Vivimos en medio de una realidad infinita.

Cómodamente sentados en nuestras casas o caminando por la calle, fácilmente olvidamos la situación real: que habitamos un planeta que forma parte de un sistema solar dentro de una galaxia, a su vez una de las millones que los científicos calculan que pueda haber en el universo.

Pero es comprensible que no tengamos presente el plano cósmico de nuestra existencia.

En primer lugar porque imaginarnos flotando en el cosmos nos intranquiliza y empequeñece, también porque la dimensión en la que nos movemos habitualmente ya refleja, a escala reducida, realidades más amplias.

Nada de lo que pueda existir nos es ajeno: la materia, la luz, el sabor de los alimentos, el olor de las flores, tocar un objeto cualquiera, emocionarnos, pensar... incluso sentirnos a veces en comunión con la esencia de las cosas.

Utilizando un simbolismo geométrico, el círculo representa la totalidad: el punto central es la unidad y la circunferencia, la multiplicidad.

el simbolismo del círculo

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El simbolismo del círculo

La diversidad está dentro de uno mismo

Otra imagen es la del Microcosmos humano que contiene (en formato reducido, pero completo) al gran Macrocosmos.

Cada ser humano es un pequeño mundo o microcosmos. Esto significa que hay una parte mineral, vegetal y animal en nosotros, a la vez que un centro espiritual interior.

También cabría afirmar que cada hombre o mujer representa a la entera humanidad. En un nivel psicológico significa que todos tenemos aspectos que no hemos desarrollado, facetas por descubrir.

En ocasiones por prejuicios, otras por simple pudor, no nos atrevemos a hacer cosas (se entiende que no van a dañar a nadie) que forman parte de nuestra personalidad. Puede tratarse de expresiones artísticas o de actos que merecen un riesgo (un viaje, declarar un amor, defender un ideal...).

Todos somos más de lo que creemos ser: singulares y plurales, como la vida misma.

Sin olvidar que para los filósofos herméticos que utilizaban esta forma de simbolismo, el universo no es algo puramente material, sino que la realidad total incluye dimensiones que nuestros sentidos ordinarios no pueden apreciar.

Decían que, análogamente a nosotros, el cosmos tiene un Cuerpo material, un Alma sutil y un Espíritu luminoso y puro.

El universo es algo infinito en el doble sentido de la palabra: es inconmensurable (no puede medirse) y no es algo ya terminado, sino que se va haciendo continuamente.

Pero lo que hace posible el curso preciso de los astros en el firmamento o que nuestros millones de células trabajen al unísono y nos permitan ser lo que somos es una fuerza unitaria inteligente.

La multiplicidad, la diversidad, sólo son posibles dentro de una gran Unidad.

Como afirmaba Newton: "la unidad en la variedad, y la variedad en la unidad, tal es la ley suprema del universo".

Cómo admitir la diversidad

Para entender y admitir la diversidad, necesitamos espacio, tanto exterior como interiormente. Hay modos de lograrlo:

  • Mirar lejos. Aprovechemos cualquier oportunidad de contemplar espacios abiertos, sea la inmensidad del mar, un cielo diáfano durante el día o la bóveda estrellada en la noche. El cuerpo y la mente pueden respirar entonces con mayor amplitud, las ideas se clarifican y el organismo se renueva un poco por dentro.
  • Viajar despacio. Desplazarse en avión es útil si la distancia es muy grande. Sin embargo, hacer excursiones a pie, en bicicleta o en el tren permite conocer mejor los lugares por donde se pasa y descubrir muchos aspectos de interés. Explorar el entorno inmediato caminando no es un "viaje" menos importante.
  • Visualizaciones. En cualquier momento del día podemos cerrar los ojos e imaginar un paisaje que nos sea grato (visión desde lo alto de una montaña, playa soleada con rumor del agua, etc). También antes de dormir, cuando la conciencia se dispone a hacerse más libre y sutil. podemos imaginarnos flotando en el aire y visitando hermosos lugares.
  • Músicas, lecturas y comidas. La riqueza cultural de los pueblos del mundo se expresa a través de su música tradicional, del arte en general, así como mediante los sabores de su cocina. A través de esos aspectos humanos y cotidianos podemos descubrir el "alma" que cada nación o grupo étnico manifiesta.
  • Evitar los prejuicios. Nuestra mente está acostumbrada a juzgarlo todo según unos parámetros establecidos a lo largo de los años. Pero es bueno ejercitar una visión más libre y objetiva de las cosas. Poder analizar sin demasiados prejuicios no significa sin embargo que todo deba parecernos bien. Significa dialogar y comunicarse.

El proceso universal de abrirse al mundo

Cuando el niño está en la cuna comienza a despertar sensorialmente: oye sonidos, vislumbra formas, toca con sus manos, huele, gusta el sabor de la leche. Luego irá explorando su habitación y la casa, más tarde saldrá a la calle, acudirá a la escuela, etc.

Primero serán sus padres y familiares la referencia más directa, hasta descubrir que hay otras muchas personas con las que relacionarse.

Todos los pequeños sienten fascinación por los animales, les divierte que haya seres distintos a los humanos, e incluso por los minerales o plantas.

En mi infancia, cuando se viajaba poco y contemplar un mapamundi invitaba a soñar aventuras, coleccionar sellos de países lejanos era ya una forma de recorrer el mundo con la imaginación. Asimismo, algunos libros mostraban fotos de los más variados rostros humanos según las razas.

Curiosamente, parecían felices con sus exóticos vestidos y en medio de una vegetación o arquitecturas distintas a las nuestras. Todo era lejano y a la vez sentimentalmente próximo, el mundo era vasto y rico en posibilidades.

Ahora, el fenómeno de la globalización ha modificado el antaño tranquilo curso de los acontecimientos. Son cambios demasiado rápidos y forzados para que sean armónicos, la economía y la política así lo indican.

Casi nadie parece advertir que al acelerar los medios de comunicación y producción, queriendo así vencer al tiempo, el "espacio" parece ir disminuyendo.

Paradójicamente, en plena era digital, el mundo se está haciendo más pequeño. Podemos ir de fin de semana a cualquier lugar del planeta, pero nuestra alma está cada vez más apretujada.

Aceptar la diversidad como parte de la unidad

El problema de forzar un orden mundial es ponerse de acuerdo en qué modelo seguir.

Parecía claro que el sistema occidental tecno-capitalista era el más adecuado para reinar planetariamente, pero tiene -entre otros- el inconveniente de no poder universalizarse sin poner en peligro los ecosistemas o cambiar el clima, como por desgracia empieza a comprobarse.

En el fondo se trata de un problema filosófico y semántico: la confusión entre la unidad y la uniformidad.

La verdadera unidad no sólo tolera las diferencias, sino que éstas son su expresión. La uniformidad parece reivindicar una unificación que no es tal, sino su imagen invertida.

La naturaleza tiende a la multiplicidad: con unos átomos concretos (la tabla periódica de los elementos) construye cuerpos muy diversos, así como unas pocas notas musicales producen casi infinitas combinaciones de sonidos.

El universo está hecho de música y geometría, todo en él es proporción y armonía. Como un gran holograma, el todo se refleja en las partes.

Pero cuando el hombre intenta superar a la naturaleza e inventa el proceso industrial o digital, cae en la uniformidad. Las latas de conserva, por ejemplo, son todas perfectamente iguales, pero no tienen el "alma" de los objetos artesanales ni pueden reciclarse.

La tendencia hacia la uniformidad parece querer abarcar otros muchos ámbitos. Sea cual sea su edad biológica las personas tienden a comportarse corno si fueran adolescentes, con vestidos y ademanes que indiquen que se es dinámico y divertido.

El curso de la vida, con sus etapas naturales de infancia, juventud, madurez y ancianidad, se unifica en una edad indefinible. Pero la vida no se repite.

Si caminamos en medio de un bosque advertimos que cada árbol es distinto, incluso cada una de sus hojas lo es, si bien conserva la estructura formal característica.

Cuando cae la nieve y todo se cubre de blanco, podemos advertir con ayuda de un microscopio la presencia de incontables cristales de nieve: todos forman dibujos diferentes, aunque la forma geométrica siga el patrón hexagonal.

Y basta con mirar a las personas en la calle, todas con rostros y personalidad bien diferenciadas, ninguno se repite.

Así pues, todo en la naturaleza tiende a expresarse de manera distinta (diversidad) pero conservando una coherencia propia (unidad).

No obstante, tal es el interés en evitar hacer distinciones que incluso algún científico ha afirmado que, en sentido estricto, no existen las razas humanas.

Quizá con estas declaraciones se intenta combatir el racismo, pero en el fondo se trata de una actitud racista: hay que disimular que quizá sí haya razas inferiores en algún sentido, cuando las razas manifiestan justamente la diversidad humana, no siendo ninguna superior a otra.

Por su parte, el descubrimiento del código genético que compartimos en gran parte con otros seres vivos se utiliza para demostrar que de hecho la diferencia entre nosotros y los animales no es algo fundamental.

El tesoro de la diferencia

Es cierto que la uniformización está afectando no sólo a la biodiversidad (especies animales en extinción, cultivos autóctonos en receso), sino también a la identidad cultural de los pueblos.

Hay en la actualidad unas seis mil lenguas en peligro de desaparecer. El lenguaje humano se expresa a través de muchas lenguas y eso es una riqueza para todos. La globalización debe respetar las identidades de cada pueblo.

Como me dijo en cierta ocasión un anciano tuareg, "las plantas que no tienen buenas raíces son arrastradas por el viento".

En cierta forma, cada religión expresa una revelación del espíritu en determinado tiempo y lugar. Hacer una mezcla de todas ellas, a modo de sincretismo, no lograrla una mayor universalidad, sino todo lo contrario.

El pensamiento único, el control de las ideas y valores , es hoy mucho más factible debido al poder de los medios audiovisuales. Por eso es importante reconocer las diferencias y preservar las tradiciones de los diversos pueblos de la tierra.

Como se ha dicho, la muerte del último anciano de una tribu supone una pérdida equivalente a la de una biblioteca de miles de volúmenes. Del mismo modo, y salvando las distancias, el no poder encontrar las semillas de una determinada variedad de tomate o melón que cultivaron nuestros abuelos supone una pérdida irreparable.

Todos somos entonces más pobres física y espiritualmente.

La realidad es ilimitada, pero desde pequeños vamos creando un pequeño mundo hecho de creencias y rutinas en el que nos sentimos cómodos y a salvo de lo desconocido.

Esta actitud es comprensible, pero también crea enfrentamiento entre las personas y pueblos. Por ello, sin renunciar a las propias raíces, conviene estar abierto a lo distinto sabiendo apreciar valores ajenos.

El reconocimiento de la unidad en la diversidad exige dos actitudes psicológicas complementarias. Un movimiento de expansión que abarque ideas y formas distintas a las nuestras y otro de concentración que signifique ahondar en lo propio, porque sólo lo particular e íntimo puede ser a la vez universal.

Apreciar, en suma, no sólo el valor cuantitativo sino también cualitativo de lo que nos rodea. E incluso ser capaces, como en el poema de William Blake, de superar la barrera de las apariencias: "Contemplar un Mundo en un grano de arena y el Cielo en una flor silvestre, abarcar el Infinito en la palma de la mano y la Eternidad en una hora".

Libros recomendados

  • Aquí se habla; Mark Abley. Ed. RBA-lntegral
  • De la unidad trascendente de las religiones; Frithjof Schuon. J.J. de Olañeta Editor