Pesticidas que se encuentran en los alimentos, bisfenoles en los envases alimentarios y cosméticos, compuestos volátiles que flotan en el aire.... La lista de toxinas ambientales con las que nos encontramos todos los días es larga y sus efectos dañinos también: pueden perjudicar el hígado y los riñones, alterar el equilibrio hormonal y afectar a la capacidad reproductiva, favorecer las enfermedades respiratorias y el cáncer, y también la obesidad. Además, su efecto puede transmitirse de padres a hijos a través de procesos epigenéticos.
Existen evidencias de que un buen número de toxinas ambientales interfieren con la capacidad de nuestro cuerpo para regular el peso corporal. Pueden promover un aumento del apetito y, por lo tanto, la obesidad. Y como algunos de estos contaminantes modifican el entorno de los genes (epigenético), su efecto puede transmitirse a las generaciones posteriores.Los investigadores piden que se preste más atención a estos resultados para poder combatir o evitar la obesidad de forma más eficaz.
¿Cómo favorecen la obesidad las toxinas ambientales?
Las toxinas ambientales promueven la obesidad y dificultan perder peso. Así lo sugieren tres revisiones científicas preparadas por más de 40 investigadores. En sus conclusiones, los investigadores hacen referencia a unos 1.400 estudios que se han llevado a cabo.
Las toxinas ambientales pueden afectar nuestro metabolismo y peso de diferentes maneras:
- Algunas toxinas pueden actuar directamente sobre la cantidad de células grasas en nuestro cuerpo.
- Otros perturban nuestra sensación de saciedad. Seguimos comiendo porque nunca estamos realmente llenos.
- Algunas toxinas ambientales afectan la función de la tiroides o o de la microbiota intestinal. La flora intestinal alterada absorbe entonces más calorías de los alimentos digeridos de lo normal. Los edulcorantes, por ejemplo, tienen efectos similares.
Estos cambios químicos son particularmente peligrosos para los niños. Si ya estamos expuestos a toxinas ambientales en el útero y en los primeros años de nuestro desarrollo, las consecuencias para nuestro metabolismo pueden ser irreversibles: habrá una tendencia a sufrir sobrepeso desde el principio de la vida y más problemas para perderlo.
Algunas toxinas también pueden promover la obesidad durante generaciones. Cambian nuestros genes a través de la epigenética y la tendencia se transmite a los hijos biológicos. Un estudio, por ejempplo, ha revelado que la obesidad en las mujeres está fuertemente relacionada con la cantidad de DDT a la que estuvieron expuestas sus abuelas, a pesar de que las nietas nunca han tenido contacto con el pesticida.
¿Qué toxinas ambientales promueven la obesidad?
En los informes publicados, los investigadores se refieren a alrededor de 50 toxinas ambientales con los efectos descritos. Los encontramos en casi todas partes en la vida cotidiana, por ejemplo, en los envases, en el aire y en el polvo, en el agua, en los productos domésticos o en los dispositivos electrónicos. Éstos incluyen:
- Bisfenol A (un componente de algunos plásticos)
- Ftalatos (en plásticos blandos y productos cosméticos)
- Pesticidas (en los alimentos)
- Retardantes de llama (en muebles, productos electrónicos, etc)
- Dioxinas (en los gases de escape de los motores de gasolina o el humo de las incineradoras)
- Contaminantes en el aire (por ejemplo, gases de escape, vapores o humo)
- PFAS (que se encuentran en envases o muebles, por ejemplo, no son biodegradables y se acumulan en nuestro cuerpo)
Los investigadores se refieren a estos compuestos contaminantes como obesógenos, es decir, son productores o causantes de obesidad.
Critican que los resultados apenas han sido considerados hasta ahora por la investigación médica dominante ni en la práctica clínica. Todavía se aplica la suposición de que la obesidad solo es causada por el exceso de calorías en la dieta y la falta de ejercicio. Sin embargo, los estudios sobre toxinas ambientales ahora pueden explicar con mayor precisión por qué a las personas les resulta cada vez más difícil beneficiarse de comer sano y equilibrado.
El número de personas que padecen obesidad se ha triplicado desde 1975. Casi dos billones de adultos en todo el mundo están actualmente afectados. Según los investigadores, los obesógenos son los principales responsables de alrededor del 15 al 20% de los casos.
¿Qué podemos hacer?
Para poder controlar mejor la obesidad a nivel mundial, según los científicos, los sistemas sanitarios deben frenar la propagación de los obesógenos.
Por ejemplo, los gobiernos pueden restringir la adición de ciertas toxinas en los productos de consumo. Este ya es el caso de muchos productos químicos en la Unión Europea.
Las mujeres embarazadas en particular deben tratar de evitar las mencionadas toxinas ambientales. Asimismo los padres pueden mantener a los niños alejados de los productos químicos, especialmente en los primeros años de vida. Para esto, sin embargo, es necesaria una mejor educación en la sociedad. Los investigadores están preocupados porque el problema recibe muy poca atención.
Referencias científicas: