Woody Allen, un urbanita convencido, proclamó en una ocasión: "No hay duda de que existe un mundo desconocido. El problema es saber a qué distancia está del centro y hasta qué hora abre."

Esta reflexión chistosa define en cierto modo el espíritu de las personas que, por su trabajo o por su situación familiar, se ven obligadas a vivir en la ciudad. La jungla de asfalto acaba convirtiéndose en su biosistema económico y emocional, su único mundo conocido.

Cuando hablamos de filosofía oriental, tendemos a imaginar bosques de bambú o espaciosas salas de zen en las que impera el silencio. Pero, ¿qué sucede con aquellos que pasan la vida en una urbe ruidosa y atestada de gente? ¿Es que no tienen derecho a la iluminación?

Vamos a hablar del zen del asfalto, según el cual también en el caos podemos hallar la armonía, aunque sea en pequeñas píldoras.

Y tal vez sea más auténtica que la que obtenemos en un retiro campestre, ya que luego volvemos al caos y se echa a perder todo lo ganado. Resulta más terapéutico llevar la serenidad y la iluminación a nuestro campo de batalla cotidiano.

Como dijo en una ocasión el maestro Suzuki Roshi: "No puedes vivir en el reino de Dios por mucho tiempo. No hay restaurantes ni lavabos."

Fuentes de estrés en las ciudades: ¿se pueden evitar?

El cúmulo de estímulos a los que estamos sometidos en la ciudad pueden robarnos la paz interior, pero también son puertas al crecimiento espiritual, como apunta el instructor de yoga Arthur Jeon.

Cualquiera que viva en la gran ciudad puede acabar desarrollando el prejuicio de que el infierno son los otros, parafraseando a Sartre, ya que está expuesto a detonantes del estrés como:

  • Encuentros -o encontronazos- con personas de actitud grosera por el medio hostil en el que se mueven.
  • La trampa de "llevarse bien con los vecinos", cuando quizás no tengamos nada en común con ellos.
  • Un trabajo monótono que no responde a nuestras aspiraciones.
  • Una vida familiar o de pareja aletargada por la rutina y el exceso de trabajo.
  • La violencia que percibimos en la calle o a través de los medios de comunicación.

¿ Cómo lograr que estos factores negativos se conviertan en una vía de desarrollo personal?

Básicamente, cambiando nuestra interpretación de ellos. En vez de contemplarlos como un freno a nuestra felicidad, podemos entenderlos como escalones hacia un estado espiritual más elevado.

En su libro City Dharma, Arthur Jeonexplica que el reto de mantener el equilibrio en una sociedad que promueve justamente todo lo contrario es la mejor escuela para el desarrollo interior.

Cambia el chip: la filosofía del aquí y ahora frente a las prisas urbanas

Veamos cómo el zen del asfalto transforma en oportunidades dos situaciones de estrés, convirtiéndolas en lo que podríamos denominar zensaciones, es decir, experiencias que nos acercan a la iluminación.

Zensación 1: un vagón de metro abarrotado de gente a las ocho de la mañana.

Compartir nuestra rutina con desconocidos nos permite ejercitar la compasión budista, la cual se basa en la empatía. El vagón de metro se convierte en una metáfora de nuestro mundo, donde todos albergamos un mismo anhelo de seguridad, amor y reconocimiento.

Zensación 2: atrapados en el coche en medio de un monstruoso atasco.

En lugar de maldecir el tráfico, podemos centrarnos en lo que tenemos aquí y ahora: la cabina de nuestro vehículo, un microespacio zen en medio de la ciudad donde podemos escuchar nuestra música favorita, relajarnos a través de la respiración o pasar revista a los aspectos positivos de nuestra vida. Las citas y obligaciones pueden esperar.

Con este enfoque, las oportunidades de crecimiento que ofrece la ciudad son casi infinitas. Son ejercicios de una escuela superior de zen, ya que nos conectan constantemente con la realidad cotidiana.