Sobonfu Somé falleció el 15 de enero de 2017. Cuando le hice esta entrevista, en octubre de 2013, su cuerpo arrastraba las consecuencias de la desnutrición que vivió de niña en Burkina Faso, el país africano donde nació. Pero ella estaba convencida de que no podía haber crecido en un lugar más rico, porque la sabiduría de su pueblo nutre y llena el alma de sus miembros.
Sin perder el sentido del humor que la caracterizaba, Sobonfu Somé dedicó su vida a enseñar las tradiciones y rituales de su tribu, los dagara, para contribuir a sanar las relaciones y mejorar el bienestar de las personas.
Su nombre significaba "guardiana de los rituales" y, como predijeron los sabios de su tribu cuando era niña, se convirtió en una de las voces más escuchadas de la espiritualidad africana, lo cual implicaba para ella la escisión de vivir entre dos mundos que interpretaban la vida de forma muy diferente.
Ella trataba de tender un puente entre estas dos cosmovisiones, mientras apoyaba a su pueblo con una organización para que pudiera disponer de agua potable, algo muy difícil de lograr en el sur del Sáhara debido al cambio climático.
Sobonfu Somé: "Todos somos uno"
Durante su conferencia previa a su taller "Enseñanzas africanas sobre el amor y la amistad", organizado por el Institut Gestalt de Barcelona, lo primero que afirmó es que "todos somos uno". Esa es la base de la cultura dagara, para la cual el poder del individuo no puede desligarse de su comunidad, que le protege y le permite desarrollar lo mejor de sí mismo.
Sobonfu era una mujer llena de serenidad y sabiduría. Conocerla me permitió sentir el pulso de un pueblo lleno de belleza.
–Cuénteme cómo vive la tribu dagara en Burkina Faso.
–Vivimos en una tierra donde no hay agua ni habitaciones y donde lo que hay se comparte. Todo lo tuyo pertenece a la comunidad, incluso los hijos. Creces entendiendo que tienes cientos de padres, cientos de madres y un sinfín de hermanos. Cuando una pareja se casa, todas las parejas de la comunidad se casan de nuevo renovando sus votos de amor con los novios. Toda relación personal tiene una dimensión espiritual, no importa cómo se haya establecido o si se reconoce su espiritualidad. Tampoco los problemas son privados, sino que se resuelven en el seno de la comunidad.
–¿Incluso los problemas de pareja?
–Naturalmente. Si yo un día me levanto mal, alguien enseguida vendrá a preguntarme qué me pasa. Si soy lista, contaré enseguida qué me ocurre; de lo contrario tendré que soportar un desfile de gente preguntándome lo mismo una y otra vez.
Y es que cuando alguien sufre un problema se atribuye a que el tejido de la comunidad no está bien; esa persona simplemente es la voz encargada de ponerlo de manifiesto. Si alguien enferma, la enfermedad se halla también en las raíces de la comunidad.
Entre los dagara y otras tribus de Burkina Faso nadie dice: "Tengo un problema". Si te sientes aprisionado por un problema no puedes resolverlo, pues te falta la distancia necesaria para comprender su origen y encontrar una solución. Tienes que dejarlo en manos de la comunidad. La primera vez que oí a alguien decir "tengo un problema" me asusté mucho.
–¿Qué les diría entonces a quienes sienten que tienen un problema porque se enfrentan a una crisis personal, económica, laboral, etc?
–El problema es que cuando llega la crisis nuestra prioridad es empujarla para que se vaya. Pero para resolverla es preferible abrazarla, entonces ya no es un enemigo al que se deba vencer. Solo cuando no te asusta empiezas a encontrar la manera de estar con ella.
Es importante abrazar el dolor que conlleva la crisis para comprender qué molesta tanto a esa persona, familia o comunidad. Suele ser útil preguntarse: ¿Cuál es la bendición que viene de este reto? ¿Qué es lo positivo que puede llegar de todo esto? ¿Qué se está abriendo ante mí que aún no sé ver?
Cuando se da una crisis de pareja conviene tener en cuenta que las relaciones constituyen un camino que permite la expresión de nuestro propósito en la vida. Las relaciones íntimas no están pensadas para alcanzar la felicidad personal, sino para que podamos cumplir con nuestra misión de vida. Vistas así, las relaciones personales recuperan un contexto sagrado. En Burkina Faso decimos que cuando hay un problema, los ancestros estimulan el trabajo de esas personas para que puedan descubrir su don.
"Tienes que compartir lo que tienes, nada puede quedarse estancado. Una relación sana es recíproca."
–¿Cómo se debería actuar, pues, en una crisis de pareja?
–Las relaciones de pareja son una bendición del espíritu. Una pareja se une porque así cada uno fortalece su don al lado del otro y juntos pueden ofrecerlo mejor a la comunidad. Por eso la comunidad se preocupa tanto cuando percibe que no estás bien con tu pareja. A su modo procuran que esa relación siga viva. También por eso entre los dagara cualquier relación se inicia con el apoyo de la comunidad mediante un ritual que la bendice.
Creemos que toda pareja necesita una comunidad saludable que la pueda apoyar ante las dificultades, de lo contrario su mundo se encogerá cada día un poco más, con lo que pueden acabar sintiéndose oprimidos y estallando.
Mi madre pensó que yo estaba loca cuando supo que vivía a solas en Estados Unidos con mi marido. Para ella resultaba inconcebible porque en ese caso ningún tipo de energía externa apoya y fortalece la relación. Estamos solos para solucionar cuantas dificultades surjan, lo cual es muy difícil. La comunidad te ayuda a ver aquello que no entiendes del otro y media entre los dos.
Por otra parte, las crisis de pareja sirven para que puedas renovar las gafas con que miras a esa persona. En mi tradición el conflicto es bueno porque es un barómetro para saber si la relación sigue viva. Creemos que tenemos el control de nosotros mismos y de nuestras relaciones, pero en la práctica no ocurre así. En Occidente veo muchas relaciones amorosas en las que imperan el afán de control y el egocentrismo. Para devolver la salud a esas relaciones las personas deben entender que la base es el espíritu, y olvidar el control y el apego al "yo".
–¿Puede ser útil recurrir más al humor ante un conflicto?
–Por supuesto. Si hay un conflicto es que ves a la persona con unas gafas viejas. La relación es un viaje y no un destino. Verás, hay sesenta tribus que viven pacíficamente en mi país gracias a cierta costumbre. Consiste en perderle el miedo al conflicto diciéndole al otro lo contrario de lo que quieres decirle.
Por ejemplo, cuando dos personas se encuentran se saludan diciéndose: «¡Qué feo te veo!». Así se afloja la tensión y se fomenta la alegría. Mediante este juego, mantienes tu capacidad de decisión y aprendes a tomarte el conflicto con humor y como algo habitual. Por eso en África se gastan muchas bromas.
–Seguro que le han hecho esta pregunta más de una vez: ¿Qué es el espíritu?
–Es una luz que guía. Es la fuerza vital que está en todo. Es lo que te permite despertar cada día y saber que estás vivo. En la gente que no siente amor por la vida puede que el espíritu esté dañado y entonces esa situación se repara con rituales.
–¿Cómo le llega la presencia del espíritu?
–Depende. Algunos espíritus se huelen, otros te vienen en un sueño, otros en forma de animal, a través de un niño o de un bebé, a través de un mendigo que te pide una limosna... El espíritu no tiene una forma única. Los niños lo sienten con mucha facilidad.
En mi cultura los niños pertenecen totalmente al mundo del espíritu hasta que cumplen cinco años, entonces cruzan el umbral del mundo material. Hablando con ellos sabemos dónde está el espíritu. Por ejemplo, cuando un niño te dice: "mamá, mira", nosotros hacemos caso porque ellos nos enseñan a percibirlo. El espíritu te sana, te enferma, te puede hacer sentir bien o mal, pero siempre con un propósito. Cuando mueres, el espíritu vuelve a casa y se reencuentra con sus ancestros.
–Asegura que todos sentimos la necesidad de abrazar algo más grande. ¿Qué le diría a quien no cree en el espíritu?
–Mucha gente en Occidente intenta cubrir esa necesidad a través de las drogas o el alcohol, porque son como puertas de conexión con el espíritu. Pero cuanto más lo intentas sin lograr el efecto deseado, menos puedes conseguirlo y más necesitas volverlo a intentar para llenar el vacío que sientes.
El buen camino para sentir el espíritu es conectar con la naturaleza, con el agua, con tus ancestros... También el amor y la rabia son formas de conectar con el espíritu. Muchos occidentales solo ven la pobreza material de mi pueblo y no ven su riqueza espiritual. Pero es esta unidad espiritual y la simplicidad de la vida lo que nos ayuda a llevar una vida sana y feliz.
Mis mayores consideran esa recolección de objetos materiales a la que se dedica Occidente como una forma de alejarse del espíritu. Cuando eso sucede, el espíritu podría estar llamando a nuestra puerta, pero no le abrimos porque en esa casa apenas queda espacio para él.
–¿Podría explicarnos cuál es la función del ritual?
–El ritual nos conecta con el espíritu y también con el gran misterio, con todo aquello que no sabemos. Dependiendo del propósito que tiene el ritual, el espíritu puede venir en forma de apoyo, de bienvenida… Sucede así, aunque no creas en él. No es necesaria la fe para que tenga poder y lo que hace el ritual es movilizar tu capacidad para abrirte a lo que va a suceder. Así te lleva a entregarte, a que permitas que ocurra algo sin interferir en el proceso. Se trata de rendirse y reconocer que tú no tienes el poder de controlar lo que está sucediendo en ese instante.
No haces un ritual porque te apetezca: tiene que haber un propósito bien definido. Lo haces para que algo ocurra y eso tiene que estar muy claro, de lo contrario los espíritus se confunden.
"Las relaciones íntimas no son para alcanzar la felicidad personal, sino para poder cumplir nuestra misión de vida."
–¿Cree que en Occidente tenemos pocos rituales?
–Diría que los mayores rituales que hay en Occidente suceden hoy en un campo de fútbol; ahí la gente sí que está bien viva y expectante ante lo que pueda suceder. El único momento en que ves a muchas personas vibrar a la vez es cuando su equipo sale al estadio. Ahí yo veo el espíritu del ritual. En cambio, en un entierro lo que hacen muchos occidentales es irse lo antes posible, pues no quieren saber nada de la muerte.
En mi país en un entierro aparece toda la comunidad y lo que hace cada uno es contar la historia que conoce de esa persona cuando estaba viva. Cada uno coloca la pieza que sabe de esa persona. Y tienes que escenificar esa historia. Tienes que ponerla ahí, viva. Cuando mi abuela murió, cuando hicieron esta parte de escenificar lo que ella había protagonizado a lo largo de su vida, descubrí un montón de cosas que no sabía de ella.
Alguien tan mayor como mi abuela hizo como si luchara con ella. Yo no podía imaginar que mi abuela había sido muy buena en la lucha cuerpo a cuerpo, no lo supe hasta entonces. De ese modo rindes homenaje a la persona que muere y queda más vivo todo lo que hizo en esta vida.
–Es muy bonito. Pero en su cultura parece como si no hubiese espacio para la responsabilidad individual.
–El egocentrismo es la ilusión de que tú eres el centro del universo y haces las cosas, cuando en realidad apenas haces nada. La verdadera responsabilidad es devolver lo que se recibe. No puedes quedártelo para ti. Lo devuelves a quien te lo ha dado o a alguien que lo necesita. Tienes que compartir lo que tienes, nada puede quedarse estancado. Una relación sana se define por la reciprocidad y también porque tu don esté a pleno rendimiento, en lugar de escondido y sin trabajar. Esa es tu responsabilidad.
–¿Cómo puede una persona reconocer cuál es su don o misión en la vida?
–En mi cultura se dice que a lo largo de la vida irás conociendo a las personas adecuadas que te ayudarán a recordar cuál es tu don. Elegimos convivir con la gente que de una manera suave nos lleva a eso, pero quien más te ha retado o te ha puesto las cosas difíciles puede ser quien mejor ha propiciado que reconozcas tu don. Amamos un problema cuando es una puerta que nos descubre nuestro don, ya que nuestra misión de vida nos lleva por un río lleno de meandros.
A mí de pequeña me dijeron que mi don era enseñar y yo me negaba a aceptarlo. Tenía seis años y ya me gustaban mucho las historias. Escuché muchas, pero no podía ver que esos relatos formaban parte de lo que tenía que enseñar. Cuando le pasaba algo a alguien yo le contaba una historia... Y entonces me decía: "¡Cuánto me has enseñado!". Entonces yo me enfadaba: "No, no. Es solo una historia, yo no enseño nada".
Escaparte de tu don es imposible porque la vida te va colocando en un rincón hasta que lo aceptas y lo reconoces. Pero en Occidente la comunidad a menudo no sabe reconocer el don de las personas ni contribuye a que lo desarrollen, y así es mucho más difícil fluir porque un don reconocido resulta más ligero de llevar.
"A lo largo de la vida irás conociendo a las personas adecuadas que te ayudarán a recordar cuál es tu don."
–¿Cómo podríamos ayudar a los niños a encontrar su don?
–Lo más importante es tener presente que el niño no ha nacido para llenarse con nuestra basura. Este niño viene lleno de dones a este mundo y hay que procurar que llegue intacto a la madurez para que pueda mostrarlos. Pasar nuestra herida a nuestros hijos supone una terrible hipoteca para ellos.
Sabes que estás en el buen camino porque te sientes muy ligero. No siempre ejerces tu don cuando quieres o deseas, pero cuando lo sacas te sientes a gusto. Y esa es la señal. También lo puedes descubrir a través de la adivinación, del ritual, de la energía que surge del nombre de la persona y a través del tipo de problemas que sufre esa persona o del tipo de gente que atrae o está a su alrededor.
Por ejemplo, la gran mayoría de personas que defienden hoy día los derechos de los niños han sufrido abusos y utilizan esa herida y ese dolor para sacar su don y ayudar a los niños. Si comprendemos que nuestras mayores heridas son en cierto sentido nuestros mayores dones, podemos albergar la idea de que las privaciones que experimentamos en nuestras familias de origen no son accidentales.