En medicina naturista se ha hablado siempre de la gran capacidad curativa del cuerpo, pero también se ha entendido este concepto en el sentido de que nuestro cuerpo conserva y aumenta esta capacidad en el momento en que tiene contacto con la naturaleza.

Nuestro cuerpo no es un ente aislado, puesto que nuestra salud depende de la salud del medio ambiente. De este hecho no duda nadie, y se entiende que para prevenir y resolver muchas de las enfermedades debemos preservar el medio que nos rodea. Cuando nos referimos a este medio, nos referimos a la naturaleza próxima, a las plantas, a los árboles, al agua y a la tierra que nos envuelven.

Respetar y convivir con la naturaleza es una parte importante de la salud y convivir en armonía con ella es una garantía para el bienestar físico y espiritual.

Reencuentro con los elementos

El verano y la primavera son etapas de expansión que convidan a redescubrir la naturaleza. Es el momento para disfrutar del aire libre y de recuperar el contacto con el bosque, el agua, la tierra, el aire, el sol y sus respectivas fuerzas curativas.

El contacto con la naturaleza se convierte de esta forma en un aliado para fortalecer el cuerpo y el espíritu. Según la cultura china, el verano es la estación de máxima energía yang en la naturaleza e invita al reencuentro con el entorno natural, que está en su máximo esplendor. La mayoría de flores y especies vegetales rebosan principios activos y se muestran pletóricas.

También es la época de mayor actividad terapéutica para su recolección. La noche de San Juan, según afirma la tradición, es el mejor día para recoger numerosas plantas medicinales que utilizaremos el resto del año, pero también para pasarlo en contacto con la naturaleza. En ese día y los tres que le preceden se recibe el máximo de luz para acumular el máximo de energía. Y, al igual que en la naturaleza, el cuerpo se siente más radiante y esplendoroso, lo que propicia la renovación interior.

Una vía de curación

El concepto de vismedicatrix naturae (la fuerza natural de curación), muy utilizado por la medicina naturista, aporta actualmente claridad y nuevas perspectivas en el diagnóstico y la terapia médica. No solo se refiere a la capacidad curativa que tiene el propio cuerpo, sino a entender cómo los síntomas de la enfermedad se producen con un propósito de evolución hacia la curación o hacia la degeneración y muerte, y a comprender cómo se estimula esa capacidad curativa en relación con la naturaleza. En definitiva, se trata de explicar que el contacto del ser humano con el medio natural es vital en esta capacidad preventiva y curativa.

El naturalista John Arthur Thomson (1861-1933) hablaba de la vismedicatrix naturae como la capacidad natural del cuerpo para curarse a sí mismo y también de una interpretación adicional de la palabra naturaleza que incluía el medio físico natural, con los bosques, los parques urbanos y las regiones silvestres relativamente intactas, que son partes influyentes en nuestra propia curación.

El organismo se constituye así en un sistema autoorganizado con un comportamiento global que se explica por algo mayor que la suma de las partes y que funciona y se regula unido íntimamente a la naturaleza.

Interacción con el entorno

Existen muchos ejemplos que demuestran esa autorregulación del organismo, en función del entorno natural. Todos estos mecanismos internos e interno-externos dependen del factor tiempo. Algunos de ellos son: la adaptación del cuerpo al esfuerzo o a la altura; la adecuación de la piel a la luz solar; la osificación después de una fractura; la capacidad de acomodación del ojo humano; la aclimatación al frío o al calor (termorregulación-fiebre); las benzodiacepinas naturales o el sueño y los ensueños como mecanismo de compensación de sobrecargas psíquicas.

El proceso de curación o vis medicatrix naturae coincide en este caso con la autopreservación equifinal del biólogo Ludwig von Bertalanffy (1901-1972): "Los seres vivos son sistemas semiabiertos, pero dotados de dispositivos de autocontrol que les dan estabilidad o capacidad para volver al estado estable ante una perturbación".

Cada ser humano es único en su constitución somática y psíquica y es inseparable de su entorno natural. Con este principio el concepto de la vis medicatrix se identifica plenamente con el pensamiento actual de salud. Por su parte, Gershom Zajicek, profesor de Medicina Experimental e Investigación del Cáncer en la Universidad Hebrea de Jerusalén, interpreta el principio fundamental de la antigua medicina griega: "La naturaleza es el médico de todas las enfermedades".

La enfermedad se presenta así como un aviso de que nuestro cuerpo precisa el contacto con la naturaleza. Un ejemplo podría ser la psoriasis. A veces, después de un déficit de naturaleza, el cuerpo reclama que necesita imperiosamente aire, sol o agua de mar o termal. Una vez en contacto con ese entorno el organismo recupera por sí mismo el equilibrio de la piel.

La vitalidad del organismo

La terapia naturista tiene una función importante para captar y aprovechar el potencial de la naturaleza, siempre que se apliquen técnicas que ayuden a estos mecanismos autorreguladores a mantener en buen estado la capacidad vital del organismo.

Para ello hay que planificar hábitos saludables: ejercicio, alimentación, reposo adecuado y contacto con los elementos naturales que favorezcan la capacidad de responder frente a la enfermedad, en especial del agua, la tierra, el aire limpio, el contacto con la luz...

Todos ellos ayudan a los mecanismos endógenos a prevenir dolencias, a resolverlas y a recuperar el equilibro y la salud corporal. No se trata de confiar en una vis medicatrix mágica y desconocida, sino de confiar en lo que conocemos e intentar descubrir o aprender lo que desconocemos.

Las ventajas terapéuticas del contacto con la naturaleza también se han demostrado científicamente. Así, por ejemplo, una combinación de ejercicio consistente en caminar por el bosque, disfrutando del entorno, con el uso de baños de agua fría y la reacción posterior del organismo ha demostrado el aumento de las células protectoras frente al cáncer.

También la práctica de la cura de Kneipp, basada en la aplicación de pequeñas hidroterapias, andar descalzo, ejercicio al aire libre, cuidado de la dieta, utilización de plantas medicinales sencillas y la regulación del horario de sueño-vigilia, ha probado su eficacia en la recuperación del agotamiento físico o psíquico. También numerosas alteraciones psicosomáticas, neurovegetativas, metabólicas, reumáticas, digestivas y también del aparato genital, el respiratorio y la hipersensibilidad nerviosa, así como en la rehabilitación del miocardio y las alergias.

Otros estudios demuestran el efecto positivo sobre el sistema inmunitario. En los años ochenta del siglo pasado, el psicólogo Stephen Kaplan, de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, fue uno de los primeros investigadores que aportaron pruebas sobre efectos beneficiosos de la naturaleza sobre la salud, descubriendo propiedades restauradoras sobre la salud física y mental.

El bien al alcance de todos

El contacto con el medio ambiente, la luz y la oscuridad, el aire puro, los árboles, el sol, la tierra o el agua forman parte de ese potencial terapéutico que la naturaleza pone a disposición del organismo de forma desinteresada y gratuita. Para disfrutarlo hace falta entrenamiento: no podemos tomar el sol, por ejemplo, si no nos adaptamos poco a poco a su luz y a su calor.

Un paseo descalzos a orillas del mar, la ribera de un río o sobre la hierba, el primer baño de arcilla, el contacto con la arena para comunicarse con la tierra y palpar su energía, descubrir cómo huele el aire que nos rodea y cómo acaricia nuestra piel, o disfrutar de la ducha diaria, pueden ser el comienzo de nuestra íntima relación y conexión con la naturaleza, de sentir cómo poco a poco mejoran nuestra calidad de vida, bienestar y salud.

Y nosotros, a cambio de tantos dones, solo le hemos de devolver nuestro respeto y agradecimiento, protegiéndola. Pero el contacto con la naturaleza va mucho más allá. Contemplar un atardecer, sentarse a la sombra de un árbol, observar las olas, disfrutar de la lluvia (sonido, olor, sabor), deleitarse con el sonido de una cascada o el fluir de un arroyo no solo nos ayuda a mejorar nuestro potencial físico y psicológico, sino que nos sitúa en la realidad de lo insignificantes y lo grandes que somos dentro de la naturaleza y del cosmos.

Nos muestra una realidad pasajera y corta de la vida y al mismo tiempo toda la grandeza del universo a nuestro servicio y contemplación, y nos abre a percibir la perspectiva espiritual y su influencia sobre nuestra salud. Es lógico que la observación de la naturaleza nos haga sentir a la vez la fragilidad y la fortaleza de nuestro organismo y de la vida.

Cuando se siente el potencial terapéutico o las fragancias que regala el bosque, por ejemplo, puede surgir el deseo de querer atraparlas en un frasco mágico para gozarlas a voluntad. Pero los bosques y sus esencias, al igual que otros dones de la naturaleza, no se dejan atrapar fácilmente: escapan cada día con la puesta del sol y vuelven al amanecer, para que se puedan volver a disfrutar de nuevo in situ.

Un santuario personal

Para disfrutar de la naturaleza tan solo nos queda amarla, cuidarla, convivir con ella y finalmente integrarla en nuestro entorno más próximo y cotidiano: poblar de árboles las ciudades y de macetas o de jardines interiores nuestras casas.

Se trata de abrir de par en par nuestro hogar a la naturaleza y sentir que forma parte de nuestro equilibrio físico y psicológico. A veces para captar esa energía natural no hay nada como situarse en un enclave singular de la naturaleza.

Durante milenios se señalaron como santuarios lugares especiales, en los que el contacto con la naturaleza y su contemplación ponía en relación con el mundo espiritual. Cambió el culto o la religión pero no el emplazamiento. Andar o peregrinar a estos centros es una forma de buscar la salud y la gracia.

Todos estos pequeños contactos pueden ayudar a sentirse parte de la naturaleza, y a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y cómo este influye sobre nuestra salud y estado emocional. Es importante planificar y por supuesto mantener una relación habitual con el entorno, ya sea con paseos por el bosque o cuidando un huerto o un jardín.

En verano y primavera una de las actividades más agradables es regar las plantas, porque es como si ellas lo agradecieran creciendo y desprendiendo sus aromas. En la naturaleza siempre habrá un lugar especial para nosotros, un santuario donde recuperar la gracia, la salud y la vitalidad.