Hay un hecho esencial que parece mezclarse con tantos otros y en el que apenas reparamos: que cada día salga el sol. Sin su presencia hecha de luz y calor no habría vida. No existirían las plantas y los animales, ni en consecuencia nosotros los humanos. Si el sol dejara de existir, en un instante todo se convertiría en un gélido desierto.

Lo más extraordinario del sol es que no podemos imaginar que no exista. Aunque al mismo tiempo solemos olvidar su presencia, enfrascados como estamos en nuestro quehacer diario.

Por eso nos detendremos aquí en los aspectos simbólicos del comienzo del día, cuando alborea y los primeros rayos del sol rasgan por así decirlo las tinieblas de la noche y, en medio de una gran belleza y quietud, todo empieza de nuevo. ¿Cómo disfrutar del sentido espiritual del amanecer?

La noche y el día

Para que haya luz debe haber antes oscuridad. Si bien la oscuridad es mera ausencia de luz. Estas son las paradojas de la existencia, ese misterio al que nos hemos acostumbrado.

Hay dos polaridades entre las que nos movemos. Por un lado el día, que representa la actividad, la vigilia, lo consciente. Por otro la noche, es decir, el reposo, el sueño, lo subconsciente.

Cuando estamos despiertos se precisa mucha energía, el cerebro es el órgano rector en este sentido y necesita un gran aporte de oxígeno y glucosa. Al final de la jornada estamos cansados y deseamos justamente dormir para descansar y renovarnos.

Es durante la noche cuando el organismo pone en acción sus mecanismos de desintoxicación física y procesamiento de datos psicológicos que pasarán a formar parte de la memoria. Cada noche, irremisiblemente, nos abandonamos al sueño reparador. Y nos sumergimos entonces en el océano de la vida universal, donde lo individual se vuelve colectivo.

Pero al despertar por la mañana vuelve a emerger de las profundidades el yo consciente, la personalidad diferenciada que nos distingue –y a la vez separa– de los demás. Durante el día, la luz del sol permite apreciar las cosas concretas, los objetos y personas con que nos relacionamos. La noche, en cambio, es la quietud, la inmensidad, y su luz es la de la luna y las distantes estrellas del firmamento.

No podemos ver el sol directamente, pues su luz es cegadora. Tan solo durante el alba y el crepúsculo, momentos de transición, nos es posible contemplar su belleza. Tanto al salir como al ponerse, la naturaleza entera se percata del cambio que va a producirse y todo parece detenerse, quedar en suspenso, durante un tiempo que invita a la contemplación del significado de su luz.

El sentido espiritual del amanecer: un fenómeno intercultural

Todas las civilizaciones han sido sensibles a la importancia real y a la vez simbólica del sol, al que dieron rango divino. Recordemos especialmente al hinduismo (Surya), el Egipto faraónico (Ra) y la cultura inca (Inti). Veían al sol como una apertura celeste a través de la cual fluía la vida.

El prana, o energía vital, nos llega directamente del sol, con la respiración y por medio de los alimentos. En los antiguos textos védicos de la India, seguramente los libros sagrados más antiguos de la humanidad, escritos por los sabios (rishis) del Himalaya e inspirados por la propia Inteligencia cósmica, se alude a menudo al sol con bellos himnos.

En el Hinduismo y el Yoga se considera el amanecer como "la hora de Dios o Brahma" (Brahmamuhurta). Es el periodo comprendido entre las 3 y las 6 de la mañana, especialmente adecuado para las prácticas espirituales dada su cualidad de armonía y pureza (sattva) y por tratarse del momento del día menos contaminado tanto respecto al aire como a los ruidos habituales a otras horas de la jornada.

Todo es más limpio y energético al amanecer, las plantas comienzan la fotosíntesis a partir de los primeros rayos del sol y producen oxígeno. Por eso se recomienda hacer entonces los ejercicios respiratorios o la práctica de la meditación.

Ya antes del amanecer, en la ciudad santa de Benarés, los fieles esperan en las gradas que dan al río Ganges la salida del sol, al que saludan con ofrecimientos y postraciones. No solo veneran así su presencia sino que participan activamente por así decirlo de su permanencia a lo largo del día.

Pero no solo la religión hindú (Sanatana Dharma o "ley eterna") destaca la importancia espiritual del amanecer. Los musulmanes hacen el primer rezo del día a la madrugada, desde poco antes del amanecer hasta la salida del sol. Los monjes cristianos, en su "Liturgia de las horas", tienen el Laudes u oración de la mañana antes de empezar las labores.

La juventud y el alba

La virtud energética del amanecer, tanto a nivel físico como psicológico, deriva de que corresponde analógicamente a la primavera y la juventud. Tenemos en primer lugar las cualidades de vitalidad y renovación.

Así nos lo recuerda, no sin cierto toque de humor, el poeta japonés Issa en el siguiente haiku:

En este primer amanecer de primavera
incluso mi sombra
está llena de vigor.

La naturaleza se renueva cada mañana al igual que la primavera lo hace respecto al ciclo anual. Ese empuje equivale al de la adolescencia y la juventud. ¿Y cuáles son las virtudes juveniles, más allá del querer divertirse tan explotado por los anuncios televisivos?

La juventud no tiene normalmente las cualidades de sabiduría propias de la madurez y ancianidad, tales como paciencia, prudencia, reflexión o incluso compasión. Pero sí la frescura, la rebeldía de querer cambiar las cosas, el sentimiento de invulnerabilidad, la vitalidad en sentido general.

La juventud pasa, igual que el amanecer da paso al mediodía y al resto de la jornada. Pero esa juventud primaveral, aparentemente perdida, nunca desaparece del todo; es más, puede renovarse en cierta medida en cualquier época de la vida. Todos podemos ser un poco más vitales, alegres y audaces.

Una oportunidad de empezar bien el día

Quien contempla el amanecer se encuentra igualmente con dos cualidades que cabe asimilar o interiorizar. Se trata de la paz y la belleza.

Antes del alba hay una profunda quietud que justamente invita a la meditación o la oración, como se ha comentado. Asimismo, con los primeros rayos del sol, el canto de los pájaros y el perfume de las flores, una belleza inefable se manifiesta ante nosotros. Vale la pena levantarse a veces antes de lo habitual para no perderse esa experiencia.

El amanecer corresponde al equinoccio de primavera, mientras que el ocaso representa el de otoño. Ambos momentos, en el día y en el año, son periodos de transición entre la luz y la oscuridad. Cada uno supone la mitad de un ciclo, ascendente y descendente.

El alba sugiere la renovación, el paso hacia la claridad, la individualidad, y una mayor actividad. El crepúsculo sugiere el reposo, la oscuridad y la fusión. Quizá por eso a los enamorados les agrada especialmente contemplar juntos una puesta del sol.

Cuando llega el anochecer es una buena ocasión para repasar el día y valorar los errores y aciertos que hayamos tenido. Al levantarnos por la mañana es el momento ideal para encauzar mentalmente el sentido del día de manera positiva.

El amanecer como estado de consciencia

El amanecer supone también un despertar. Del torpor nocturno, a menudo poblado de miedos y fantasmas, pasamos a la claridad del día. Acompañados de la luz del sol, podemos amar y comprender, descubrir a los demás y a nosotros mismos.

Platón, en su "Mito de la caverna", muestra de manera alegórica la situación en la que bien pudiéramos encontrarnos.

Hay varios hombres confinados desde su nacimiento en el interior de una cueva y atados de manera que solo pueden mirar hacia la pared del fondo. A sus espaldas hay una hoguera así como la apertura al exterior que deja entrar unos rayos de luz que se proyectan en la pared de roca dibujando imágenes sombreadas de lo que sucede fuera.

Para estos esa es la única realidad, un mortecino reflejo. Cuando uno de ellos logra escaparse de la caverna y vuelve para liberar a los demás del cautiverio en el que viven, estos se burlan y no quieren seguirlo.

Del mismo modo que el despertar matinal nos abre a una nueva perspectiva, el despertar espiritual –una forma más profunda y completa de conocimiento– es también una posibilidad humana.

Recordemos en este sentido que la palabra Buddha significa literalmente "despierto", aunque suele traducirse como "iluminado", quizá porque el simbolismo de la luz va unido al amanecer interior. De modo que budismo significa "El camino hacia el despertar".

También en relación a la muerte conviene no perder de vista que esta bien puede suponer un nuevo amanecer. Solemos creer que morir es lo contrario de vivir, cuando simplemente es lo opuesto de nacer.

Mantener una conciencia "auroral" es también importante y útil frente a los problemas de la vida. Recordemos que cuando más negra es la noche más próximo está el amanecer. El optimismo y la calma interior nos permiten vencer obstáculos.

También es cierto que en ocasiones cuando amanece puede haber nubes, lluvia o incluso una tormenta. Pero no debemos olvidar que aunque el sol permanece entonces oculto, no deja por este motivo de brillar. No hay que desanimarse.

El sol sale para todos y cada nuevo día nos da la oportunidad de orientar adecuadamente nuestros pasos, de ser un poco mejores y quizá también algo más felices.

Ejercicio para visualizar el sol dentro de uno mismo

Este ejercicio inédito consiste en visualizar el curso del sol a través del eje central del cuerpo. Permite aumentar el optimismo y la vitalidad .

La postura será relajada, al igual que la respiración, con la espalda erguida y los ojos cerrados. Se puede estar sentado en el suelo o en una silla.

  1. Se visualiza primero un tubo o canal semitransparente, del calibre del dedo meñique, que va desde un punto situado a unos cuatro dedos por debajo del ombligo y que llega hasta la cabeza, un poco más arriba del entrecejo.
  2. Imaginamos un pequeño sol esférico que ascenderá y descenderá por ese canal central como lo hace el sol exterior. El diafragma, músculo que separa la cavidad torácica de la abdominal, representa el horizonte que marca la salida y puesta del sol.
  3. El pequeño sol situado debajo del ombligo aún no es brillante (es medianoche). Hay que imaginarlo de color rojizo y sentir su calidez. Visualizamos a continuación que va subiendo lentamente: pasa por el ombligo, luego por encima de él hasta llegar al pecho.
  4. En este punto central es donde hay que visualizar el amanecer: sus primeros rayos de luz, hasta que ese sol es ya por completo una pequeña esfera de luz sobre el horizonte. Mantendremos esa imagen brillante y cálida a la altura del corazón. Estamos tranquilos y esbozamos una sonrisa. Permanecemos así unos minutos.
  5. Luego ese sol va subiendo lentamente, atraviesa la zona de la garganta, hasta llegar a la cabeza. Visualizamos durante unos minutos su dorada luz (es mediodía) que irradia desde lo alto en todas direcciones y nos da claridad mental.
  6. Finalmente, hacemos la visualización en sentido descendente. Entonces el paso a través del "horizonte" situado en el diafragma hay que verlo como una puesta de sol. Hasta que la pequeña esfera, ya rojiza, vuelve a su punto de origen debajo del ombligo.