Es posible que la doctora María Velasco Ghisleri te resulte familiar, esta psiquiatra licenciada en Medicina y Cirugía, trabaja desde hace 16 años como psiquiatra infanto-juvenil en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, pero también es habitual verla en televisión y programas de radio, y en Instagram, donde cuenta con más de 100 mil seguidores y donde de forma incansable divulga e informa sobre crianza.

Su primer libro, Criar con salud mental (Editorial Paidós), es una mirada crítica a la sociedad actual, que limita y muchas veces impide la crianza invadiendo la infancia y la adolescencia, a la vez que un texto esperanzador que muestra a los padres y madres que una crianza serena y feliz es posible.  Una guía fundamental para padres sobreinformados y perdidos. 

En este primer libro reúnes muchos años de dedicación y aprendizaje. ¿Qué es lo que más te ha enseñado la infancia? ¿Y la adolescencia?
–Los niños y los adolescentes lo que más me han enseñado es que perdemos algo muy valioso mientras crecemos. Perdemos esperanza, perdemos ilusión, creatividad… Y que son factores muy importantes en la vida. También me han enseñado que siempre siempre quieren a sus padres y madres, aunque sean maltratadores, aunque sean negligentes…

Luego tengo en la consulta gente mayor que viene para intentar dejar de querer a sus padres y a sus madres porque no han sido buenos padres y madres, y con esto el mensaje que quiero dar, es que los padres y madres siempre tienen tiempo de restaurar esa relación con sus hijos. Ellos siempre van a estar esperando a que las cosas cambien, a que les puedan ver, a que les puedan aceptar y querer como son. Así que nunca es tarde para cambiar las cosas. 

Cuentas que los periodos de máxima vulnerabilidad cerebral son la infancia precoz y la adolescencia. ¿Por qué son tan importantes estas etapas? ¿Qué debemos tener en cuenta los padres y madres?
–Son etapas muy importantes por el modelamiento cerebral. En la infancia más precoz se están forjando las autopistas. Vamos a pensar de una manera muy simple que nacemos con neuronas, vamos a pensar en ellas como estrellas en el cielo; y luego vamos a pensar que lo que nuestros hijos vivan en su primera infancia va a unir esas neuronas entre sí con caminos. Vamos a acordarnos, por ejemplo de la Osa Mayor, de la forma que tiene, eso es porque un niño con la estimulación y los cuidados, el amor y la atención, ha creado esa conexión entre esa neurona y la otra, la otra... 

Estas primeras autopistas se hacen en la infancia más precoz, luego pueden salir de estas neuronas más conexiones, pero esas primeras autopistas que marcan nuestras primeras capacidades, los primeros cimientos de nuestra identidad, ya van a permanecer. 

 

–¿Y en la adolescencia?
–En la adolescencia con la reactivación hormonal, lo que sucede es que todas las estrellas o todas esas conexiones que se han quedado más débiles por estar menos estimuladas, se van a destruir. Va haber una poda sináptica, y ya solamente se quedarán las conexiones neuronales que se utilicen. Por eso, la infancia es tan importante, y la adolescencia es un segundo momento donde podemos restaurar las cosas que no se hayan desarrollado o que se han quedado pendientes.

Esa es la razón por la que hay que ver a los adolescentes como menores y no pensarles por la actitud que tienen y por el mensaje que hay a nivel social de que ya lo saben todo, lo pueden todo y lo tienen todo decidido y lo único que tenemos que hacer nosotros es soportar su adolescencia. 

En un momento donde la sobreinformación, el querer romper con la educación recibida, etc., dices que los padres se encuentran muy perdidos. ¿Qué podemos hacer para educar desde la confianza? ¿Cómo saber que lo estamos haciendo bien (o suficientemente bien)?
–Yo creo que nos pueden guiar dos cosas que son nuestro instinto y la respuesta que vemos en nuestros hijos. Nuestro instinto nos lo dice, esa inquietud que sentimos de que hay algo que está fallando, de que hay algo que se nos está escapando, que no estamos satisfechos, no sentimos esa serenidad que nos inunda cuando hacemos las cosas con un sentido, que tiene que ver con nosotros, que tiene que ver con la otra persona, respetándonos, respetando a la otra persona… Cuando hacemos las cosas bien, nos inunda una especie de emoción, instintiva, de coherencia y de serenidad. 

Eso por un lado, y tendríamos que poder escuchar más esa incertidumbre que sentimos cuando falta algo, a escucharla y hacerla caso. Si yo me siento así, es que algo pasa, sin embargo, si me siento satisfecha, tranquila y en paz es que estoy haciendo las cosas bien.

¿Y la segunda?
–También ver que nuestros hijos, no que sean felices porque no se trata de que sean solo felices, sino de que puedan construir sus vidas, de que se sientan satisfechos, que tengan un sentido, que tengan relaciones, que su vida sea útil… Lo que tenemos que ver es que nuestros hijos están adaptados. Que están adaptados a la frustración, que saben reír, que saben equivocarse, que saben rectificar, que saben ayudar a los demás, que saben ponerse en el lugar de los demás, que saben ser espontáneos, que saben jugar…

Eso es la salud mental de un niño: un niño que se atreve, un niño que disfruta, un niño que se equivoca, un niño que prueba, un niño que pregunta, un niño que se mueve, un niño que quiere exprimir la vida, un niño que llora, un niño que patalea, un niño que no quiere, un niño que se intenta imponer es un niño saludable. 

 

–Ya sabemos que el nacimiento de un hijo, no une a la pareja sino todo lo contrario. ¿Cómo poder hacer frente a esos momentos de crisis en la pareja?
–En esto juegan un papel importante varias circunstancias. La primera de ellas es la soledad que tenemos ahora en pareja, porque estamos muy lejos de nuestras familias, físicamente o generacionalmente lejos, ya no son un referente nuestras madres y padres, no nos fiamos mucho de sus consejos porque ellos representan una manera de vivir. Nos asusta caer en esas antiguas redes. 

Y, por otro lado, creo el inicio de la deconstrucción de los géneros, da lugar a que, ahora mismo en las parejas heterosexuales, haya una especie de lucha necesaria para poder dividir entre los géneros las tareas de una manera más respetuosa con ambos, pero que eso, ahora mismo, no está muy bien definido y que depende de cada pareja y cada circunstancia, con lo cual es algo que se pone encima de la mesa cuando tenemos menos tiempo, estamos más cansados, tenemos un hijo que criar, y ahí es cuando aparecen realmente los problemas. 

¿Qué podemos hacer entonces?
–Yo creo que es bueno pensar que es un camino de largo recorrido, saber que cuando estamos mal no es el momento de tomar decisiones importantes, el comprender que vamos a tener una crisis personal al tener un hijo y que esa crisis personal va a conllevar una crisis de pareja porque hay que movilizar y movernos de posición.

Creo que si contamos con todo esto, siempre podremos tenerlo en cuenta, prevenirlo, cuidarnos más, ser más tolerantes, ganar muchísimo en flexibilidad, pedir ayuda a nuestras familias, a nuestros amigos para poder salvaguardar la relación de pareja, algo que es muy importante para nuestros hijos y para nosotros.

 

–Este es, sin duda, un momento crucial en la vida de los padres y madres porque vuelven a su propia infancia y a heridas no resueltas. ¿Cómo se pueden trabajar para que perjudiquen lo menos posible a los hijos?
–Yo creo que haciéndolas conscientes, siendo sinceros, viendo si te interfieren mucho… Si tú de repente estás gritando a tu hijo, tratándolo como te trataron a ti o estás intentando evitar que sienta un dolor que él no está sintiendo, porque tú no eres una madre o un padre tan punitivo.

Lo primero, haciéndolo consciente, y segundo, si vemos que realmente esa infancia nos está limitando y condicionando la mayor parte del tiempo, pidiendo ayuda, haciendo terapia. La terapia nos ayuda a volver a releer nuestra historia, nos ayuda a ver las cosas de otra manera para poder sanarlas. 

La crianza tiene varios modelos. ¿Cuál sería para ti el más adecuado?
–El más adecuado es el que está en un equilibrio entre la función materna y la función paterna. La función materna, por resumirlo brevemente, serían la mirada, los cuidados, el amor, la permanencia, el vínculo seguro, ser muy fan de tus hijos, de quererlos, de arroparlos, de ver que están dormidos por la noche… 

Y la función paterna es la función que separa a la madre de su hijo, que se pone entre medias, que le recuerda a la función materna que tiene otra vida para que no haga una relación fusional con el hijo, que es algo muy patológico, y que crea muchas enfermedades mentales. La que pone un límite, la que les dice que no, que pueden hacerlo mejor, que no se merecen las cosas, que hay que trabajar, lucharlas… 

Un equilibrio entre las dos funciones es lo ideal. 

¿Qué pasa si hay un desequilibrio?
–Si criamos potenciando mucho la función materna, tendremos una crianza sobreprotectora, si criamos en un modelo donde la función paterna la llevamos a un límite, tendremos una crianza muy punitiva, llena de castigos, de reproches, de límites, de no escuchar, de exigir… En ambos casos, la crianza sobreprotectora y la crianza más jerárquica, si los llevamos a esos extremos es una manera de maltrato.

Tenemos en la cabeza el maltrato o la negligencia que conlleva una función paterna muy maximizada, como son los castigos o castigos físicos, no hablar a los hijos cuando te enfadas, hacer un vacío emocional, el encerrarlos, ducharles con agua fría –yo estas cosas las he visto, no son de películas de terror–, pero luego tenemos también una crianza muy negligente que es esa crianza sobreprotectora, que es cuando haces una fusión con tus hijos, que con la excusa de que no tengan miedo, duermes con ellos hasta que tienen 15 años, les lavas en el cuarto de baño, no les llevas al colegio si no les apetece, les cuentas que el mundo es un lugar hostil donde no les van a tratar como se merecen, y les niegas el derecho que tienen a una vida propia. 

No podemos hablar de la infancia y la adolescencia actual sin obviar las redes sociales y el impacto que tienen en ellos. ¿Se puede educar sin pantallas? 
–Por supuesto, criar no tiene que ver nada con las pantallas. La crianza es el desarrollar las capacidades propias a nivel emocional, a nivel intelectual, a muchos niveles. Los niños necesitan mucho el cuerpo para crecer, el contacto con lo corporal, el juego, lo físico, la experimentación… Las pantallas no nos han hecho ser más inteligentes, porque además, lo que miramos en las pantallas no es conocimiento. Los adolescentes y niños lo que buscan en las pantallas es o una retroalimentación de iguales, hay redes donde miran como cantan o bailan iguales, no están aprendiendo nada; o entretenimiento porque es mucha estimulación visual y auditiva.

Creo que las pantallas están interfiriendo negativamente, y sobre todo el contenido adulto en internet, y creo que en algún momento tendremos que plantearnos una legislación irregular por el uso de pantallas en menores de 18 años porque estamos viendo, claramente, la repercusión negativa a muchos niveles, desde la pornografía, la violencia, el individualismo, la soledad... 

Ahora mismo, el contacto humano y real se está perdiendo con las pantallas. Si tuviera que escoger entre una crianza con pantallas y redes o una sin pantallas y redes, diría claramente que a los menores no les convienen las pantallas.