Como el pensamiento o la conciencia, la libertad, esa facultad que permite a la persona elegir su propia línea de conducta y cómo desea vivir su vida, es inherente al ser humano. En su nombre, ligado a sentimientos de justicia e igualdad, se han librado las más cruentas batallas y se han escrito los más bellos poemas.
Solo mediante su ejercicio es posible llegar a ser plenamente feliz y conseguir la tan ansiada autorrealización personal.
Como recuerda Álex Rovira en su libro La brújula interior, cuando un niño nace es totalmente libre, no tiene más techo que el cielo; pero pronto aprende, a través de los mandatos familiares, educativos y sociales, a fijar una altura límite.
Puede ser a dos metros, a doscientos, a dos kilómetros, a doscientos mil... o dos palmos del suelo; lo que posiblemente le lleve a arrastrarse por la vida, a sobrevivir más que a vivir, a tener que ganarse la vida, acaso porque cree que la tiene perdida de antemano.
¿Qué limita nuestra libertad individual?
Los condicionantes que nos impiden ejercer nuestro libre albedrío y desarrollar nuestro potencial presentan matices muy diversos. Pueden ser desde creencias limitadoras, inculcadas en el seno de la familia y el ámbito escolar, y problemas económicos globales, hasta casos extremos de privación de libertad.
Algunos ejemplos son los inmigrantes que acuden a Occidente en pateras tras un tortuoso viaje en el que es fácil perder la vida y son devueltos a su país; los presos anónimos de Guantánamo y otros enclaves; las mujeres que son lapidadas en algunos países por adulterio; las personas que sufren las consecuencias de guerras y dictaduras...
En cualquier caso, algo que no conviene perder de vista y que forma parte de los privilegios del ser humano es que, aunque no siempre es factible elegir lo que nos pasa, sí podemos escoger nuestra respuesta ante aquello que nos sucede.
Incluso en las condiciones más adversas podemos optar por sacar de nosotros lo más humano, lo más amoroso, la comprensión o la generosidad, y dejar a un lado el odio y la ira.
El nacimiento de la logoterapia
Víktor Frankl, psiquiatra austriaco de origen judío que vivió el horror de los campos de concentración y la pérdida de su esposa y sus padres en las cámaras de gas, recogía en su famoso libro El hombre en busca de sentido reflexiones que iban en esta dirección.
Frankl, desnudo y solo en una habitación de castigo, empezó a tomar conciencia de lo que denominó "la libertad última", un reducto de su libertad que jamás podrían arrebatarle a pesar de la deshumanización y el sufrimiento que le rodeaban.
Comprendió que era un ser consciente, capaz de observar su propia vida, capaz de decidir en qué modo podía afectarle lo que estaba viviendo. Entre lo que estaba sucediendo y lo que él hiciera, entre los estímulos y su respuesta, mediaba su libertad interior, su poder para cambiar esa respuesta.
Gracias a esa actitud mental, Frankl encontró fuerzas para permanecer fiel a sí mismo, hallando una razón para vivir, en contacto con el espíritu. Posteriormente, cuando logró salir vivo de la pesadilla nazi, creó la logoterapia, la tercera escuela psicológica de Viena tras el psicoanálisis de Freud y la psicología de Adler. Su enfoque se basaba precisamente en la búsqueda del sentido de la vida a partir de la voluntad personal.
Frankl sostenía que todo hombre es capaz de tomar sus propias decisiones, que es libre de escoger su propio destino y no convertirse en una marioneta a merced de las circunstancias o de sus propias reacciones inconscientes.
Una visión constructiva de la vida
Pero tomar las riendas de la propia vida no es fácil cuando se está inmerso en una espiral en la que las rutinas, las obligaciones y los compromisos pueden ejercer un férreo control sobre el individuo.
Muchas personas en Occidente dedican su tiempo a realizar tareas que no les aportan gran cosa más allá de la retribución económica. Y ese dinero se les va en buena parte en afrontar los gastos colosales de un sistema de vida que induce a adquirir bienes que tapan momentáneamente la frustración de una existencia vacía, pero que no permite abordar el problema de fondo, un problema de pérdida de identidad.
En la sociedad moderna y tecnológica es fácil que una persona acabe por no disponer de tiempo para sí misma y para disfrutar con los suyos, al ver anulada su visión crítica y constructiva del mundo. De alguna manera, el individuo va perdiendo de vista quién es realmente y cuál es su cometido vital.
Elegir la vida que se desea o realizar un cambio profundo a partir de una situación insatisfactoria implica la responsabilidad de asumir la decisión y abrirse a lo desconocido. Es una vía que produce miedo y que puede retrotraer a la persona al temor inicial que experimentó al separarse de la protección y seguridad que le brindaban sus padres, como afirmaba el psicólogo y humanista alemán Erich Fromm en su obra El miedo a la libertad.
La importancia de comprenderse mejor
Tomarconciencia de uno mismo, analizando imparcialmente lo que se es, sin quitar ni poner nada, destacando las cualidades y las carencias, los logros y los fracasos, reflexionando sobre el momento personal que se atraviesa, viendo qué emociones afloran, qué se cambiaría y qué no, puede marcar el comienzo de la transformación o la regeneración personal.
Krishnamurti dice: "Esta comprensión de uno mismo no es un resultado, una culminación, sino que consiste en verse de instante en instante en el espejo de la convivencia, en ver nuestra relación con los bienes, las cosas, las personas y las ideas".
Cuando una persona decide conocerse mejor es posible que tenga que reescribir el guion de su vida observando hasta qué punto lo que hace y piensa es fruto de su propia cosecha u obedece a lo que otros sembraron por ella. Habrá de sopesar hasta qué punto muchas de sus limitaciones actuales pueden estar relacionadas con la visión del mundo que recibió de sus padres y cuidadores.
La forma en que nos percibimos a nosotros mismos se moldea en gran parte en la infancia en función de esa imagen reflejada que nos devuelven las personas del entorno.
Al asumir la responsabilidad de nuestra vida vamos a buscar nuestra verdad interior, porque hemos elegido reconocer y manifestar nuestro propio poder. El mero hecho de ser consciente de esos aspectos ya permite ganar libertad interior.
De repente, toda esa programación parásita deja espacio para un potencial más genuino y a menudo eclipsado. La persona borra de su disco duro las etiquetas o mandatos caducos y procura reescribir una idea acerca de sí misma que le permite descubrir su brillo y avanzar sin trabas.
Al dirigir la atención hacia nosotros mismos, modificando nuestro estilo de vida si fuera preciso y observando cómo actuamos, con la intención de aportar los mejores sentimientos que seamos capaces (empatía, bondad, amabilidad, respeto, cariño... ), es posible que consigamos cambiar nuestra percepción de las cosas y ejercer nuestra libertad interior. Y quizá toquemos al mismo tiempo, como si de un efecto dominó se tratara, la conciencia de los demás.
Disfrutar de "ser"
Cuando una persona se adentra en la exploración de sí misma y decide trazar su propio camino, le sobrevienen una paz y una serenidad desconocidas u olvidadas y una visión de la vida más optimista y luminosa, con menos temores. No se siente tan vulnerable, sino más confiada y alegre, más conectada con el fluir de la vida, más intuitiva y también más creativa, algo que hará posible que surjan nuevos proyectos y posibilidades.
Puede que tenga problemas parecidos a los que tenía antes de decidir ejercer su libertad interior, pero los aborda de diferente manera, de modo que lo que le ocurre constituye para ella una oportunidad para el crecimiento. Conectada con la parte más sensible y espiritual de sí misma, deja de tener una visión egocéntrica y comienza a dar importancia a cosas que antes apenas consideraba.
Puede que simplifique su vida, dando cancha a las relaciones personales y al disfrute del presente, como si cada día fuera el último, volviendo a recuperar el entusiasmo y la capacidad de asombro que había dejado aparcados tiempo atrás. Probablemente emerjan sentimientos de desapego, solidaridad, unidad, compasión y humildad, ya que no tiene nada que demostrar a los demás y está abierta a la experiencia y al descubrimiento.
Annie Marquier, escritora y psicóloga transpersonal, explica que "cuando asumimos la responsabilidad de nuestra vida cesamos de dejarnos manipular y de manipular a otros. Vamos a buscar la verdad al interior de nosotros mismos porque hemos elegido reconocer; declarar y manifestar nuestro propio poder. Aprendemos a no tener miedo del poder de los demás ni del nuestro. Liberados de los traumas de la autoridad producidos durante la infancia, respetamos el poder de los otros y manifestamos el nuestro, en el respeto a las diferencias y el intercambio auténtico".
A partir del momento en que sabemos que somos creadores y que tenemos la capacidad de generar una vida más coherente y satisfactoria, estamos dispuestos a actuar para construirla y a jugar a ganador en el juego de la vida, en vez de intentar hacer perder a los demás y a uno mismo anclándose en el papel de víctima. Cuando tomamos contacto con nuestro propio poder jugamos a ser, disfrutando plenamente de ello.
6 formas de autoafirmarse
- Reflexionar más que reaccionar por impulso. Ante las malas noticias, las injusticias o los momentos críticos, guardar la calma y responder desde la reflexión más que desde el impulso hará que lo que digamos y cómo actuemos tenga mayor credibilidad y repercusión.
- Decir que no cuando no estamos de acuerdo y establecer nuestros límites cuando creamos que debemos hacerlo, siendo respetuosos, sin agresividad, pero mostrando firmeza en lo que defendemos.
- Vivir más acorde con aquello que realmente nos hace más felices y creativos que con lo que socialmente se considera como correcto pero nos acaba alienando. Es importante disponer de mayor tiempo para uno mismo y la familia, cuidar las relaciones evitando la trampa de la competitividad y el egocentrismo.
- Un consumo responsable. Prescindir de las compras por imperativos de la moda o escapismo psicológico. No tirar los artículos (comida, ropa, electrodomésticos... ) a las primeras de cambio; si es posible, repararlos o reciclarlos.
- Contacto con la naturaleza, nuestra fuente de vida, tomando conciencia de la importancia que tiene su sostenibilidad, emprendiendo acciones a escala personal: reducir el gasto energético, usar los transportes públicos, consumir productos de cultivo biológico...
- Reencontrarse con uno mismo (si puede ser cada día, mejor) y realizar una introspección acerca de cómo estamos y cómo nos sentimos. Escuchar lo que nuestra alma nos dice nos ofrece la oportunidad de ser dueños de nuestra propia vida, sin dejarnos llevar por las prisas y los acontecimientos. Practicar meditación, yoga o taichí a diario o unos días por semana ayuda a mantenerse en el momento presente, a valorarse y a apreciar más la vida, de la que somos parte activa.
5 permisos para la libertad interior
Virginia Satir, una pionera en la Terapia Familiar, definió el proceso mediante el cual la persona podía lograr su libertad interior. Una vía para ello consiste en darse permiso para:
- Estar y ser quien soy, en vez de creer que debo esperar que otra persona determine dónde debería estar o cómo debería ser.
- Sentir lo que siento, en lugar de sentir lo que otros sentirían en mi lugar.
- Pensar lo que pienso y también el derecho de decirlo, si quiero, o de callármelo, si es que así me conviene.
- Correr los riesgos que yo decida correr, con la única condición de aceptar pagar yo el precio que impliquen esos riesgos.
- Buscar lo que yo creo que necesito del mundo, en vez de esperar a que otra persona me dé el permiso para obtenerlo.
Lecturas relacionadas
- El hombre en busca de sentido; Viktor Frankl, Ed. Herder
- El miedo a la libertad; Erich Fromm, Ed. Paídós
- La brújula interior; Álex Rovira Celma, Ed. Urano
- El poder de elegir; Annie Marquier, Ed. Luciérnaga