La esencia del niño es la curiosidad. En la infancia, abrazamos la libertad de descubrir el mundo y a nosotros dentro de él. A través del juego, además de divertirnos, aprendemos a relacionarnos. En esa etapa vital tenemos una mente mágica llena de posibilidades.

Desde el momento de nacer e incluso antes, ya en el útero, biológicamente somos como una máquina de aprender, copiar y pegar: todo es un mundo nuevo, lleno de impulsos e informaciones que se graban en nuestro «hardware», en la placa madre del cerebro y del sistema nervioso, así como en la memoria celular. Pero es inevitable que crezcamos y, al madurar, aprendemos a ordenar las experiencias y encontramos maneras de configurar el mundo en nuestra mente.

De las heridas de la infancia a la resiliencia

Todo lo que rodea a un niño tiene eco en la edad adulta: las relaciones con los padres, su nivel socioeconómico, la comunidad que le rodeaba, lo que le pasó y lo que no tendría que pasar (desconexión, abusos físicos o emocionales, etc.), así como todo lo que no le ha pasado y que debería haberle pasado (abrazos, cariño, cuidados, etc.).

Jordi Gil Martín, terapeuta gestalt, nos habla en su nuevo libro Aprende a cuidar de tu niño interior (Diana Editorial), de dos heridas principales que pueden marcarnos: la herida de sobreprotección y la de la desconexión.

«Cuando el dolor de un niño no es atendido, el sentido básico de su confianza queda minado. Y cuando la angustia alcanza un nivel muy alto, el mecanismo al que recurre el organismo es la desconexión, a través de la cual se defiende de la falta básica de cuidado y atención, de su impotencia ante el poco espacio y cuidado que se le otorga», explica el autor.

La desconexión de los propios sentimientos o de nuestro yo auténtico, para satisfacer a los padres o a los cuidadores, es lo que exilia o encarcela a nuestro niño interior.

Para superar las heridas de la infancia uno necesita «establecer de nuevo el vínculo social», porque esto «permitirá modificar la imagen que el herido se ha hecho de sí mismo», afirma Boris Cyrulnik, el neurólogo francés que desarrolló el concepto de la resiliencia psicológica.

Cyrulnik expone que la resiliencia empieza por el encuentro con una persona significativa. Una sola persona de valor puede devolvernos la esperanza, al ofrecer la visión de que «esto se puede superar» y cambiar con ello el rumbo de la vida.

Recuperar los sueños del niño que fuiste

En el año 2007, el profesor de realidad virtual Randy Pausch, tras ser diagnosticado de un cáncer de páncreas, dio su emotiva «última lección» en la Universidad de Carnegie Mellon en Pittsburg, en la que subrayó que «los muros contra los que chocamos están ahí por una razón. No para disuadirnos, sino para darnos la oportunidad de demostrar cuánto queremos algo».

Pausch dejó algunos consejos que nos muestran cómo hacer realidad los sueños de nuestro niño interior:

  • No temas arriesgarte: el oro de mejor calidad suele estar en el fondo de tierras llenas de porquería.
  • Sé agradecido con la gente, y no te quejes.
  • Encuentra el lado positivo en todo el mundo, no importa cuánto tardes en encontrarlo.
  • Sé bueno en algo: eso es lo que te hace valioso.
  • Fórmate y prepárate: la suerte es el lugar donde la formación se encuentra con la oportunidad. Trabaja duro.

Para cumplir nuestros sueños infantiles olvidados, podemos empezar por los más simples, recuperando la confianza para atravesar el muro de la vida soñada.

Identifica tu herida y cuida de tu niño interior

Seguir estos pasos te ayudará a poner voz a lo que dice tu cuerpo: 

  • Identifica una herida de tu infancia: Puede ser una carencia, un acontecimiento o una emoción que fue persistente. Observa y anota qué sientes en tu cuerpo y dónde lo sientes mientras rememoras esa experiencia.
  • Pon nombre a lo que sientes: Respira, y ofrece tu atención a esa emoción o sensación física. Observa en qué lugar del cuerpo la sientes. Permanece tanto tiempo con ella como te resulte cómodo.
  • Conecta con la sensación física o la emoción: Pregúntale: ¿Cuándo fue la primera vez que apareció en ti? Respira con serenidad y escucha la respuesta que emerge en ti. ¿Cuántos años tenías? ¿Qué pasó en aquel momento?
  • Da a tu niño interior lo que necesita: Pregunta a tu niño interior qué necesitaba, y qué necesita de ti ahora mismo. Escúchale y ofrécele lo que necesita. Pide ayuda profesional, si surge algo doloroso.