Nos hemos enfrentado a sentimientos diversos durante el confinamiento pero el vaivén emocional no ha terminado. Ahora toca adaptarse a una nueva situación: la salida a la calle gradual, el volver a conectar con un mundo que no es exactamente igual a como lo dejamos.

Durante este confinamiento, la gran mayoría de ciudadanos se ha inoculado otro tipo de virus, aún más invisible que el Covid-19: el miedo. Ese sentimiento nos ayudó a tomar conciencia de la gravedad de la situación, hacernos cargo de las medidas necesarias para parar la pandemia y a sentirnos protegidos dentro de nuestros hogares.

Ahora toca hacer el recorrido inverso. De manera consciente o inconsciente hemos colocado el enemigo afuera y hemos de abordarlo para poder continuar viviendo. Por si fuera poco, en el ínterin se ha hablado o vivido pérdidas importantes, ya sea de personas o de situaciones anteriores.

El mundo exterior se ha dibujado como algo oscuro y amenazante, y al que, afectivamente podemos sentir como muy peligroso. Frente a este sórdido panorama, ¿cómo reaccionaremos emocionalmente? Previsiblemente, la respuesta emocional sea distinta según la edad que tengamos.

Los niños pueden desarrollar fobias: ¿qué hacer?

En los más pequeños, con quienes, para que se quedaran en casa, nos la hemos ingeniado contándoles que, al traspasar la puerta, había un ser extraño que podía enfermarlos, no será nada raro que aparezca ansiedad o desasosiego al tener que ir a la calle. Que su nerviosismo se acreciente, que duerman peor, y que, incluso se produzcan fobias de algún tipo, o a salir, o a algún personaje u objeto que concentre toda esa amenaza.

También en quienes ya son un tanto obsesivos pueden reforzarse ciertos rasgos de control y necesidad de hacer más rituales. Tendremos que ir muy poco a poco.

  • Creemos nuevos relatos, apoyados por la verdad, en los que ese monstruo se está esfumando por el trabajo de muchos profesionales.
  • Si tienen miedo, es buena idea que en sus paseos lleven consigo algún muñeco o prenda, ese que tienen como un fetiche, que hacen función de un alter ego, para sentirse más seguros. Al comprobar que vuelven sanos y salvos como él o ella, irán confirmando que salir no les hará daño.

Adolescentes: responderán con rabia o tristeza

Los jóvenes, sobre todo adolescentes, que al comienzo del confinamiento, enfrascados en sus móviles, parecía que eran ajenos a lo que sucedía a su alrededor, cada vez han sido más conscientes de todo.

Conflictos de convivencia, desgracias familiares, problemas laborales, o, simplemente el haber seguido mínimamente las noticias sobre el desarrollo de la crisis humanitaria y económica producida por el coronavirus, han podido remarcar, excesivamente, lo negativo del mundo en el que se vive. Un presente negro y un futuro aún más oscuro. Frente a lo cual caben, fundamentalmente, dos tipos de respuesta defensiva:

  • Si su respuesta es de agresión hacia afuera

​Pueden presentar conductas agresivas hacia los hermanos y/o padres, haciéndolos responsables de esa realidad tan falta de libertad, limitante e irrespirable.

A pesar de sus múltiples frustraciones y momentos álgidos, hay que poder hablar con ellos, desenredar la visión tan nefasta de todo y acompañarlos en la reubicación de la justa medida de las cosas y de los recursos con los que se cuentan.

  • Si reacciona con tristeza

La otra forma de reaccionar de los jóvenes es la tristeza, es decir, sentimientos hacia adentro. Si además de perder su libertad, los chicos se han estado impregnando de todas las consecuencias nefastas de esta crisis, puede que se sientan culpables por diferentes razones, que se resumirían en sentirse impotentes frente a los problemas que han supuesto toda esta crisis.

Pueden empezar a reprocharse cosas: pensar que no han hecho nada positivo en este tiempo, que no han aportado nada, que son muy poca cosa al lado de todos los que han arrimado el hombro, que son unos cobardes porque tienen miedo...

Ese cuadro los puede conducir a una depresión.

Hay que ir también conversando con ellos para que vayan sacando de su interior toda esa negrura. Relativizar el papel que cada uno ha tenido y le ha tocado en esta situación, que ha sido muy diferente y con diferentes grados de compromiso, y promover que cooperen en alguna tarea o acción de acción que puedan sentirse útiles.

Hay que destacar que esa respuesta juvenil puede producirse sin que nos demos cuenta. Que, aparentemente, los chicos y chicas sigan con sus móviles, chats, etc. Pero no hemos de olvidar que la galaxia adolescente se divide en dos. Sus amigos, y el resto del mundo. Ambos están presentes, lo cual quiere decir que se están registrando los dos al mismo tiempo y que puede que el de la realidad más problemática sea el que saquen menos al exterior. Pero, sin duda, está y están haciendo sus cábalas mentales sobre eso.

Por esta razón es importante ir forzando, poco a poco, que vayan expresando lo que han ido interpretando de la crisis y la imagen de la vida que les ha ido quedando.

Entre los adultos: más impotencia, culpa y reproches

Si bien los adultos nos confrontaremos con muy diversas reacciones en este pasaje a la “normalidad”, el factor común será el de descompresión. El modelo sería, salvando mucho las distancias, el que han tenido que vivir los sanitarios, es decir, haberse tenido que enfrentar a situaciones y en ámbitos conocidos, pero bajo un grado de presión y de densidad nunca antes experimentados.

El entorno ha sido el de siempre, hijos, familiares, amigos, trabajo, etc., pero concentrados en un mismo laboratorio las veinticuatro horas del día y teniendo que hacer tareas y tomar decisiones, muchas de ellas desconocidas, permanentemente.

La tensión ha estado de fondo todo el tiempo y la contención de sentimientos ha sido lo habitual.

Había que gestionar de forma estricta y racional cualquier eventualidad y dejar para otro momento los sentimientos que podíamos tener o que nos generaba el contexto.

Estas circunstancias nos han podido ir creando la sensación de haber sido víctimas de un contexto injusto y que nos sobrepasaba. Sobre todo en el caso de ingresos hospitalarios, aislamientos o fallecimientos, hemos tenido que tomar decisiones que no estaban previstas en nuestras vidas, esto pesará enormemente en este futuro inmediato.

Ganará terreno la sensación de impotencia, de no haber estado a la altura, de habernos precipitado o retardado. En definitiva, de habernos equivocado. Tanto el sentimiento de haber sido un arbitrario objeto del destino, como el sentimiento de culpabilidad por no haber hecho lo necesario, pueden precipitar un estado depresivo.