Cuenta una leyenda que la guerra de Troya empezó con el rapto de Helena, reina de Esparta, secuestrada por Paris, el príncipe troyano embelesado con ella. Otras leyendas nos dicen que Helena no fue capturada por Paris, sino que huyó voluntariamente con él, desencadenando la guerra entre aqueos y troyanos.

El detalle de si fue una huida conjunta por amor o un secuestro no es menor, aunque una historia u otra hayan sido superpuestas sin mayor dilema a lo largo de los siglos. Esa banalización da cuenta de la cultura amorosa en la que nos hemos construido, esa que no da tanta importancia a si Helena había dado su consentimiento a Paris, esa misma que nos dice que del amor al odio hay solo un paso, esa que afirma que quien bien te quiere te hará llorar, y que defiende que aquellos que se pelean, se desean.

El amor y el odio son dos realidades, dos sentimientos, distintos. Si hemos llegado a pensarlos como las dos caras de la misma moneda es, por un lado,
consecuencia de una manera de construir el pensamiento que es específica de Europa y, por otro, por una cadena de transmisión cultural que ha llegado hasta nuestros días.

El pensamiento binario

La filósofa Montserrat Galcerán explica en su libro La bárbara Europa cómo el pensamiento europeo se construye por parejas de oposición, por binarios en los cuales uno define al otro por defecto. Por ejemplo, blanco/negro, siendo lo blanco aquello contrario a lo negro, y viceversa.

En este tipo de pensamiento, ni los grises, ni los rojos, ni los verdes, tienen espacio, aunque son todos los matices de una gama cromática infinita que desliga el blanco y el negro de su dependencia mutua. Así, el amor y el odio son dos sentimientos entre una gama inmensa de posibilidades: ni la ausencia de amor implica el odio, ni la ausencia de odio garantiza el amor.

Pero la gran mayoría de las películas que podemos ver en los cines y en la televisión juegan con el amor y con el odio. Y hay una muy dañina cantidad de canciones que hablan de quererse y odiarse simultáneamente. Así, en las rupturas amorosas, en los desamores, es fácil dejarse llevar por este tipo de pensamiento y caer sin advertirlo en la trampa de la indulgencia respecto al odio.

Del amor al odio no hay un pequeño paso: hay una gran decisión de por medio. La decisión de odiar.

Todos estos mensajes, además, naturalizan el odio. Y no es lo mismo que Helena de Troya fuese raptada o que huyera voluntariamente. En un mundo que nos ha enseñado a matarnos y violentarnos con la excusa del amor, hay que estar muy atentos a esos detalles de la narración, a esos eslabones perdidos. Hay que advertir la diferencia que hay entre querer y querernos; la que existe entre cuidar y cuidarnos. Y distinguir claramente qué es amor y qué es violencia.

Deshacer el binomio amor/odio

Focalizar en la relación

Hay personas maravillosas con las que tenemos relaciones fallidas. Esto ocurre a veces porque no buscamos lo mismo, o porque nuestras expectativas no encajan, o porque nuestro día a día es discordante. Vivir una relación trata de la manera en la que se construye el vínculo, no tanto de la fascinación que sintamos por la otra persona. El mito del príncipe azul es solo eso: un mito.

Este mundo nos ha enseñado a matarnos y violentarnos con la excusa del amor.

La mirada crítica

Es necesario poner una distancia crítica respecto a los productos culturales que redundan en el binomio amor/odio, que presentan las relaciones como un tobogán de emociones extremas donde lo mejor y lo peor se confunden como parte de lo mismo.

Tiempo y espacio

Los momentos de alta emotividad pueden derivar en una escalada en la cual se pierden los principios y las razones, y todo deviene en una batalla por
ganar la argumentación. Saber parar es imprescindible para cuidar y cuidarse, y también para calmarnos, poder volver al diálogo desde los hechos concretos, y encontrar la solución justa para todo el mundo.

El círculo de la violencia

La violencia amorosa es un bucle de terribles consecuencias. Es imprescindible un acompañamiento de estos procesos para encontrar la manera de visibilizar el ciclo y de ponerle fin. Si es violencia, no es amor.

Construir un imaginario nuevo

¿Cuántas emociones posibles hay entre el amor y el odio? El cariño, el desagrado, la simpatía, la indiferencia, la cordialidad, la complicidad, la desafección, la incomodidad, la tristeza, el entusiasmo. El abanico emocional es infinito, y la gradación entre el amor y cualquier otra cosa es un indicador importante para cuidar y cuidarnos, para entender cuándo hay que desistir y cuándo hay que amar. Amarnos es, precisamente, dejar marchar y tomar distancia.