se percató de que el bebé era un niño. Le dijo a la mujer lo bonito que era y entonces intervino la cajera: "Lo es, ¿verdad? –le dijo–. Mi marido murió en Afganistán y, como ahora tengo que trabajar todo el día, mi madre me lo cuida e intenta traérmelo a veces para que pueda verlo".

Juzgamos enseguida a los demás… y a nosotros mismos. La meditación me enseñó que podemos ver cada emoción y pensamiento que aparecen en nuestro interior y tomar distancia con los que son perjudiciales para recuperar una mirada más inocente, capaz de ver con amor y perdonar.

El budismo como herramienta psicológica

–¿Por qué estudió psicología tras formarse como monje?
–Mi estancia en el monasterio hizo que me interesara cada vez más por entender mi mente y lo que sentía. Al mismo tiempo era consciente de que en la sociedad occidental había muchos problemas relacionados con el consumismo, el miedo, las adicciones… Pensé que la meditación y la compasión podrían ser herramientas útiles en esos casos.

También empecé a interesarme por los descubrimientos de la neurociencia sobre cómo la meditación favorece la neuroplasticidad, la regulación emocional o la curación física, y me di cuenta de que la psicología occidental me podría ayudar, además de a entenderme a mí mismo, a guiar mejor a las personas a las que entonces estaba ya enseñando meditación.

–¿Cuál sería la mayor dificultad del ser humano en su lucha contra la insatisfacción?
–Diría que la falta de amor propio. Vivimos en una cultura tan centrada en lo externo que no sabemos cuidar de la vida interior, que es nuestra mayor fuente defelicidad.

En una reunión con el Dalai Lama, algunos budistas le comentamos que en Occidente había mucho autoodio: queríamos saber cómo actuar. El traductor necesitó cinco minutos para hacerle entender a qué nos referíamos, porque en tibetano ni existe esa palabra. Cuando finalmente lo entendió, su rostro se ensombreció: "¡Qué gran error!".

Aprender a cuidarse uno mismo con atencióny compasión ayuda a cuidar de los demás y a relacionarse bondadosamente. La verdadera compasión incluye siempre a los demás y a uno mismo.

–¿Y qué recomendaría para mejorar la compasión hacia uno mismo?
–Una práctica muy útil es empezar visualizando a dos o tres personas a las que quieres o que te importan. Al empezar por los demás, y no por ti mismo, tomando consciencia del grado de sufrimiento o tristeza con el que cargan esas personas, automáticamente te abres a la compasión: deseas que se sientan bien, las abrazas.

El siguiente paso es visualizar a esas personas mirándote a ti y deseándote lo mismo: entienden tus dificultades, tus miedos, tu confusión… y te invitan a abrazarte a ti mismo, a ser tú el que pone la mano sobre tu corazón y a hacer por ti mismo lo que hacen por ti.

Al principio puede parecer forzado, falso, incluso hacer que se sienta lo contrario o que no se merece amor, pero con la prácticala compasión va echando raíces, como una planta bien cuidada. Y con el tiempo aprendes que puedes darte a ti mismo el amor que eres capaz de dar a otros.

Una mejor relación con el planeta

–¿El budismo puede ofrecer algo que no ofrezcan otras tradiciones espirituales?
–Todas las tradiciones tienen su belleza y su valor. Las cualidades de la psicología budista son su claridad y el hecho de que no se basa en creencias. Es un estado mental que brinda herramientas hermosas y probadas para ganar equilibrio, cultivar la ecuanimidad, tener el corazón tranquilo, calmar la mente y, en definitiva, responder al mundo desde lo mejor de uno mismo. Esto ayuda en lo personal, pero también en lo interpersonal. Ni internet, ni la biología ni la nanotecnología frenarán la carrera armamentística, el racismo o la destrucción medioambiental.

Los avances exigen una transformación de la conciencia: hemos de asumir nuestra relación inherente con el agua y el aire de todo el planeta, saber tratarnos unos a otros con compasión y respeto. La psicología budista predica la dignidad de todos los seres vivos, humanos o no. Entender esto inaugura una nueva manera de relacionarse con el mundo.

"La mayor fuente de gozo que puede haber es conectar con uno mismo y con el mundo."

Cómo nos transforma la meditación

–Muchos buscan en Oriente experiencias extraordinarias o "efectos especiales"…
–Escribí sobre ello en mi libro Después del éxtasis, la colada. A veces pueden vivirse experiencias de éxtasis o de dicha, pero luego pasan. Y la meditación no es el único lugar donde pueden darse. Podemos sentirnos así al ver un atardecer, al pasear por la montaña, al hacer el amor, al sentarnos junto a alguien cuando muere y enfrentarnos al misterio de la muerte.

Lo que la meditaciónofrece es una manera de abrirse a estas cosas estando presente. En lugar de buscar una experiencia especial de lo que se trata es de darse cuenta de que la vida es, en sí misma, efectos especiales, de estar presente en las 10.000 alegrías y las 10.000 tristezas que nos hacen humanos y ser capaces de vivir con agradecimiento, equilibrio y amor.

–Siempre deseamos más… ¿Por qué nos cuesta conformarnos con lo que tenemos?
–Creo que fue Sócrates quien dijo que le gustaba pasear por el mercado y observar todas las cosas de las que podía prescindir. A través de la publicidad y las comparaciones en la educación se nos lleva a creer que cuantos más bienes materiales poseamos más felices seremos. Sin embargo, tanto entre pobres como entre ricos hay personas dichosas y desgraciadas.

En esta sociedad que alimenta la velocidad, las adicciones y el afán por conseguir cosas, perdemos el contacto con nosotros mismos. Y cuando intentamos meditar o relajarnos a menudo descubrimos un vacío o aquello que el corazón ha dejado sin acabar: lágrimas y penas que no hemos compartido, creatividad o anhelos sin expresar…

La meditación permite ser testigo de todos esos sentimientos y darse cuenta de que la felicidad más profunda anida bajo la superficie de nuestros deseos, de que en nuestro interior albergamos un manantial de bienestar, viveza y presencia.

Practica la auténtica sabiduría

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Practica la auténtica sabiduría

–¿Deberíamos entonces renunciar a querer más?
–Alguien dijo una vez: "Tengo la mejor colección de conchas de mar. Las guardo a lo largo de todas las playas del planeta". En vez de querer ser dueños de las cosas podemos ser conscientes de que es posible ser feliz sin motivo concreto, de que la mayor fuente de gozo que puede haber es satisfacer nuestro deseo más auténtico, el de conectar con uno mismo y con el mundo.

El fin último de la práctica espiritual o de la psicología budista no es el de perfeccionarnos a nosotros mismos sino el de perfeccionar nuestro amor y bienestar y ser capaces de compartirlos con los demás.

Entrenarse con paciencia y amor

–Al meditar se toma conciencia de la tendencia de la mente a distraerse. ¿Cómo se modifica esa tendencia?
–Cuando se medita se comprueba que la mente está llena de preocupaciones, confusión, dudas sobre uno mismo, planes, juicios, recuerdos con los que intenta remediar el pasado…

Lo bonito es que se puede entrenar la atención para que se aparte de ese ajetreo mental y dirigirla hacia algo tan sencillo como la respiración, la compasión o las sensaciones del cuerpo y, de ese modo, avanzar hacia un estado de mayor relajación mental y bienestar emocional. Ese entrenamiento debe ser sistemático y amable.

–Se dice rápido...
–A mí me gusta compararlo con cuando adiestras a un perro cachorro: si le dices "quieto, siéntate", ¿acaso obedece? ¡nada de eso! se levanta y echa a correr. Si insistes, vuelve a irse, quizá se orine en algún rincón… pegarle no sirve: a él no le gusta y tú te sientes mal. Lo lavas y vuelves a intentarlo.

Es repitiendo con cariño y paciencia instrucciones sencillas como al final se logra que aprenda. La mente hace mayores estropicios que un perro, pero si la entrenas amablemente –"quieta, siéntate"– evitando los juicios, poco a poco también aprende a navegar en mayor sintonía con el cuerpo y a abrirse al misterio de la vida y su belleza.

"Poner nombre a lo que se experimenta permite no solo tolerarlo sino reconciliarse con ello."

Una forma de combatir la ansiedad

–Aconseja durante la práctica poner nombre a lo que se siente y se experimenta en cada momento. ¿Por qué?
–Cuando identificas lo que te está sucediendo y te dices "Ah, esto es aburrimiento, soledad, inquietud, miedo", te alejas para verlo a distancia. Tu atención puede más que lo que experimentas: sales de ahí y ganas libertad. Si no, en cuanto te aburres, te inquietas o te sientes solo, tu primer impulso es abrir la nevera o conectarte a internet.

Poner nombre a lo que se experimenta y seguir estando presente no solo permite tolerarlo sino reconciliarse con ello.

–¿Cómo se aplicaría esta técnica si se sufre ansiedad?
–El proceso es el mismo: puedes llevar la atención a la ansiedad, con compasión, y ponerle nombre: esto es miedo, es ansiedad… en vez de juzgarte, te puedes llevar la mano cariñosamente al pecho, al cuerpo, y reconocer ese estado que todos podemos sentir en algún momento.

Puedes fijarte en los pensamientos, que cuentan historias que pueden ser falsas. Ya lo decía Mark Twain: "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, muchas de las cuales nunca ocurrieron". Así puedes poco a poco recuperar una respiración tranquila, permitirte sentir, sentándote como el Buda que eres, a las mil generaciones de tu familia (tus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos…), que fueron, como tú, unos supervivientes de ese río de la vida del que formas parte y en el que también puedes confiar.

La tendencia al juzgar y juzgarnos

–¿Cómo podemos frenar nuestra tendencia a juzgar?
–Juzgar supone un problema al meditar y en la vida. Pero si te dices que debes parar de juzgar, a ti mismo o a los demás, o te enfadas cuando los demás juzgan, ¿qué es eso sino otra forma de juzgar?

Hay otra opción: valerse de la atención para ver que es la mente la que emite el juicio. Te puedes decir "Aquí está la mente que juzga; hola, gracias por tu opinión", incluso imaginar que le haces una reverencia, y así no tomarte el juicio tan en serio.

Meditar no debería ser una tarea pesada; debería ser una invitación a la benevolencia y a estar presente. El objetivo no es la autoperfección. La novelista Florida Scott Maxwell escribió: "No importa cuán anciana sea una madre, seguirá esperando ver señales de que sus hijos ya adultos continúan mejorando". Pues bien, hacemos lo mismo con nosotros mismos: pensamos constantemente que debemos mejorar y nos juzgamos.

"En vez de decirte que no debes juzgar, válete de la atención para ver que es la mente la que emite el juicio."

Meditar es aceptar la encarnación del misterio de la vida y abrazarlo con un corazón sabio y compasivo, es decir, descansar en un gozo atemporal que acepta la vida con sus alegrías y sus penas. Y así, a medida que se hace el silencio en la mente, surge una nueva claridad o "sabiduría discriminatoria", diferente de la mente que juzga. Esa sabiduría permite saber qué hay que hacer, darse cuenta de si una respuesta es sana o no: determina nuestra manera de responder al mundo.

Su maestro decía "Si no lloras lo suficiente es que tu meditación no ha empezado"…
–Cuando te permites sentarte en silencio, todas las facetas de tu vida emergen: tu creatividad, tus ideas sobre lo que podría suceder o hacerse, las personas que te importan, los momentos bellos de tu vida, pero también los que fueron difíciles, las penas o asignaturas pendientes.

Por eso, cuando se medita hay momentos de alegría y momentos para las lágrimas. Unos y otros forman parte de ese proceso de aperturay suavización del corazón que comporta meditar y que ayuda a forjar una mayor conexión con la vida.

–La relación con el cuerpo es básica en el crecimiento espiritual. ¿Qué recomienda en este sentido?
–En la velocidad de la vida actual perdemos el contacto con nuestro cuerpo. Dejamos de alimentarnos bien, de hacer ejercicio, de tratar el cuerpo con cariño… y no porque sea difícil cuidar de uno mismo sino porque nos perdemos la alegría que conlleva habitar el cuerpo.

La meditación ayuda a hacerlo favoreciendo la unión entre el cuerpo y la mente. Invita a disfrutar de la experiencia de ser humano y a hacer algo hermoso para contribuir a ello.

El fin último de la meditación

–Vicente Ferrer decía que "la acción buena es el acto más espiritual del ser humano"…
–En Japón dicen que solo hay dos cosas que hacer: sentarse y barrer el jardín. Y no importa cuán grande sea el jardín. Se usa la práctica meditativa para calmar la mente, reconectar con uno mismo y cultivar la compasión, pero después se da de comer al hambriento, se cuida al enfermo, se monta una empresa sostenible… se sirve al mundo.

Es como inspirar y espirar. No se medita para convertirse en un buen meditador sino para vivir el silencio y la quietud, y saber transformarlos en acción.

–¿De dónde se saca la fuerza para meditar y no desistir?
–Al principio tienes que ponértelo fácil. Puedes hacer un curso, pero lo importante, en clase o en casa, es empezar con solo unos minutos al día (tres, cinco…) y elegir un buen momento.

No lo hagas por la mañana si te cuesta levantarte, porque acabarás enfadándote contigo mismo y dejándolo. Si surgen dificultades, trátate con comprensión; ponte la mano sobre el corazón y abraza esas dificultades. Así, aunque empieces con pequeñas dosis podrás sentir cómo la práctica te nutre en lugar de vivirla como una obligación.

–¿Tiene alguna meditación preferida?
–Una que disfruto mucho es la meditación de la bondad amorosa. Me gusta hacerla en el avión o el tren. Todo el mundo va sentado absorto en sus cosas, yo también, y de pronto miro alrededor y empiezo a pensar en cada persona deseándole el bien: ese adolescente, ¿estará bien? La anciana del fondo, ¿estará atendida? O aquel hombre, ¿irá a trabajar?

Poco a poco siento que puedo amar a todas esas personas, incluso podría despedirme de ellas al final del trayecto. Eso transforma mi día: ya no me siento aislado sino agradecido y conectado.

–¿Qué opina de la respiración holotrópica?
–Trabajé con Stanislav y Christina Grof muchos años. Es una herramienta muy poderosa. A través de la respiración profunda y la música invita a las personas a abrirse a todas las dimensiones de su humanidad. En mi opinión es sanadora y combina con mucha inteligencia las filosofías occidental y oriental sobre el crecimiento personal.

–¿Qué le ha resultado más difícil en su camino espiritual?
–Lo mismo que a todos. Aunque he mejorado algo, soy bastante impaciente. Y hay veces en que me preocupo más de la cuenta o en que me cuesta asimilar pérdidas que para mí han sido importantes… incluso afrontar mi propia muerte.

Siento que he aprendido mucho y que mi vida es bastante hermosa, y me siento agradecido por eso. Ahora bien, sigo teniendo mis problemas. Quizá no me los tomo tan en serio: mi cuerpo puede enfermar o mi personalidad tener facetas que no son exactamente las de un Buda, pero puedo sonreír y darme cuenta de que así es la encarnación humana.

–¿Y cuál es hoy su mayor satisfacción?
–Todo esto ha transformado mi vida pero ahora, además, gracias a la investigación científica la práctica budista se está utilizando en clínicas para mejorar la salud de la gente, en escuelas para educar emocionalmente a los niños, por la ecología para contribuir a proteger el planeta… ¡en tantas cosas que me importan!