Muchos pensadores contemporáneos, como el sociólogo Manuel Castells, afirman que la información es el bien más valioso en esta sociedad posmoderna y que, por tanto, debemos aprender a gestionarla adecuadamente si no queremos vernos envueltos en problemas en nuestra vida cotidiana.
El mundo de la pareja tampoco escapa a ciertos males por la facilidad de acceso a la información.
Hay quien, por ejemplo, revisa frecuentemente el teléfono móvil de su pareja: su lista de contactos, los mensajes de texto, las llamadas enviadas o recibidas… De la misma manera, entrar en la cuenta de correo electrónico de la pareja y leer los correos es otra de las formas más frecuentes de vulnerar la intimidad de nuestro compañero o compañera.
Invadir la intimidad de tu pareja no es lícito, ni recomendable
No es que antes no existieran las intrusiones en la intimidad del marido, la mujer, el novio, la novia o el pretendido; es que la facilidad en el acceso a la información que acompaña a las nuevas tecnologías ha quitado a estos actos buena parte de su componente de “clandestinidad”, por lo que parecen más aceptables o lícitos.
Sin embargo, debemos ver las cosas como verdaderamente son: es lo mismo revisar un móvil que hurgar en los bolsillos de una chaqueta, leer el diario personal de otro que ojear la lista de mensajes enviados… En todos estos casos estamos violando la intimidad e invadiendo la privacidad del otro.
Quienes se autorizan a invadir los espacios personales de sus parejas fácilmente encuentran justificaciones. Se amparan en la idea de que entre dos personas que se aman no hay secretos: lo tienen que saber todo el uno del otro. Pero esto no solo es una falacia, sino que es también una actitud ineludiblemente perjudicial.
¿Cómo sería el encuentro de una pareja que se lo contase todo, literalmente? Tras varias horas de declaración del primero, le tocaría al segundo. Verdaderamente insoportable.
Muchas personas creen que hacen bien en “investigar” al otro porque siempre encuentran algo. Consideran que descubrir que su pareja les ha ocultado algo les da derecho a continuar hurgando en su privacidad.
Este tipo de razonamiento es completamente dañino pues presupone en la pareja una maldad que, seguramente, no es tal. Lo que nosotros calificamos de ocultación deliberada de una información puede ser algo que la otra persona no consideró importante comentar o de lo que incluso ni siquiera fue consciente.
Es imposible explicarlo absolutamente todo
La necesidad de intimidad de cada persona es tan grande que, si no está avalada por el otro miembro de la pareja, encontrará otros modos más retorcidos de hacerse presente. En otras palabras, si no dejamos un espacio para la intimidad y la privacidad, aparecerán los secretos y las mentiras, incluso contra la voluntad de los mismos involucrados.
Las personas necesitamos espacios privados. Hay pensamientos que preferimos callar, emociones que decidimos no comunicar y actividades de las que no queremos hacer partícipe a nuestro compañero. Y tenemos todo el derecho a ello.
Si nos proponemos contárselo todo al otro, nunca lo conseguiremos, porque siempre nos pasará inadvertido algo sin importancia que para nuestra pareja será el argumento perfecto para confirmar sus sospechas y tacharnos de deshonestos. De hecho, son estas situaciones las que brindan una excelente coartada para justificar la invasión de la intimidad.
Quien argumenta que espía porque encuentra, lo que hace, en realidad, es encontrar porque busca. Si no buscara, si no invadiera, no solamente no encontraría “secretos” o “mentiras” sino que estos no estarían allí porque habría la confianza suficiente como para hablar con la pareja de las cosas que se consideren necesarias, incluidas las que, en algún punto, podrían ser motivo de disgusto o polémica.
No necesitas pruebas, sino desarrollar la confianza
Pero hay personas que incluso van más allá y lanzan un argumento difícil de atravesar porque parece el más razonable: “Yo me entrometo porque quiero confiar en él (o en ella)”.
Quien dice esto, sin embargo, no quiere confiar en la otra persona: quiere saber, fuera de toda duda, que su pareja no le engaña, ya sea en el sentido de que no le decepciona o en el de que no le es infiel. Quiere pruebas, pero resulta que confiar es, precisamente, creer sin necesidad de tener pruebas.
Confiar es creer, sin pruebas. Si las exigimos para asegurarnos de que no hay ningún engaño, algo falla en la pareja
Si uno posee pruebas, en realidad, no tiene confianza, tiene certeza. Y para que una pareja funcione, es necesario confiar en el otro, no pedirle pruebas de su veracidad.
La única salida es establecer acuerdos y confiar en que se respetarán. Si uno de los dos no puede hacerlo y recurre a comprobaciones de cualquier tipo, la pareja tiene un problema.
Habrán de trabajar la confianza mutua y hablar sobre lo que sucede en la relación que impide a uno creer en el otro. Para desarrollar la confianza en la pareja es necesario hablar del vínculo, no de cada una de las anécdotas particulares de cada incidente cotidiano.
Paralelamente, solo fortaleceremos la relación si preservamos la intimidad de cada uno y dejamos que el otro decida libremente qué desea compartir con nosotros y... qué no.
Si creemos verdaderamente en la otra persona, podremos crear un espacio para compartir voluntariamente aquello que queramos, sin mentiras ni secretos incómodos.